Directora General: Carmen Lira Saade

México D.F. Jueves 24 de enero de 2002

Cultura

Olga Harmony

La luna en Escorpión

Carmina Narro es una dramaturga y directora que merecería mucha más atención de la que se le presta. Desde que vimos Credencial de elector -que no era su primer texto, pero sí el que se presentó más formalmente- supimos que existía una dramaturga muy interesante, aunque como directora todavía presentaba debilidades. Muchas obras después -e incluso ha dirigido algún texto ajeno- Carmina se muestra cada vez más segura de su trazo escénico y sigue siendo dueña de un diálogo ágil y ríspido y de una buena definición de sus caracteres, cada vez más complejos, como es el ser humano, y por lo tanto más creíbles. La luna en Escorpión -en cuyo título juega con el signo del Zodiaco para narrar una velada plena de veneno- es buena muestra de ello.

La autora aclara que el tema de su obra es la envidia, esa clase de envidia que envenena las relaciones humanas y que ella da como el opuesto al amor, que no es el odio que tanto se le parece. Lo que vemos, en la velada supuestamente amistosa, es la destrucción de una amistad femenina, la de Renata y Gina, que sin duda ha recorrido un largo camino de mezquinos sentimientos reprimidos y agazapados hasta que estallan por el alcohol, o por la situación que involucra la también larga -y también posiblemente rota- amistad entre Miguel y Gina. Hasta los consejos que Aarón imparte a su prima son tan ambiguos que no sabemos si son producto de un auténtico afecto o de la envidia que le produce el amor de la pareja.

Carmina Narro propone una relación muy contemporánea entre los amantes que no viven juntos, aunque no haya impedimento formal para ello, y en que el hecho -muy subrayado- de que Renata no tenga las llaves del departamento de Miguel juega un papel simbólico de las reticencias que existen en esa relación.

La dramaturga salva de la banalidad su historia mediante el ejercicio de un difícil realismo en que nunca nos explica las motivaciones de sus personajes, sino que simplemente nos presenta sus actos con toda su crudeza. Es un texto muy duro revestido de comicidad y ligereza. Al acto de Gina hacia el final de la obra, en la que la fracasada mujer que se quiere sofisticada (quizá el escorpión que se muerde la cola) demuestra su fragilidad, y que nos podría mover a una compasión que no le tiene Renata o tan siquiera el protector de los huérfanos que es Aarón, suceden las escenas chuscas de la señora que pasea a su perrito y del hombre disfrazado de pollo ante el teléfono. Y no es siquiera una tempestad en un vaso de agua, porque para todos ellos -a excepción del primo- algo se rompió para siempre y algo puede recomponerse definitivamente como anuncia la amanecida.

La escenografía de Carlos Trejo (con una especie de cintillo que la rodea y reproduce un edificio real) por su abigarramiento en un principio produce la impresión de amazacotamiento. Pero al girar mostrando los diferentes espacios del departamento de Miguel, y dado que las paredes entre uno y otro están apenas señaladas, permite a la propia Narro como directora dar diferentes planos de acción para sus actores. Así, mientras unos están en la sala, que ha quedado atrás, Gina puede estar de frente sentada en la tapa del inodoro, por ejemplo. Es, pues, una escenografía muy eficaz para el trazo de la directora que esta vez es muy bueno. La calle tiene su lugar también en la acción y si está colmada de basura es esta una realidad de nuestra ciudad, que resulta muy significativa en este montaje muy lejos de lo idílico.

La directora acude a la música original de Jorge Sosa y al vestuario de Julia Flores. Su reparto resulta homogéneo con una salvedad. Mientras que a Humberto Solórzano como Miguel, y Rodrigo Johnson como Aarón se les escuchan todos los parlamentos, a Irela de Villers como Renata y a Tony Marcín como Gina, a pesar de que entienden y proyectan tan bien como sus compañeros a sus respectivos personajes, por momentos -por lo menos en la noche de estreno- se les escucha poco y mal. Esperemos que en sucesivas representaciones puedan corregir este problema para que los ingeniosos diálogos se adviertan a plenitud.