Arrumbado, plan de seguridad que pudo evitar la tragedia en Coahuila
Ť Los obreros laboraban sin equipo de protección para extraer carbón en un tiro lleno de agua
Ť Familiares de los accidentados se aferran a la esperanza de que hallen a alguno vivo
ROSA EVIRA VARGAS ENVIADA
Minas deBbarroteran, Coah., 26 de enero. En algún escritorio de la delegación de la Secretaría del Trabajo en Saltillo se empolva desde diciembre el proyecto de reglamento de seguridad para la operación de las minas verticales de carbón, elaborado por ingenieros, técnicos y concesionarios a raíz de la explosión en el pozo La Morita, en septiembre del año pasado, donde murieron doce obreros.
Hacerlo con carácter de urgente, pidieron funcionarios de alto nivel, para tenerlo como norma obligatoria de los poceros y evitar nuevas desgracias en esas ratoneras que se excavan sin más limitación que el nivel de las ganancias que reporta el mineral que se vende a la Comisión Federal de Electricidad para las carboeléctricas de la zona norte.
Ese reglamento no era otra cosa que el modo en que la Secretaría del Trabajo buscaba tapar el pozo que se tragó a los hombres hace cuatro meses por el estallido de gas metano. Hoy ya poco importa que nadie se haya apresurado a ordenar su cumplimiento porque, ahora en La Espuela, el miércoles, se ahogaron otros trece hombres cuando picaron la pared de una mina abandonada que estaba cargada de agua.
Extraían carbón, lo dicen todos aquí, operando con la norma, esa sí general, aplicada en cualquier pozo: sin ninguna medida de seguridad, sin el equipo de excavación ni la protección o los elementos necesarios para disminuir los siempre elevados riesgos de trabajar en el subsuelo.
Y es que en la Norma Oficial Mexicana 121 que rige la seguridad e higiene en tajos, minas metálicas y minas de carbón, ni se menciona a estos pozos. Por eso, en la elaboración del reglamento, luego de muchas disputas, y de vencer los argumentos de incosteabilidad de los concesionarios, los ingenieros en minas entraron a una detallada descripción de todo lo que debía tenerse como elemental protección en estas minas verticales en materia de ventilación, fortificación, polveo, uso del malacate e instalación de castillos.
El problema es, dice un ingeniero que participó en las prolongadas sesiones del comité de expertos, que aquí "cualquiera es pocero, porque el carbón deja mucho dinero y ellos quieren pura ganancia".
Y ya que todo mundo asume como un hecho natural que en los pozos se trabaja en malas condiciones, y a nadie parece importarle, pues a darle, "porque ser minero es sino y destino".
Mientras tanto, no hay reglamento
Esta noche, para los equipos de rescate de las poderosas minas de arrastre que operan en Múzquiz, Sabinas y Rosita, el todavía alto nivel del agua, lo débil de las paredes de la mina y el amasijo de lodo, madera, fierros y carretillas que formó la inundación habían hecho imposible el rescate de los seis cuerpos que aún permanecen en el interior.
Los familiares de estos mineros transitaron a lo largo del día por etapas crecientes de desesperación y angustia. Están inconsolables, pero no se separan de la ilusión de que algunos sigan vivos. Y se aferran para ello a las decenas de historias de sobrevivencia que todos conocen: "¡Cómo no!, si hubo uno que aguantó una semana, hasta que lo rescataron vivo, porque cuando se produjo el caído (derrumbe) quedó en una campana de oxígeno".
Sin moverse desde el miércoles del lugar conocido como La Florida, donde está el pozo, y sin más protección que unas lonas que de nada sirven para atenuar un frío que cala y apenas si disminuye un poco cuando el sol anda por ahí, no entienden que se tome tanto tiempo rescatarlos.
Y les vienen entonces la rebeldía y el coraje con las autoridades de protección civil. Ellos conocen el pozo y pueden bajar. Ya trabajaron ahí y saben las galerías que tiene La Espuela; ellos saben por dónde seguir. Traigan a más buzos, exigen también. Entren por el otro pozo de ventilación, que está a treinta metros y a través del cual podría llegarse por atrás a la zona de la inundación...
Sergio Robles Garza, director de Protección Civil, sabe que todos aquí son expertos en pozos -lo que resulta paradójico, porque no les sirve para exigir seguridad en su trabajo y viven el eterno riesgo de los accidentes- y debe tener respuesta para todas las alternativas que proponen los familiares de quienes están todavía abajo.
Sin embargo, y aunque aquí ya están los buzos, aunque ya se trabaja con seis bombas extrayendo agua simultáneamente, que las grandes minas han enviado a sus más experimentados y arrojados rescatistas, que los estudios topográficos establecen que ese, el tiro de La Espuela, es el único para llegar al lugar del accidente, las autoridades conceden y realizan la operación de bajar un hombre por el otro pozo, aunque ahí no haya motor y el descenso deba hacerse en forma mecánica.
La opción resultó, como se había previsto, absolutamente inútil, lo que retrasa una vez más el rescate y sólo produce el efecto de aumentar la angustia y la desesperación de los familiares.
Otra evaluación... Y ya de nuevo en La Espuela, descienden los rescatistas, pero al mismo tiempo los mineros se insubordinan y quieren a fuerza ser ellos los que desciendan.
Eso va contra las normas internacionales de seguridad, les insiste el representante de Protección Civil. No importa, arremeten. El momento se tensa e incluso los elementos del Ejército que custodian la zona deben replegar a la gente.
Y es que ya son varios días de angustia acumulada, de esa tristeza que sólo saben vivir los pobres cuando se les muere un ser que aman.
La subcultura del minero, algo que debe cambiar
También son momentos para recibir la solidaridad, virtud que los mineros han hecho su ley desde siempre, por saber cómo la están pasando los que hoy perdieron a su hermano, a su padre o a su hijo, porque apenas hace cuatro meses pasaban el mismo trance.
Llegan aquí las viudas, madres y hermanas de los doce que murieron en La Morita y traen para todos -lo han hecho desde el miércoles- algo de comida y café. Sufrieron, y saben lo que hoy se vive en este pozo.
Por la mañana, Reynol Garza, de apenas 21 años, fue enterrado en el panteón de Barroterán. Una multitud dolida, incapaz de resignarse, dejaba sus lágrimas y sus flores en una tierra dura, seca, pesada. Una tierra a la que hay que horadar con trascabo hasta para abrir una sepultura.
El padre Alejandro Castillo, párroco de Rosita, tiene muchos años y mucho conocimiento de la que llama "subcultura del minero" y que define como una fatalidad, un aceptar que todo puede ocurrir cuando se trabaja en una mina, pero también hacer muy poco, o nada, para exigir condiciones elementales de seguridad.
Una suerte de resignación de quienes saben desde siempre que aquí no hay otra actividad para ganarse la vida. Por eso lo hacen y aceptan trabajar sin protección.
Pero a sacudirse de esa maldición, de esa carga o destino, los llamó con su mensaje el obispo Raúl Vera, el viernes que estuvo por aquí. Si con la mina no se juega, con la vida tampoco, dijo.
"Estoy seguro que a ustedes lo que más les interesa es la vida de sus seres queridos, por lo que hay un modo de frenar esta situación, y es trabajar por una mejor normatividad de seguridad, porque no deben de correr más riesgos", les llamó el sacerdote.
Nadie pone freno a los pozos. Los proyectos de reglamento se empolvan y desde el mes pasado, la Secretaría del Trabajo no tiene delegado en Coahuila.