El Teatro de los Gatos demuestra que los felinos no siempre están comiendo ratas
Ť El payaso ruso Yuri Kuklachev comandó a decenas de mininos y un perro
Ť Los animales realizan diversas suertes con entusiasmo y hasta divertidos
ARTURO CRUZ BARCENAS
El pasado viernes, Yuri Kuklachev cumplió en el teatro Metropólitan el arte para el que nacieron los payasos: hacer reír. Hizo sentir que la vida puede ser más divertida, a pesar de lo que se cruce. Pero no lo logró solo. Le ayudaron decenas de gatos, algunos malabaristas y un perro, quienes ofrecieron una singular versión de El cascanueces, de Piotr Ilich Chaikovski.
En la conferencia de prensa previa, Yuri había dicho que no revelaría el secreto que le permite trabajar con los gatos, animales reacios a hacer cualquier cosa que se les indique. Pero por la manera en que el artista los trata en el escenario hizo más que evidente su descubrimiento: quiere a esos peludos como nadie, les acaricia el pelo, les soba la columna, los toma suavemente de las patas. Les da las gracias por lo que hacen, lo cual les gana el pan y el agua diarios.
La mayoría de los asistentes tienen gatos en sus casas, los cuidan y los consideran miembros de la familia. Fueron los que más se divirtieron. Pero llegaron varios que sienten repugnancia por los felinos, los rechazan y se les figuran seres siniestros. No los toleran y si pudieran los desaparecerían de la faz de la tierra. Pero al ver al payaso ruso Yuri desarrollar una síntesis del ballet El cascanueces y en varias escenas ver correr a los maulladores, algunos comprendieron que los entes nocturnos no son tan malos o tenebrosos ni están ligados al mal, ni siempre están comiendo ratas.
El príncipe fue convertido en un ser de sonrisa grotesca. Las ratas hicieron de las suyas con el hechizo. La princesa le dio al héroe el beso sin sentir repugnancia. En la batalla el bien triunfó sobre el mal, lo mismo que el amor sobre el odio. Algunos silbaron el clásico tema del ruso. Yuri tocaba una corneta y la tonada se pegaba al oído.
¡Eh!, pero eso es un circo. El payaso demostró sus tablas y procedió a hacer del Metropólitan una pista circense. Auxiliado por otros dos payasos, empujó sobre las cabezas del público cuatro pelotas. Fue un momento divertido. Una nueva sorpresa: otra pelota, pero cinco veces más grande. Otra vez sobre las cabezas.
Un payaso debe saber malabarismo. Yuri juega con unos aros. Hace volar algunos que caen en su cabeza. Pide un colaborador de la primera fila, le lanza los aros y el muchacho demuestra que el tino no es su fuerte. Algunos de los objetos caen al suelo, mientras otros le pegan en la cabeza o en los hombros. Yuri le pide que ahora él le aviente los aros y que ensarte su cabeza. Igual de negado, pues los aros van a caer lejísimos. Eso provoca risas. En unos minutos Yuri ya tiene al público en la diversión del circo, su hábitat.
Vuelven a aparecer los gatos, los cuales ahora desquitarán su comida. Realizan algunas suertes. "Les queman las patas para que se condicionen, ningún gato hace eso por voluntad propia", se oye decir a algunos dubitativos. Pero los felinos tienen la cola parada y muestran el rabo, signo de que les gusta lo que hacen. Cuando un gato está nervioso tiene la cola entre las patas o abajo, o de plano caída. Es más, si no está a gusto simplemente se va. Quien lo quiera obligar se llevará un recuerdo de sus afiladas uñas.
Algo les dijo Yuri al oído. Y juegan, se divierten caminando sobre los hombros, sobre el cuerpo que gira. Uno más empuja una carreola; otro un carrito. Uno más se siente gimnasta y apoyado sobre sus pezuñas soporta su cuerpo, en un alarde de control, de fuerza en el antepata, porque eso no es un antebrazo.
Fue el Teatro de los Gatos que el payaso ruso presenta
en el teatro Metropólitan y que seguirá hoy y por cuatro
fines de semana más, hasta el 17 de febrero. Boletos e informes
al 5540-4172 y el sistema Ticketmaster, al 5325-9000.