El susto, expulsor de las almas
Revelan estudios un mayor índice de muertes en enfermos con ese mal
KARINA AVILES
El susto fue tan grande que le arrebató el alma. La indígena Eufrosina Martínez de la Cruz nadaba aterrorizada en el arroyo y cuando pudo salir supo que las aguas ''se habían llevado'' su alma.
Se dio cuenta al pisar la tierra. ''De regreso a mi casa caminé nomás al aire, como que ya no iba pisando". Desde aquel día, hace ya siete años, Eufrosina no es la misma. Cayó en cama y hoy lucha por aliviar la enfermedad que adquirió por el susto.
La pérdida del alma asociada al susto en las culturas indígenas, tema que para algunos parece extravagante y en el peor de los casos charlatanería, ha sido estudiada desde hace 30 años por el científico universitario Rolando Collado-Ardón.
Un estudio iniciado hace tres décadas por el investigador de la UNAM, junto con los antropólogos estadunidenses Arthur Rubel y Carl W. O'Nell, ha aportado a la historia de la ciencia médica importantes revelaciones.
Los científicos descubrieron que un grupo de pacientes indígenas con diversas enfermedades, y que además habían padecido de susto -es decir, habían perdido el alma-, desarrollaron un mayor número de padecimientos, con un índice de muertes más alto, al de los enfermos de otro grupo estudiado -del mismo sexo, edad y localidad- y que registraban exactamente las mismas enfermedades que los primeros pero con la única diferencia de que no estaban asustados.
Collado-Ardón afirma que la ciencia ''no puede explicar todo y existen cosas que el desarrollo científico no puede objetar". Por ejemplo, ''yo no puedo negar el amor, la tristeza, el dolor. Y no existe un dolorímetro, un angustiómetro o un amorímetro para medirlo".
Por ello, ahora está convencido de que ''en las creencias de tal o cual persona la idea de la pérdida del alma es muy importante, y el médico debe tomarla en cuenta". Collado-Ardón, cirujano, maestro en salud pública y doctor en psicología social, destaca que un profesional de la medicina no sólo debe evaluar la parte física sino entender la parte cultural del paciente: "si la persona cree en la pérdida del alma, yo no sería capaz de impedir que recurra a los procedimientos de su cultura que la van a hacer sentirse mejor".
Lo anterior no significa que el científico crea en la pérdida del alma. Pero hay otros médicos a los que la modernidad les ha dado el título de instructor de medicina tradicional, como Gregorio Mora Díaz. El está seguro de que el espíritu puede salirse del cuerpo.
Para este médico nahua existe una diferencia sustancial entre el alma y el espíritu. La primera la define como la vida. Por ello asegura que el alma sólo puede perderse cuando la persona muere. En cambio el espíritu ''es como una paloma que tenemos en el cuerpo y por eso vuela fácil''.
Aclarada la diferencia, don Gregorio explica que ''el susto es la única causa por la que se pierde el espíritu". Pero afirma que no con cualquier susto: "tiene que ser uno muy fuerte, como que el río se lleve a la persona".
Detalla también la sintomatología de un paciente cuyo espíritu lo ha abandonado: "está triste, no quiere comer, tiene pesadillas, calentura, sueña de día, se pone delgado y hasta se llega el caso de que se hincha cuando nadie lo atiende". Este cuadro, para la medicina occidental describiría un diagnóstico de depresión.
El tratamiento de curación varía de etnia a etnia, según las costumbres. Por ejemplo, el método de don Gregorio en la sierra poblana consiste en acudir al lugar a donde el enfermo perdió el espíritu. Puede ser en el agua, en el aire o en el fuego.
"Si una persona cayó en el agua, el curandero va a ese lugar, agarra un vaso y le pone líquido del sitio en donde se espantó, junto con rosas. El vaso se mueve hacia los cuatro puntos cardinales y al mismo tiempo el curandero se pone a orar. Con una vara, uno pega tres veces en donde se cayó y menciona por su nombre a la persona: 'levántate, fulano de tal, ya vámonos, no te quedes acá'. El curandero empieza a rezar en el camino hasta llegar a la casa del enfermo para que el espíritu, con las oraciones, entre a su cuerpo. Después se le da de tomar al enfermo siete tragos del vaso con agua del sitio en donde se cayó".
La experiencia de 20 años de trabajo de don Gregorio le permite decir también que no cualquiera pierde el espíritu: "sólo el débil, porque al fuerte no se le va".
Eufrosina Martínez de la Cruz y su esposo Emeterio están de paso en la ciudad de México. Llegaron desde Veracruz y están alojados en la Casa de los Mil Colores, un albergue del Instituto Nacional Indigenista. Ella recuerda aquella mañana en que su alma se fue por el cauce. Había salido de su casa muy preocupada porque su esposo estaba muy enfermo. Caminó mucho para llegar al arroyo a lavar la ropa de sus dos pequeños y su marido.
Nadie le dijo que la tarima, a orillas del riachuelo, estaba dañada, y en un resbalón soltó las prendasal caudal. "Vi que mi batea andaba como barco. Tenía mucho miedo de entrar al agua porque hay víboras, pero como no tenía de otra, entré llorando a buscar mi ropa. Agarré lo que alcancé, pero después ya no me sentí igual".
Después de ocho días regresó al lugar para tallar nuevamente sus vestidos, pero esta vez iba acompañada de los dos niños. "Estaban cantando los pajaritos, yo estaba en el fondo y de repente salen bien gruesos, retorciéndose y luchando esos animales. Se paraban así de alto, como si fueran personas. Estaban bien largas".
El malestar se intensifica
Los niños gritaban y "quién sabe cómo, mi esposo vino corriendo y los animales se fueron. šUn susto horrible, sientes que se te arranca el corazón! Un susto en el creciente es muy feo, porque el alma se la lleva el agua. Y mi alma se me fue".
A los pocos días "me empezó a agarrar mucho sueño, miedo, con tantito que levantaran la voz sentía un golpe. Mi cuerpo se quedó débil". El malestar de Eufrosina se incrementó al grado de que cayó en cama.
La familia no recurrió, en principio, a un médico tradicional porque Emeterio, su esposo, no creía entonces en aquello de perder el alma. Así que fueron de pueblo en pueblo hasta llegar a la ciudad de México en busca de un médico que pudiera sanar la espondilitis anquilosante que padece, una enfermedad que ocasiona inflamación crónica de las vértebras y produce, entre otras cosas, rigidez y reumatismo.
Como el dolor no aminoraba y, por el contrario, iba en aumento, el padre de Eufrosina, desesperado, acudió a un curandero de Tepetzintla sin que se enterara su hija. Ya había pasado un año de aquel susto. Así que una noche se hizo el ritual. Para ello "le llevaron al curandero mi ropa y mi nombre. Yo no sabía nada, pero la misma noche me desperté y me pude mover. Mi pie ya no se quedaba encogido". Desde entonces, dice Emeterio, "uno ya cree. Aquí en la ciudad los llevan con un sicólogo o algo así, pero allá te curan de espanto".
No obstante su mejoría, Eufrosina, una mujer de 29 años, pequeña, de grandes ojos oscuros y delgada hasta los huesos, dice que además de atenderse con el curandero "he seguido con la medicina (occidental) porque es una ayuda y porque pienso que a los doctores los puso Dios para levantar a un enfermo". Pese a ello, considera que "los sustos no se curan con los doctores, porque yo no siento que haya perdido el miedo".
Conocedor de que hay médicos que se burlan o se ríen cuando les llega un enfermo que afirma haber perdido el alma, el investigador Rolando Collado-Ardón expresa que lo importante es individualizar y no generalizar al paciente, reconociendo las creencias de otras culturas.
Después de hacer la investigación de la pérdida del alma relacionada con el susto -la cual empezó con escepticismo-, ha llegado a la conclusión de que "una persona se enferma integralmente y nadie lo hace sólo físicamente".
El científico expresa que el estudio realizado con sus compañeros "fue como abrir un refrigerador histórico. Lleno de creencias conservadas que vienen desde siglos atrás". La investigación fue realizada en tres localidades de Oaxaca con dos grupos (cada uno de 50 personas) que padecían las mismas enfermedades de tipo cardiovascular, gastrointestinal y respiratorias, entre otras.
Collado-Ardón fue responsable de elaborar el instrumento para medir enfermedad orgánica, "y para mi sorpresa encontramos que los enfermos asustados tenían mayor número de enfermedades orgánicas. Después de varios años encontramos que habían muerto ocho de ellos, mientras en el grupo de los no asustados no falleció ninguno".
Por esta razón, uno de sus proyectos para este año es continuar el estudio que fue publicado primero en inglés y luego en español bajo el título Susto, una enfermedad paralela. "El hecho es que en nuestra cultura se habla de la pérdida del alma y en el transcurso de los siglos esta concepción ha estado en el inconsciente colectivo porque en la vida cotidiana se escucha a gente que dice: 'me volvió el alma al cuerpo, después de una impresión grande'. Y si uno le pregunta en dónde estaba, entonces, la gente se desconcierta", concluye.