La Jornada Semanal,  27 de enero del 2002                         núm. 360
 Dos poetas

Elegía de Filadelfia
Marco Antonio Campos

A Juan de Dios Vázquez

Viví en el mal de años, digamos tres,
viví y el calendario señalaba
milnovecientossetentaysiete
Crédulo me decía que la vida se hace
como el bronce en las manos de Rodin,
como las parejas enlazadas de Rodin,
y lo decía Eleonora al caminar bajo
el follaje de los fresnos y las casuarinas
de las plazuelas de San Sebastián
en el íntimo y rinconero barrio de Chimalistac
en el gran barrio de San Ángel

Emerjo del Subway y me sumerjo en la marea de gente
que sale de la mole ennegrecida del City Hall
En sólo dos siglos este país poderoso
deshizo al mundo para hacer su país
Tomó por asalto a los mexicanos
para hacerse él
Como casi todo pueblo, el nuestro,
salvo en libros de historia, no mira ni siquiera
el rostro mutilado que el salteador le dejó
Hace ya varias generaciones de hombres,
que pasaron como generaciones de hojas,
que nos arrancaron la mitad del rostro
y somos vistos con los ojos del perro,
que mira desde la puerta de la casa,
con fauces abiertas, a punto de arrojarse,
al perro del vecino que merodea hambriento
No es lucha de perros, ni siquiera eso,
me digo mientras deambulo
bajo un cielo color trístido en la mañana gris,
y desciendo calle Chestnut, una calle rectísima
con tiendas de baratillo y de comida rápida
y construcciones de vidrio y acero y ladrillo rojo,
pero detrás de cuyas paredes se alcanza a ver
el dinero de los hurtos gigantescos que
ha servido para comprar el gran arte
y para pagar a hombres que numeran y marcan
la piel y la carne de animales y bestias
en el matadero gigantesco de Wall Street

Pasaron veinticuatro años,
claro, veinticuatro años
La luna, la leve luna, que dio el azahar a otros,
no me lo dio a mí, y en la premura
del verano líquido terminó todo
en escenas de boda convencional
de una pareja seguramente dichosa
Yo sentí (igual que dos años antes),
cuando me negó absolutamente,
cuando como cierva asustada
buscaba el hueco en el bosque
para engañarme en su huida,
yo sentí que los platos y tazas de mi casa
se caían a pedazos en mi casa
Que muros y muebles se ensombrecían
Que del libro más optimista o baladí
no lograba pasar por mi tristeza
de la página cinco o la nota dieciséis
Que de pronto en mis libros y cuadernos
lucía su nombre escrito que se rompía
en su luz múltiplemente y me rompía
la luz del alma en el día contradictorio
Que daba lo mismo todo
Ya daba lo mismo todo
Ay de aquellos que no oyen a tiempo
el canto de las sirenas, o no lo oyen,
porque el amor pasa como las naves,
porque el amor pasa como las aves,
y no vuelve.

Vaya año oscuro ese año del ’77
Fue la única época –la única–
que tomé a diario tranquilizantes
Mi cuerpo de triple roble se debilitó
y nada me regresó la fuerza antigua
Yo no sabía en ese momento
que los años vigorosos se ensombrecían,
que una desconfiada pero violenta madurez
empezaba en los siguientes meses cuando
arrojé a la basura las pastillas de los tranquilizantes,
y viví, o seguí viviendo, o creí seguir viviendo
como mejor pude

Doy vuelta en calle ocho y viro a calle Walnut
Entro al café de La Cigale
Saludo al propietario Se llama Atman
Canadiense pero presenta su café como francés
Ordeno un doble expreso Me siento
Bebo lentamente el expreso
Hacer la vida como el bronce en las manos de Rodin,
nada más bello que las parejas enlazadas,
como decía Eleonora en las conversaciones
bajo los árboles de las plazuelas y de las calles verdes
en el barrio de Chimalistac

Pero fue menguando la fuerza corporal de juventud
Pero mi vida acabó pareciéndose al barco de papel del niño
que un hombre arruga y lanza al suelo con furia
mientras el llanto le cierra la garganta
Arruiné gran parte de mi vida, pero jamás me vio nadie
escupir la ética en el charco sucio del jardín,
y eso, en verdad, es lo único que entrego,
es decir, algo que no se palpa ni se ve,
y tal cosa en México, vamos, ni quien la tome en cuenta
Por eso a nadie le importa
Pero eso a nadie le importa
En México cualquiera habla
de "conciencia tranquila" o poder "ver de frente"
a los acusadores y a la gente de bien
Por eso a nadie le importa si lo digo
Pero eso a nadie le importa si lo digo
El peor de todos vomita y escupe sobre la camisa blanca
del mejor y después lo acusa ante la justicia
o lo vulnera ante la opinión pública

Salgo del café y cruzo la calle
Oigo a lo lejos las navegaciones fluviales y las llegadas
al puerto de las imágenes de los sueños de William Penn
Ha habido días fríos
                            nublados
                                        de claro sol
Salvo los almendros y los arces en la universidad
los árboles de Filadelfia están desnudos,
pero los pájaros ya llegan a las plazas
                                                 al saber de marzo,
y las ardillas, con sus colas mayores que su cuerpo,
retozan en la hierba, brincan, picotean migajas,
desprenden el vuelo del vuelo de los árboles

Entro casi a ciegas a Washington Square,
entro y oigo las voces de miles
de soldados que hicieron este país,
entro y cruzo la plaza y sigo directo
y entro a calle Spruce
y sigo y no paro hasta llegar al río,
donde en las aguas contemplo las sirenas
que un día creí que cantaban para mí.


Líneas pensadas por Salvador Díaz Mirón dos semanas antes de morir

Francisco Hernández

A Manuel Sol

Al llegar a buscarme saltarán mis huesos.
Serán los últimos despliegues vitalicios
amén de una señal respiratoria.
Porque mis huesos jamás se asfixiarán
lejos del aire. Por su álgebra fantástica
y polvosa desfilarán las costas de Galicia,
la cara de Galdós tan sardinera,
lo mortuorio en mi fiel abrigo negro,
los ventisqueros albos, la entreguerra,
el puro y el café –vaya nostalgia–,
los cantábricos mapas de las ostras,
las nubes emisarias, el cirio, el ser del viento.
Al llegar a buscarme saltarán mis huesos.
No pueden reposar si no despuntan,
como la madrugada, hacia unos brazos
donde aún se espesan placeres o martirios.
Ha de poder leerse mi cráneo de corrido.
Ecos de la Academia Newton, tan cubana,
resonarán tras mis occipitales.
De Napoleón algo habrá de advertirse
entre los húmeros y en los nudillos
de mi mano izquierda se verá la torpeza
de una constelación aguijoneante.
Al llegar a buscarme saltarán los nimbos,
la lluvia resecará sus maldiciones
y en mi osamenta sangrará la espuma.