La legitimidad del Estado de Israel
No puedes dejar de sorprenderte de la cerrazón del gobierno israelí al impedir que el presidente aceptara la invitación de la Autoridad Nacional Palestina a participar en una reunión especial en Ramallah.
El presidente israelí, señor Katzav, tenía mucho interés en aceptar la invitación y de hecho pensaba proponerle a la Autoridad Nacional Palestina un alto al fuego de un año, para que durante ese tiempo se reuniesen ambas partes y dialogaran a fondo hasta alcanzar un acuerdo parcial o total.
¡Qué importante era que en esta época de odio y violencia el presidente de Israel saliera de su residencia de Jerusalén y recorriese los pocos kilómetros que separan Jerusalén de Ramallah! De esa forma podría haber sido recibido con todos los honores y habría podido llamar a un alto el fuego. Y aunque no hubiese salido nada de esa reunión, aunque al final no se hubiera producido el alto al fuego tan deseado, esa invitación y ese encuentro habrían tenido enorme importancia. En cualquier caso, ya estamos viendo en el terreno signos claros de que la Autoridad Palestina es capaz de frenar a las organizaciones terroristas e impedir de momento nuevos atentados.
El conflicto entre palestinos e israelíes no se parece a otros conflictos que se dan entre dos pueblos. Sin duda hay conflictos mucho más graves y violentos, pero el israelí-palestino es el más profundo y posee índole especial, ya que en su base está el hecho de que los árabes en realidad no reconocen la legitimidad de los judíos para regresar a su antigua tierra y establecer una entidad nacional aparte. Ahora, y sin remedio, parte del mundo árabe está dispuesto a reconocer la existencia del Estado de Israel y llegar a un acuerdo de paz con él bajo determinadas condiciones, pero todavía no están dispuestos a fundamentar ese reconocimiento otorgándole legitimidad moral y sentimental al Estado judío.
Esta falta de legalidad influye en muchos aspectos, como por ejemplo, en el hecho de empecinarse en el derecho de retorno de los refugiados a territorios dentro del Estado de Israel, considerando que la guerra del 48 y la partición de la ONU son una injusticia y, por tanto, hay que intentar reducir en la medida de lo posible los daños y las consecuencias que esos acontecimientos trajeron.
Los árabes siempre tratan de negar los componentes nacionales que forman parte de la identidad judía, en la que ellos sólo ven aspectos religiosos. Además, saben recoger de la realidad hechos auténticos que pueden confirmar esa idea. Por eso, cuando se rompen las negociaciones entre israelíes y palestinos, y cuando vuelven la violencia y el derramamiento de sangre, surge nuevamente esa falta de legitimidad por la que los árabes se niegan a aceptar a los judíos como un pueblo con los mismos derechos que ellos, y eso, sin duda agrava aún más la situación.
¿Cómo se puede acabar con esa ilegitimidad sustancial que provoca una desconfianza cada vez mayor por parte de los judíos, desconfianza que los hace más inflexibles y que impide la posibilidad de llegar a un verdadero acuerdo basado en la creencia auténtica de que de verdad se está alcanzando la paz y de que no habrá marcha atrás? Con sólo argumentos lógicos es difícil que los judíos puedan luchar contra esa falta de legitimidad, porque los árabes niegan la vigencia del derecho histórico de los israelíes a volver a su tierra tras un larguísimo exilio, pero además la escurridiza y problemática identidad judía, en la que convergen los componentes pueblo y religión, produce una confusión difícil de superar sólo con argumentos racionales.
Por tanto, tiene sentido esforzarse por encontrar vías de encuentro entre ambos pueblos y conseguir un acercamiento más íntimo y personal mediante sus viejas tradiciones, su folclor y su religión. Los judíos intentaron apaciguar los ánimos de los árabes y ganarse su legitimidad prometiendo el desarrollo económico de la zona y la llegada de innovaciones tecnológicas, pero esas cosas no son las que seducen a los árabes, algunos de los cuales son reacios al avance tecnológico que puede acabar con antiguas tradiciones. Ellos quieren saber quién es el que ofrece esos regalos y cuál es su postura hacia ellos: ¿es alguien extraño y ajeno el que desde su superioridad tecnológica trae "juguetes caros" o es un vecino hacia el cual se puede sentir cariño, alguien que va a buscar también tu consejo y ayuda?
Los judíos nunca les dijeron a los árabes: "Mirad, nosotros somos un pueblo que vive en una situación de exilio y diáspora extraña y anormal, situación que nos ha acarreado muchísimas y terribles penalidades. Ha llegado la hora de que también nosotros, como cualquier pueblo, encontremos un trozo de tierra para poder ser dueños de nuestro destino y vivir una vida normal como Estado y como pueblo, algo a lo que todo país tiene derecho. Por favor, ayudadnos a llevar a cabo este proyecto para normalizar nuestra situación. Echadnos una mano para solucionar el problema judío, que tiene consecuencias en todo el mundo, incluido el mundo árabe y musulmán".
Los judíos no se dirigieron a los árabes como gente necesitada en busca de ayuda para resolver su incómoda situación, sino como unos extraños desconfiados que sólo creían en sí mismos. En el mejor de los casos, los judíos llegaron prometiendo avances tecnológicos y desarrollo económico, pero sin buscar ayuda u orientación o siquiera simpatía hacia el proyecto para sentar las bases de una independencia nacional que, tras el Holocausto, recibió un trágico impulso.
La falta de sintonía entre judíos y árabes fue creciendo y, en lugar de empatía, cada vez había más hostilidad y desconfianza. Los árabes sentían que sus tradiciones y su cultura no eran suficientemente valoradas por los judíos, quienes todo lo consideraban folclor.
Y resulta que ahora, en pleno auge de la violencia, varios orientalistas judíos tienen una brillante idea: aprovechar una tradición árabe, la hudna, para intentar conseguir algo de calma en la zona. Se trata de una ceremonia que se lleva realizando durante siglos en la región de Medio Oriente. Su objetivo es evitar que dos familias sigan enfrentadas y tratar de que salgan del círculo de la venganza. La idea era, por tanto, aprovechar la tradición árabe y musulmana para llevar al presidente de Israel al Parlamento palestino y que allí lamentase la muerte de inocentes en ambos lados y llamase a un alto al fuego de un año y todo ello siendo fiel al espíritu de la hudna árabe.
Los palestinos, debido a su penuria y tal vez por un deseo de bajarse del árbol que los llevó a la locura de iniciar la intifada de Al-Aqsa en plenas conversaciones de paz en Camp David con el auspicio de Clinton, aceptaron la idea. Quizás, al seguir una costumbre árabe, se imaginaron que podían aceptarnos como familia vecina con la que hay que llegar a un acuerdo. Cuando los palestinos reciben a una delegación israelí siguiendo la ceremonia de la hudna, proclaman un alto al fuego que la población palestina puede entender y respetar, ya que es una propuesta que rinde honor a su tradición y a sus costumbres.
En la hudna no hay vencedores ni vencidos. Supone una tregua, un cese de la violencia y el inicio de conversaciones para alcanzar un acuerdo que las dos familias están obligadas a respetar. ¿Qué es el conflicto árabe-israelí si no una crisis entre dos familias que ven en esta tierra su tierra, que quieren terminar con las matanzas, que lamentan la muerte de cada víctima, que reconocen que las dos tienen un pasado en esta tierra y que ambas ven aquí su futuro, un futuro que se ha de basar en buenas relaciones de vecindad que les permitan vivir en paz?
Si el presidente de Israel hubiera ido a la Autoridad Palestina, como hizo Sadat en su momento cuando viajó a Israel en 1977, sin condiciones previas y con respeto y buena disposición, es evidente que este gesto no habría pasado inadvertido. Y aunque se hubiese roto el alto al fuego por los atentados terroristas de algunos, y aunque hubiese continuado el cerco a los territorios, la existencia de un gesto de respeto como éste habría calado en la conciencia de los dos pueblos; habría sido como un destello de luz y de esperanza en una región donde la esperanza casi ha muerto y donde ya sólo queda cínica