Política y conocimiento
Una de las asignaturas pendientes más difíciles que enfrentan los partidos políticos en México es su vasta lejanía respecto al conocimiento en todos los órdenes de la existencia natural y social. Una amplia literatura de reflexión filosófico política muestra cómo y por qué en la sociedad de la información y el conocimiento -en la que vive crecientemente el conjunto de los países desarrollados- las decisiones de Estado que dan dirección a las sociedades han de estar sólidamente fundadas en proyectos estratégicos y éstos, a su vez, afincados en conocimientos de frontera. Aún más, el proyecto estratégico por antonomasia es justamente el desarrollo decidido del propio conocimiento. Sin éste, hoy ninguna sociedad va a ninguna parte.
Es más que evidente que en México no sabemos adónde vamos. No hay proyecto estratégico en el gobierno, no los hay en los partidos políticos. Ni los tres grandes, ni la chiquillería que los acompaña, parecen tener al menos una idea ?una idea al menos? de hacia dónde quieren llevar al país y cuál es la ruta que llevaría hacia ese arcano objetivo. Si ninguno de los tres grandes lo tiene, menos aún podemos aspirar a un acuerdo en lo fundamental que dé rumbo a la nación.
Nunca como ahora se ha hecho evidente ese drama, con los tres grandes absolutamente desnudos, en campaña por la renovación no sólo de su dirección política -se dice-, sino por la renovación misma de los institutos políticos que aspiran a dirigir los seis candidatos: Felipe Bravo Mena, Carlos Medina Plascencia, Beatriz Paredes, Roberto Madrazo, Jesús Ortega y Rosario Robles. Ni una sola huérfana idea acerca de la marcha del país, del lugar al que quieren llevarlo -si es que han pensado llevarlo a alguna parte- y de la ruta que sería preciso seguir.
En México los partidos políticos son instituciones de interés público que viven del erario, es decir, de los impuestos pagados por los ciudadanos. La sociedad tiene derecho a oír qué piensan quienes aspiran a formar parte de la dirección política de la nación. Frente a esta deplorable realidad, la sospecha crece: no es que tan doctos aspirantes hagan oídos sordos y se nieguen a exponer sus ideas a la sociedad. Es que, así parece, no existen tales ideas.
No es tan extraño. Una de las rutas de la democratización mexicana pasó en México por la conformación -ampliamente registrada- de un antintelectualismo galopante que pervive con pujante vitalidad. La gana democrática, especialmente en los grupos de izquierda, pasó por la autoafirmación propia de un "todos somos iguales" que hizo caso omiso de que tal tesis aludía a los derechos ciudadanos frente a la ley. Pero, entre nosotros, "todos somos iguales" sirvió de formidable plataforma al antintelectualismo ramplón en el que vivimos, que, por supuesto, no genera ideas.
Nada de extraño tiene tampoco, por ejemplo, el batiburrillo de miscelánea fiscal que nos obsequiaron los diputados: quienes saben -que no son los propios diputados- no participaron de la confección del adefesio. Insistamos, la solución es simple: que las fuerzas políticas lleguen a acuerdos sobre los objetivos y metas; que los que saben les digan cómo. En este caso era necesaria, al menos, la concurrencia de fiscalistas, de mercadólogos, de abogados expertos en la elaboración técnica de la ley, de microeconomistas y de macroeconomistas, en una tarea multidisciplinar, con el tiempo suficiente, para realizar seriamente su trabajo. En España el PSOE ha acusado a veces al PP (el partido centro derecha de Aznar) de pragmatismo, de no hacer espacio suficiente a la reflexión estratégica para el ahora español. Con todo, el PP propone para su próximo congreso tres asuntos cruciales: la sociedad del pleno empleo; las nuevas responsabilidades del Estado al comienzo de este siglo, en el marco de la Unión Europea del futuro y de la sociedad del conocimiento; y el complejo asunto español de lo que ellos llaman patriotismo constitucional. Es de llamar la atención el primer asunto para un partido que en cinco años de gobierno ha coadyuvado a crear tres y medio millones de empleados y de nuevos afiliados a la seguridad social, lo que produjo un cambio radical en la situación laboral y social española.
Para el PP, las nuevas responsabilidades del Estado es un asunto centrado en la profundización de las autonomías y el fortalecimiento de los gobiernos locales más inmediatos a la sociedad. No parece ser un asunto -para este partido- relacionado con el debate sobre la relación mercado- Estado. Finalmente, el PP quiere debatir, para profundizar, los valores, principios y el modelo de Estado que la Constitución consagra, y que ha sido la base de la convivencia y del proyecto común de los españoles.
Todo ello quiere revisar un partido de centro derecha que está en el gobierno. La verdad es que cómo desearíamos tener en México al menos un partido con ese nivel de pragmatismo.