Alberto Aziz Nassif
El habitus de la corrupción
El asunto de los mil 100 millones de pesos que salieron indebidamente de Pemex, fueron a manos del sindicato de esa empresa y terminaron como fondos de la campaña para del PRI en 2000 no es de ninguna manera una excepción o un caso raro, sino todo lo contrario: es expresión de la forma en que operó el sistema priísta durante décadas. Es, para decirlo en términos de Pierre Bourdieu -uno de los sociólogos más importantes del siglo xx, quien acaba de morir hace unos días-, un habitus, "un sistema de disposiciones durables e intercambiables que integran las experiencias pasadas y funciona a cada momento como una matriz de percepciones, apreciaciones y acciones".
En lo que parece ser uno de los grandes peculados del sistema priísta, casi todo estaba calculado, salvo una variable: perder la elección presidencial, porque si el 2 de julio de 2000 hubiera ganado el PRI, posiblemente este caso nunca hubiera sido motivo de investigación y menos un delito.
Hoy el viejo régimen, quizá por primera vez desde que se inició el actual gobierno, está contra la pared y con los dedos en la puerta. Se trata de una de las crisis más importantes para el Revolucionario Institucional después de que perdió la Presidencia de la República.
Hasta hace unos días parecía predominar la lógica del borrón y cuenta nueva y los sueños del tricolor eran una restauración en 2006. A pesar del polvo que ha levantado el caso y los coros grotescos priístas que ahora quieren la revancha, es necesario ver el bosque y no perdernos en el momento, en la declaración o el berrinche.
El caso Pemex es el primer litigio grave y relevante con el viejo régimen, pero seguramente no será el único; por lo menos así lo han anunciado los recientes descubrimientos de corrupción en la Comisión Nacional de Agua o en la Policía Federal Preventiva, y en los que se vayan acumulando en el correr de las próximas semanas, meses y años.
Imaginemos cuántas veces el gobierno priísta metió la mano en Pemex, o en otras bolsas, para financiar sus campañas o simplemente para pagar las cuentas y la acumulación ilegal de generaciones de políticos que durante décadas no le dieron cuentas a nadie de cómo gastaban ni en qué. Hoy simplemente hagamos cálculos sobre cuántas viviendas, clínicas o escuelas se pueden construir con mil 100 millones de pesos.
Desafortunadamente no se trata sólo de unas cuantas personas, las arraigadas o las demás que puedan ser directamente responsables, sino de una forma sistemática de operar que se repite como mecanismo incorporado, una segunda naturaleza, un habitus. Institucionalmente tenemos un entramado de vigilancia débil; la vieja contraloría no vio el faltante de dinero, el Congreso tampoco ni la Secretaría de Hacienda.
En un sistema de poder monopólico el viejo régimen se impone a la rendición de cuentas, porque a pesar de que el sistema político se había abierto de forma importante, pues ya no había mayoría en la Cámara de Diputados, la alternancia en los poderes estatal y municipal se incrementaba, los controles electorales habían sido neutralizados y los medios masivos estaban liberados, los intereses duros se mantenían intactos y su capacidad de maniobra reproducía un mundo de impunidad.
El caso Pemex sirve para entender que necesitamos mejores mecanismos de rendición de cuentas y que la vigilancia sobre el gasto y las finanzas de los partidos se tiene que incrementar.
El gobierno de alternancia requiere impulsar un cambio de lógica. Una vez que el primer año de Fox terminó en desencanto general debido al incumplimiento de las promesas de campaña y porque la dimensión del cambio anunciado se había extraviado, surge el caso de peculado y como en un tablero de ajedrez las piezas se empiezan a mover: el reto para el PRI será deslindarse de un puñado de operadores que violaron la ley, salvaguardar el partido y demostrar que no se trata de un habitus, sino de errores humanos, casi personales; el desafío para el gobierno foxista será doble: demostrar que, en efecto, hay un habitus de corrupción y que está dispuesto a combatirlo hasta sus últimas consecuencias, y probar, al mismo tiempo, de forma amplia y documentada, el expediente, y ganar el litigio dentro de la ley.
Tal vez este caso podría ser el inicio de un cambio de lógica, porque no puede consolidarse la democracia y convivir simultáneamente con los intereses del viejo régimen. Si este gobierno no tiene éxito en desmantelar ese habitus de corrupción en el que se reproduce el antiguo régimen y en el que se puede restaurar, la incipiente democracia mexicana estará en riesgo permanente.