Carlos Bonfil
La princesa y el guerrero
Un pabellón de psiquiatría como refugio para un asaltabancos obligado a hacerse pasar por loco; una enfermera de pasado tan enigmático que bien pudiera ser paciente del propio manicomio o virgen protectora de los faltos de amor y de cordura; una historia de amor difícil, accidentada, imprevisible como el relato mismo que le da organización y sustancia; el ladrón y la doncella: figuras arquetípicas de un cuento de hadas posmoderno situado en Wuppertal, Alemania, en la época actual. La princesa y el guerrero (Der Krieger und die Kaiserin, 2000) es el largometraje más reciente del joven realizador alemán Tom Twyker, conocido en México por su debut fascinante, María mortal (Tödliche Maria, 1994), un poco menos por su segunda cinta, Winter sleepers (1997), de exhibición fugaz en la Cineteca, y mucho más por la muy célebre Corre, Lola, corre (Lola rennt, 1998), estelarizada por Franka Potente, su actriz fetiche y compañera.
Lo notable en el estilo de Twyker, lo que más ha deslumbrado a cinéfilos y jóvenes seguidores del cineasta, es su manera de yuxtaponer niveles narrativos y claves interpretativas a menudo contradictorias y absurdas, todo en un mismo impulso frenético que al final muestra originalidad y coherencia. El espacio urbano es, desde Corre Lola, corre, la escenografía indispensable, el reflejo magnificado de los estados de ánimo, inquietudes y paranoias de los personajes, y con mayor frecuencia, de la furia romántica que los arroja a los territorios de la predestinación y de las casualidades -de la perversa combinación de circunstancias adversas-, donde desafían todo a fin de procurarse una máxima gratificación amorosa. En La princesa y el guerrero, Sissi (Franka Potente) es la gran figura romántica, la heroína dispuesta a superar, como en todo cuento de hadas, los obstáculos que se levantan entre ella y el objeto amado, Bodo (Benno Furmann) -con la salvedad de que es el propio Bodo quien coloca, una a una, todas las barreras.
Atrapados sin salida. El hospital psiquiátrico donde trabaja Sissi es el lugar simbólico donde se libra la última batalla galante en la que la joven tiene el papelprincipal en tanto seductora, estratega y asaltante de afectos. Antes ha habido una divertida comedia de equívocos en el interior de un banco, durante el asalto fallido que decide, al menos, la primera victoria sentimental de la protagonista. Mucho antes, al inicio de la cinta, en una secuencia formidable, Bodo había salvado la vida de Sissi: una traqueotomía en el lugar mismo de un accidente, un acto de generosidad espontánea del bandido prófugo; de algún modo, un pacto de sangre.
Franka Potente, quien ha venido realizando incursiones en el cine hollywoodense (la más reciente, Inhala, Blow, de Ted Demme), refrenda al lado de Twyker su enorme versatilidad y su inigualable combinación de fragilidad y arrojo. Es ella quien conduce la verdadera cruzada amorosa que consiste en derrumbar las resistencias del galán esquivo (Twyker resume en flash backs la frustración paralizante de Bodo luego de la muerte de su primera compañera -su duelo interminable). Las soluciones del realizador son fantasiosas, llenas de ingenio, y proponen desenlaces por demás ambiguos. En algunas revelaciones dramáticas, Twyker abandona el estilo de Corre Lola.. para adentrarse, una vez más, en el clima enrarecido de María mortal, con algo de sus símbolos y sugerencias sicoanalíticas. No hay gore, propiamente dicho, ni truculencias homicidas, pero sí un largo ejercicio de exorcismo a través del cual la pareja se libera paulatinamente de fobias y fantasmas.
Puede sorprender esta amalgama inesperada de estilos; por un lado, el desenfado del Twyker explorador del paisaje urbano, cronometrista de emociones, furias y desencantos sentimentales, espíritu lúdico, levemente anárquico; y por el otro, las elucubraciones de quien se abisma en la sordidez familiar y en los espacios claustrofóbicos- el hospital siquiátrico, corte de los milagros de la miseria humana; el impulso parricida reprimido, el trauma infantil y las heridas sin cicatrización posible. Este juego de opciones estilísticas, que pudiera parecer dispersión y capricho, es justamente la complejidad que enriquece a La princesa y el guerrero, al punto incluso de colocarla, en ocasiones, por encima de su célebre antecesora, la estupenda Corre, Lola, corre. De lo mejor en cartelera.