El Juli, víctima de sus fans
Lumbrera Chico
En la corrida conmemorativa del cuarto aniversario luctuoso de Lumbrera, El Juli fue víctima de su propio público, esto es, de la ignorancia y el frívolo mercantilismo de la moda. Pero la noticia principal, en todo caso, es que el "fenómeno" mejor publicitado en el mundo taurino de los años que corren ya no es capaz de llenar hasta el reloj la Monumental Plaza Muerta. Despobladas estuvieron ayer, en efecto, las zonas altas del segundo tendido de sombra, y semivacías las de general en ambos climas, porque la desastrosa administración de Rafael Herrerías es capaz de frustrar hasta el negocio más sencillo, como este de promover a una figurita pasajera y venderla en el momento más oportuno.
El Juli convocó a una muchedumbre de villamelones que no entendió su faena al sexto manso de Fernando de la Mora. Obstinado en criar toritos de dulce, el ganadero atestiguó el fracaso de sus empeños, porque a la sangre de las reses que trajo al embudo de Insurgentes se les pasó la mano en cuanto a suavidad y docilidad se refiere, pero les faltó absolutamente el ingrediente de la bravura, con la notable excepción del último del encierro que fue un toro de lidia en toda la extensión de la palabra.
Los mayoritarios seguidores de El Juli corearon con gusto las chicuelinas extraordinarias que El Zotoluco le cuajó en los medios a su primer enemigo, y se tragaron felices los trapazos que el valiente diestro capitalino derrochó ante su segundo burel, en una faena ratonera y cavacista, culminada con un golletazo, que el juez Manuel Gameros premió en forma grotesca e indigna con dos orejas, mismas que suscitaron la protesta popular y obligaron al supuesto "triunfador" a guarecerse contrariado entre las tablas.
Llegó, entonces, el sexto de la tarde, un descastado que se rajó ante el caballo, sin dejar de bajar el testuz con nobleza pero sin empuje, y que en el tercio final, ahogado hasta la asfixia, se prestó al juego tremendista y encimista de El Juli, quien sin embargo le extrajo espléndidos muletazos con derroche de temple, logrando una meritoria faena. Lo incomprensible es que cuando el ex niño pinchó en sus dos primeros viajes, los villamelones siguieron palmeando con ternura para no desanimarlo, y cuando al tercer intento cobró un estoconazo a toro parado, sus fans olvidaron pedir la oreja que el abyecto juez ya tenía concedida en el pañuelo que asomaba de su mano. Así, la actuación más importante de la tarde, se redujo a nada, porque cuando un torero se dedica a cultivar la lealtad de la ignorancia y no de la afición, sólo puede esperar reacciones esquizofrénicas como esta.
Qué plaza más ridícula: la empresa anuncia a un rejoneador, lo cambia sin explicación por otro que se fractura una mano la víspera y saca a un tercero que ni siquiera sabía montar, ya no digamos torear a caballo. El juez premia una faena abominable como la de El Zotoluco, se va en blanco ante la de El Juli y después le otorga dos inmerecidas orejas a Ignacio Garibay, que nunca se enteró de la clase de toro que le tocó en suerte.