Directora General: Carmen Lira Saade

México D.F. Domingo 27 de enero de 2002

Política

Jenaro Villamil

El papa-rating y el icono Juan Diego

Con seis meses de antelación, la televisión y la radio mexicanas han preparado la puesta en escena para la sexta visita del papa Juan Pablo II a nuestro país, convirtiéndolo más en un evento telegénico que en un acto de fe para quienes profesan el catolicismo. Los noticiarios de Televisa prepararon especiales sobre las giras anteriores del obispo romano -20 por ciento del tiempo-aire de El Noticiero se destinó esta semana a reconstruir el espectáculo de los viajes de Karol Wojtyla- y la prensa escrita y electrónica tuvo los ingredientes esenciales para un talk-show religioso, a raíz de la polémica carta de Guillermo Schulenburg, ex abad de la Basílica de Guadalupe, quien volvió a cuestionar abiertamente la existencia de Juan Diego, sin cuestionarse demasiado el usufructo que él mismo tuvo durante varios años como responsable de la parroquia más rica del país.

De una u otra forma la apuesta por el rating para 2002 vuelve a ser la religión, y en particular el papa Juan Pablo II, quien con su visita en julio podrá salvar la caída de 6 por ciento, en promedio, de los índices de audiencia a la televisión privada mexicana, y de paso se refrescará con nuevas dosis de espectáculo gracias al ingreso de Juan Diego al santoral católico, a pesar de que el rigor histórico parece apuntar a que se trata más bien de una construcción mítica y simbólica.

La andanada de críticas a Schulenburg demuestra cuál es la verdadera apuesta mediática de la Iglesia católica en México: tener un santo virtual que aportará altos dividendos a quienes promueven una pastoral indígena que privilegie el misticismo y no la incómoda línea teológica de la opción preferencial por los pobres o el compromiso con las causas de los Juan Diego de carne y hueso en Chiapas, en Texcoco o en Guerrero.

Para disgusto de la línea del Opus Dei, a la cual pertenecen no pocos de los actuales obispos mexicanos, el cardenal Roger Etchegaray, uno de los posibles sucesores del actual obispo de Roma, subrayó en su reciente visita a México que el verdadero papel de la Iglesia frente a las comunidades indígenas es "el de despertar conciencias, el de formar para que ningún hombre ni ninguna mujer sean sobre esta tierra marginados ni olvidados" y, sobre todo, "el de promover a los indígenas por ellos mismos, conscientes de su propia dignidad y también de su propia responsabilidad" (La Jornada, 23 de enero, p. 15). Por supuesto que estas declaraciones no tuvieron la misma repercusión mediática (salvo en programas como Círculo Rojo o especiales radiofónicos) que el boato y la promoción de un nuevo icono católico de origen indígena que se volverá una imagen cómoda de fe sin rebeldía, de misticismo y obediencia, de evasión espiritual.

Los ingredientes de la religión mediática que promueve desde ahora la televisión mexicana con el adelanto de la visita del Papa se pueden identificar de la siguiente forma:

a) Privilegiar la espectacularidad y la magnificencia de una visita que en todos sus detalles está pensada para ser un show televisivo. A pesar de sus dolencias físicas, Juan Pablo II tendrá un tratamiento de celebridad rocanrolera, quizá por eso se piensa que su "gira" culminará en el Autódromo Hermanos Rodríguez, en un acto masivo más propio de una final de futbol que de un encuentro espiritual.

b) Explotar al máximo la iconografía del catolicismo mexicano, que tiene como eje a la Virgen de Guadalupe, y a partir de este año, al primer "santo" que bien puede prepararle el terreno en el más allá a otro tipo de figuras que también buscan un lugar a la diestra del Señor y como posibles iconos de objetivos más terrenales y políticos contra el verdadero demonio para no pocos sacerdotes y políticos católicos: Benito Juárez y el estatus laico del Estado mexicano.

c) Promover la visión más tradicionalista y ritual de la fe en el marco de esta gran cruzada por el retorno a un catolicismo preconciliar que ha significado el papado de Wojtyla. Es claro que no se trata sólo de canonizar a Juan Diego sino de retornar al principal bastión de la Iglesia católica en América Latina para promover las líneas pastorales que han caracterizado al Vaticano de estas dos anteriores décadas: su defensa de la familia nuclear, su visión unilateral frente a la anticoncepción, el aborto y el divorcio, su crítica moral a los excesos de la "cultura de la muerte", su llamado a la disciplina frente a las diócesis "incómodas" que reclaman una urgente democratización y pluralización de la Iglesia católica, su rechazo tajante a discutir la conveniencia o no del celibato, su posición encontrada con las tesis feministas y con las comunidades homosexuales, etcétera.

d) Relanzar una alianza de mutua conveniencia con un gobierno cuya principal cabeza, Vicente Fox, no sólo no oculta la cruz de su parroquia sino que tiene su propio estilo parroquial de comunicarse desde el Rancho San Cristóbal. Será la primera visita después de la larga era priísta durante la cual el cuidado de las formas laicas impidió, en muchos sentidos, una mejor capitalización del rating papal.

Juan Pablo II constituye un personaje singular en esta era de la sociedad mediática. Siendo una figura que le apuesta al retorno de lo tradicionalista, nadie mejor que él ha sabido potenciar y utilizar el ingrediente mediático de la espectacularidad y la popularidad para promover su línea doctrinal. Y su próxima visita a México quizá constituya una de sus últimas y más importantes batallas telegénicas. Ť

 

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