Directora General: Carmen Lira Saade

México D.F. Jueves 31 de enero de 2002

Editorial

 
ENRON Y EL "COMBATE AL TERRORISMO"

SOLAyer, la Oficina de Contabilidad del Congreso estadunidense (GAO, por sus siglas en inglés) presentó una demanda judicial para obligar a la Casa Blanca a informar al Capitolio sobre el contenido de las reuniones sostenidas por el presidente George W. Bush, el vicepresidente Richard Cheney y otros altos funcionarios de la presente administración con ejecutivos de la empresa Enron, cuya reciente quiebra parece configurar uno de los fraudes más cuantiosos de la historia.

Está bien establecido que Enron participó generosamente en el financiamiento de las carreras políticas del presidente Bush y no pocos de sus colaboradores --y otras figuras públicas--, por lo que legisladores de aquel país sospechan que en el curso de las reuniones que el mandatario pretende mantener en secreto, los principales accionistas de la firma pudieron haber recibido favores inconfesables e influir para provecho propio en la determinación de las políticas energéticas del gobierno.

De esta forma se incrementa la presión interna sobre el actual ocupante de la Casa Blanca, el cual, para colmo, no tiene más capital político que el que en forma providencial (pero también coyuntural) depositaron en sus manos los atentados terroristas del 11 de septiembre.

Tales hechos criminales y trágicos generaron entre la sociedad estadunidense una sensación de alarma, catástrofe y peligro, cerrando filas en torno del Ejecutivo, a pesar de la falta de carisma y hasta de cultura general de su titular. Bush, que llegó al cargo entre sospechas de fraude electoral y con una votación nacional menor que la de su oponente, el demócrata Albert Gore, recibió así, de súbito, un respaldo nacional que invirtió de inmediato en una aventura bélica contra un enemigo incierto --el "terrorismo internacional", etiqueta capaz de incluir a cualquier enemigo real o supuesto de Estados Unidos--, arrasó a un país ya destruido por dos guerras previas y trastocó por completo las prioridades de su agenda de gobierno para anteponer su "guerra contra los terroristas" a cualquier otro objetivo nacional, incluida la recuperación económica.

Desde esta perspectiva, el discurso pronunciado por Bush el pasado martes, en el que amenaza de manera directa con desatar guerras contra Irán, Irak y Corea del Norte, no es sólo una expresión de la prepotencia militarista proverbial en la política exterior de Estados Unidos, sino, sobre todo, un ejercicio de fuga hacia adelante, un intento por desviar la atención del escándalo Enron y una tentativa de reavivar el patrioterismo ramplón que es la base del único respaldo social significativo que ha tenido su gobierno.

Las acusaciones de Bush, en el sentido de que estos tres países respaldan el terrorismo y buscan hacerse de armas de destrucción masiva, son probablemente ciertas pero del todo irrelevantes como criterio, habida cuenta que otros estrechos aliados históricos de Washington como Pakistán e Israel han fabricado bombas nucleares y recurren también en forma regular al terrorismo; que gobiernos amigos de Estados Unidos como Turquía son responsables de acciones de exterminio y genocidio, y que otros más como Arabia Saudita y Pakistán mismo, consolidaron el poder de Al Qaeda y del régimen talibán.

Por desgracia, y para riesgo de la paz mundial, la insignificancia de los argumentos de Bush no es proporcional a la gravedad de sus amenazas. Corresponde a los socios más poderosos de Estados Unidos --la Unión Europea y Japón, principalmente, pero también Rusia y China-- frenar este belicismo que tiene sus raíces en la evidente y creciente desesperación política generada en la Casa Blanca por las derivaciones del caso Enron.