Angeles González Gamio
La Candelaria
Después del 25 de diciembre, cuando se conmemora el nacimiento de Jesús, y del 6 de enero, con la adoración a los Reyes Magos, uno de los festejos con más arraigo popular es el Día de la Candelaria o de las Candelas, que se celebra el 2 de febrero. El nombre se deriva de las candelas o velas con que se acompaña la imagen del Niño Dios que se lleva a bendecir ese día, cuando se recuerda la presentación del Niño Jesús en el templo.
Muchos siguen la costumbre de que el que saca el muñeco en la Rosca de Reyes que se parte el 6 de enero tiene que invitar la tamalada el Día de la Candelaria, además de vestir de gala a la diminuta figura, que años atrás era de porcelana. La mayoría de los creyentes tiene su niño de pasta o madera, a veces de tamaño natural, que se esmeran en vestir lujosamente para la ocasión y no desmerezca en la procesión que se hace en muchos templos, en la que se pasean los niños con su vela y un ramito de romeros; la caminata concluye con la solemne bendición en la que los padres y padrinos aprovechan para que se bendiga también a los niños de carne y hueso; después, la misa. Como tiene que ser, el asunto concluye con un agasajo gastronómico en el que el mole y los tamales no pueden faltar.
En estos días los que visten niños están atareadísimos, pues cada año las pequeñas figuras deben estrenar atuendo. La tradición dice que durante el primer año se tiene que vestir de blanco, bajo la advocación del Niño de las Palomas, y se acuesta en una canastilla de mimbre para que recuerde al recién nacido; el segundo año se viste de Niño de Praga y se puede sentar en una sillita; el tercero el atavío es del Niño de las Tres Potencias, con la cabecita coronada de tres rayos dorados, un cetro de mando y una esfera en las manos que representa al mundo.
A partir del cuarto año queda al gusto, y las posibilidades son múltiples. En la plaza donde estuvo la iglesia del majestuoso convento de La Merced, en esta temporada se instalan decenas de puestos en los que se visten los Niños Dios y se expende toda clase de artículos relacionados con el festejo.
Allí puede ajuarearlo como médico, Santo Niño de Atocha, San Juditas Tadeo, San Francisquito, Martincito de Porres, el Niñopa de Xochimilco, de Juan Pablito, imitando al actual Papa, o del ahora muy popular Juan Dieguito, y muchos modelos más que le muestran en coloridas estampas para que escoja el suyo, o si lo prefiere hay atuendos ya elaborados que con suerte le quedan a su Niño y ya no tiene que esperar a que le toque el turno para que lo vistan, pues la demanda es mucha; desde luego que así puede escoger detalles especiales para que sea el más elegante de la ceremonia.
Es buena ocasión para recordar la historia de la plaza: a fines del siglo XVI, llegó a México la orden de los Mercedarios, de la que ya hemos hablado en otras ocasiones, por lo que ahora sólo recordaremos que al ser una de las últimas congregaciones religiosas que arribaron a la ciudad de México, le tocaron unos terrenos cercanos a las orillas de la traza, en el corazón de un populoso barrio comercial, cuyo imponente convento habrían de bautizar como La Merced. La construcción conventual fue demolida a mediados del siglo XIX, por la aplicación de las Leyes de Exclaustración, con la excepción de su maravilloso claustro, alhaja del barroco con fuertes reminiscencias árabes.
Ya hemos comentado que en la parte que ocupaba el templo principal se edificó el primer mercado de La Merced, mismo que fue demolido a fines del siglo XIX, para sustituirlo por el enorme que existe en la actualidad, inaugurado en 1890. El vetusto edificio, que conservaba partes del antiguo convento, fue totalmente arrasado para hacer esta plaza, a la que se dio el nombre de Alonso García Bravo, en homenaje al hombre que realizó la traza de la ciudad española.
Pero lo mejor es ir a darse una vuelta por el lugar, para presenciar en vivo esa bella tradición que subsiste con tanta fuerza en estos añejos rumbos y, si es bueno para la cocina, ir al cercano mercado de La Merced a comprar los ingredientes para hacer sus propios tamales y admirar el grandioso espectáculo de las torres de hojas de maíz y de plátano, listas para proveer de su artesanal envoltorio al rico platillo de origen prehispánico. Si el asunto se le hace complicado, siempre puede ir al antiguo café La Blanca, en la avenida 5 de Mayo, y pedir sus tamales acompañados de chocolate o café con leche que le ofrecen en un gran vaso, preparado a su exacto gusto con el concentrado líquido de café, que sirven de una jarra y que se complementa con espumosa leche.