Angel Guerra Cabrera
Falacias del capitalismo
Las bancarrotas de la corporación te-xana Enron y de la economía ar-gentina son dos caras de la misma moneda. No se trata de simples anomalías del capitalismo, sino de síntomas de la grave enfermedad que lo aqueja en la fase de reimplantación de su versión salvaje, iniciada en el Chile de Pinochet y mundializada a partir de los gobiernos de Reagan y Thatcher.
Los colapsos de Argentina y Enron se originan en el fundamentalismo que decretó el "achicamiento" del Estado, la libre movilidad del capital financiero, la desregulación, las privatizaciones y el imperio sin límites del mercado. Es simbólico que en los tiempos de gloria de Enron uno de sus ejecutivos comparara su espíritu empresarial con el de los talibanes. Estos uncieron al pueblo afgano al dogma de una interpretación vulgar y represiva del Corán; los promotores del pensamiento único han inoculado a la academia y los media con el no menos vulgar y represivo dogma del neoliberalismo. La intervención pública en la economía fue considerada a partir de entonces "arcaica" si protegía a la gente común de los más abusivos manejos del capital; "moderna y eficiente" si los fomentaba.
Enron y Argentina no son las primeras señales de alarma que envía esta nueva crisis del sistema capitalista. En años re-cientes han sido frecuentes en el mundo las quiebras fraudulentas de empresas y debacles económicas de países enteros detonadas por la abultada deuda externa, la especulación desenfrenada y otras prácticas depredadoras, que han derrumbado sus sistemas financieros. Lo nuevo ahora es la magnitud alcanzada por estos fenómenos, que sugieren su tendencia estructural a agravarse y a hacerse endémicos y también su potencialidad de alentar la re-sistencia, o cuando menos la crítica, contra el sistema. El escándalo de Enron involucra al presidente George W. Bush y fa-milia, a numerosos integrantes del Ejecutivo y al menos a la mitad de los legisladores de los dos partidos políticos. Ha estimulado un insólito debate en Estados Unidos sobre la viabilidad del capitalismo en su variante desregulada, que usando como instrumento una clase política, cu-yas campañas electorales son financiadas ad libitum por las corporaciones, demolió las restricciones legales y la supervisión sobre bancos y empresas implantadas a partir de la depresión de 1929.
En Argentina ha sobrevenido una auténtica insurgencia social, creciente en cantidad y calidad, que gesta un incipiente po-der alternativo en las asambleas de ba-rrios. A la protesta de los desempleados se ha sumado la de las clases medias, privadas por los bancos de sus ahorros. Son millones de personas cuyos reclamos tienden a unirse en una sola pelea.
Expresión de los mitos en extremo falaces en que descansa hoy la legitimidad del capitalismo, tanto Enron como la Argentina de Carlos Menem, eran citadas por las sacrosantas calificadoras, los periodistas y académicos neoliberales y, desde luego por Washington, como brillantes ejemplos de excelente desempeño económico dignos de imitarse. El secretario del Tesoro, Paul O'Neill, llegó a decir que la empresa texana era "parte del genio del capitalismo". La revista Fortune la calificó el año pasado como la corporación más innovadora del país en los últimos seis años.
Pero el dogma neoliberal se vulnera en casa si así conviene, aunque su observancia sea exigida rígidamente a América Latina por el FMI y el Banco Mundial. En franca contradicción con la ortodoxia del dogma, la administración Bush recurrió abiertamente al neokeynesianismo y ha destinado alrededor de 300 mil millones de dólares de los contribuyentes a hacer reflotar las grandes corporaciones. Paraleamente arroja al desempleo a cientos de miles aprovechando la atmósfera patriotera y la histeria posterior al 11 de septiembre. Los atentados terroristas dieron a Washington la coartada perfecta para conseguir varios objetivos atinentes a la conservación de su hegemonía mundial: entre otros, reposicionarse estratégicamente iniciando una larga guerra que pisotea de manera descarada el derecho internacional; acceder a los hidrocarburos del mar Caspio y de Rusia para depender menos de los del golfo Pérsico; salir de la recesión mediante el gasto bélico; militarizar el Estado y acotar las libertades civiles. La eventual extensión de la guerra a Irak, Irán y Corea del Norte, mencionados por Bush en su mensaje al Congreso, confirma la intención de acallar las voces críticas con el estruendo bélico.