Directora General: Carmen Lira Saade

México D.F. Jueves 31 de enero de 2002

Cultura

Ť Recordarán siglo y medio de su natalicio con exposiciones, mesas redondas y conferencias

La obra de Posada no empieza ni termina con La Calavera Catrina

Ť La saturación de esa figura no siempre conlleva el conocimiento de su grabado

Ť Del caricaturista e ilustrador popular aguascalentense aún hay mucho por descubrir

MERRY MAC MASTERS

ƑQuién no ha visto alguna vez La Calavera Catrina? Su imagen se ha vuelto indispensable como referencia anual en las celebraciones de Día de Muertos. Ataviada con un sombrero de ala anchísima, con un adorno de plumas y flores, y pelando la dentadura, esa imagen se ha convertido en uno de los iconos más identificables de la cultura mexicana. Un lugar común, dirán algunos escépticos.

La saturación de su figura no conduce necesariamente al conocimiento de la amplia producción de su creador, el grabador aguascalentense José Guadalupe Posada. De la misma manera que la obra de Salvador Dalí no se resume en La última cena, tal vez su cuadro más reproducido, o es epítome de Renoir su serie de bailarinas, el trabajo del ilustrador popular y caricaturista político no empieza ni termina con La Calavera Catrina.

Vastedad de un quehacer

Con motivo del siglo y medio del natalicio de Posada, el sábado 2 de febrero se iniciará una serie de actividades, como exposiciones, conferencias, mesas redondas y ediciones especiales, que permitirán adentrarse en la vastedad de su quehacer. Cabe mencionar que en 1996 el Museo Nacional de Arte (Munal) organizó la muestra Posada y la prensa ilustrada: signos de modernización y resistencia. El año pasado, el Museo Mural Diego Rivera exhibió estampas y planchas originales del grabador.

De todos es sabido que el pintor holandés Vincent van Gogh no alcanzó el éxito en vida. Al fallecer Posada, el 21 de enero de 1913, ''ninguna publicación -periódicos o revistas- mencionó el hecho'', escribe Agustín Sánchez González en su libro José Guadalupe Posada, un artista en blanco y negro (CNCA, 1996). Enterrado en forma gratuita en la sexta clase del Panteón Dolores, a los siete años sus restos fueron exhumados. Como no los reclamó nadie, fueron a parar a la fosa común, ''junto con otras calaveras anónimas, como las que dibujó'', escribe el historiador.

Se suele decir que el pintor francés Jean Charlot dio nueva vida al artista aguascalentense al escribir en 1925: ''Posada creó el grabado genuinamente mexicano, y lo creó con rasgos tan fuertes, tan raciales, que puede parangonarse con el sentimiento estético de lo gótposada-1ico o lo bizantino, pongamos por caso. Por eso mismo, por su alcance universal de obra no subjetiva, se quedó obra anónima''.

Por su parte, el historiador inglés Thomas Gretton asegura: ''Hacia 1925, el nombre y las obras de Posada ya desempeñaban una función en la política cultural que estaba transformando el movimiento artístico por la mexicanidad en un programa ideológico más amplio, relacionado estrechamente con la obra de los muralistas''.

Contemplación de Orozco

No es de extrañarse, por otra parte, que La Calavera Catrina ocupe la parte central del mural que Diego Rivera pintó para el desaparecido Hotel del Prado en 1947. En Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central, el personaje aparece de esqueleto entero y se adorna con una boa de plumas, o sea, Quetzalcóatl, la serpiente emplumada de las culturas prehispánicas, en clara alusión a Tonantzin, ''nuestra madre de la muerte''. Si por un lado La Calavera Catrina lleva del brazo al autor de sus días, por el otro sostiene la mano de Diego niño.

Otro artista de la época que dejó testimonio del impacto que le causó Posada, fue José Clemente Orozco. El pintor y muralista escribió en su Autobiografía: ''Posada trabajaba a la vista del público detrás de la vidriera que daba a la calle y yo me detenía encantado por algunos minutos, camino a la escuela, a contemplar al grabador, cuatro veces al día, a la entrada y a la salida de las clases, y algunas veces me atrevía a entrar al taller a hurtar un poco de las virutas de metal que resultaban al correr el buril del maestro sobre la plancha de metal de imprenta pintada con azarcón''.

Nacido en el Barrio de San Marcos, de la ciudad de Aguascalientes, antes de emigrar a la capital del país, Posada ingresó al taller de Trinidad Pedroza, donde colaboraba en el periódico político independiente El Jicote. En el libro-catálogo de la exposición del Munal, el escritor Carlos Monsiváis señala: ''Los 300 ejemplares que tira El Jicote son suficientes como para desatar iras y hostigamientos, y Trinidad Pedroza abandona Aguascalientes seguido de su alumno José Guadalupe''. En León, Guanajuato, el binomino se dedica al trabajo comercial y religioso.

En 1888 Posada se traslada a la ciudad de México donde, después de abrir su propio taller, ingresa al de Antonio Vanegas Arroyo, en la calle de Santa Inés, donde lo veía Orozco. Su relación con la familia Vanegas Arroyo se prolongará más allá de su muerte, pues primero Blas -el hijo de don Antonio-, luego su nieto Arsacio -fallecido el pasado 26 de septiembre- y ahora su bisnieto Juan Carlos se han abocado a la difusión de la obra del grabador.

Utilización de la fotomecánica

Hace una década Thomas Gretton sorprendió al mundo académico con su estudio Interpretando los grabados de Posada: la modernidad y sus opuestos en imágenes populares fotomecánicas. Ponente del Coloquio Internacional de Historia del Arte, del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM, el historiador propuso demostrar cómo Posada ''recurrió ampliamente a la fotomecánica para producir lo que ahora se conoce como sus grabados en metal tipográfico y, también, sus grabados al aguafuerte''.

Y qué más prueba que, 150 años después, la obra de José Guadalupe Posada todavía tiene qué ofrecer. Su vigencia es indiscutible.