Directora General: Carmen Lira Saade

México D.F. Jueves 31 de enero de 2002

Política

Soledad Loaeza

Refritos y recalentados

Históricamente, en el espectro político mexicano el espacio de la socialdemocracia ha estado ocupado por el populismo. Durante los años de hegemonía del PRI esta usurpación fue uno de los principales obstáculos para el desarrollo de una izquierda sana, independiente del Estado y del discurso oficial, capaz de madurar como alternativa ajustada a los cambios que experimentaba el país. La escisión del partido oficial que encabezaron Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo en 1987, fue una oportunidad para que las corrientes de izquierda pudieran sacudirse la influencia de Lázaro Cárdenas y de Vicente Lombardo Toledano, que en los años treinta fundaron el populismo mexicano y lo invistieron como izquierda oficial para domar a la izquierda. Pero no fue así. La posibilidad se vino abajo cuando la naciente organización quedó bajo la tutela del cardenismo, que más que una opción política es un hábito de poder.

Desde su fundación en 1989 las estrategias que diseñó el Cárdenas presidente y las imágenes que cinceló Lombardo, fueron instaladas en el corazón del Partido de la Revolución Democrática que nos ofrece refritos y recalentados de esa tradición populista, que ha sido tan cara para la izquierda mexicana y para todo el país. Peor todavía, estrategias cardenistas e imágenes lombardistas llegaron a los noventa ya marchitas no sólo por el paso de los años, sino porque lo hicieron vía muchos entusiastas de Luis Echeverría, quien en su momento y por razones harto conocidas también se acogió a la generosa y sobre todo segura sombra del populismo mexicano.

En consecuencia y pese a que el populismo está estrechamente asociado con nuestra experiencia autoritaria y antidemocrática, una corriente importante del perredismo se aferra a algunas de sus ideas elementales, por ejemplo, que el pueblo siempre tiene la razón, que es bueno y santo por definición, y que como es víctima de conspiraciones en serie de los poderosos necesita un padre, un hermano mayor, una madre, como la del monumento, que lo defienda.

Dentro de la lógica populista las instituciones son los grilletes del pueblo, y su principal adversario es la aplicación de la ley. Quienes así hablan son los mismos que promueven la "cultura del reclamo y la estridencia" de la que habla Amalia García; una cultura que justifica comportamientos muy poco civilizados, que le han causado tantos problemas a la organización.

Al asumir el gobierno de la ciudad de México, Andrés Manuel López Obrador anunció a los sufridos habitantes de la entidad que él iba a gobernar para los pobres, que los ricos se las arreglaran solos. Lo mismo dijo Luis Echeverría cuando protestó como Presidente de la República. Afortunadamente para los ricos la distancia entre lo que Echeverría decía y lo que hacía, era bastante grande; así, en sus discursos denunciaba furioso a los enemigos del pueblo, pero cuando de aplicar una reforma fiscal se trataba, se prestaba solícito a la negociación con ellos para no perjudicarlos.

Así, López Obrador tampoco se toma muy en serio lo que él mismo dice. Los ricos pueden dormir tranquilos porque en lugar de distraer los escasos recursos de la ciudad en la promoción del transporte colectivo, impulsar la sustitución de los microbuses por vehículos más eficientes, ampliar las líneas del Metro o aumentar el número de vagones, el jefe de Gobierno ha decidido construir su propia pirámide añadiendo un piso al periférico y al viaducto. De esta manera los dueños de coches particulares, que somos los menos, podremos circular disfrutando de cerca los espectaculares que adornan estas vías de circulación. Podremos apreciar en detalle el encaje de la lencería que se anuncia, la ropa interior de caballero, el antes y el después de una dentadura que se ha beneficiado de una operación estética, medicamentos y protectores parecerán al alcance de la mano y no habrá ningún obstáculo entre nosotros y la ancha sonrisa de Tom Cruise, o del actor de la película de moda. Es cierto que el proyecto tiene un dejo interclasista porque con el famoso segundo piso las clientelas perredistas tendrán más espacios que bloquear, y los vendedores ambulantes, que despachan en los puntos de embotellamiento, tendrán más clientes.

Gobernar con el resentimiento social en la mano es un refrito, un recalentado que revela falta de imaginación y de ideas, pero es peor todavía porque no fomenta la cooperación entre vecinos que demanda la vida cotidiana en una ciudad tan desordenada, tan descuidada y sucia, y tan difícil de vivir como es la capital de la República. Pero nada de esto se menciona siquiera. Cuando diputados perredistas se enorgullecían de los recién votados impuestos especiales, revelaban poco contacto con la realidad porque no caían en cuenta, por ejemplo, en que en el supermercado el mero o el huachinango son más caros que el salmón ahumado, para citar sólo una de las muchas vaciedades que encubre su supuesta victoria sobre el dispendio de los ricos.

Dicen que López Obrador tiene índices muy elevados de popularidad. Luis Echeverría también los llegó a tener en el curso de su mandato. Sin embargo, a estas alturas los demás tendríamos que recordar que si la popularidad es un negocio barato para los gobernantes, para los gobernados resulta carísimo.