Sergio Zermeño
Peras al olmo
No es una época de lucha entre partidos, sino un periodo de lucha al interior de los partidos y, en consecuencia, la riqueza en ideas de las personas y las corrientes que contienden en el PRI, en el PAN y en el PRD es doblemente nebulosa. Es asombroso, por ejemplo, leer que hace cinco días se firmó una alianza entre los chuchos y los amalios y no poder discernir con claridad cuál es la distancia o la cercanía de las propuestas que se están emparentando, máxime que se trata, ni más ni menos, de las dos corrientes que contendieron hace tres años por la dirigencia del partido al que si no fracturaron por la altura argumental sí estuvieron a punto de hacerlo con sus bajezas electoreras.
Llama la atención también que en las filas de Rosario Robles, tan declaradamente cuauhtemista, aparezcan magnates del clientelismo del equipo de López Obrador, que tantas tensiones ha protagonizado con el dirigente histórico del partido. Pero eso no es lo más grave en realidad, ya que lo que sí debe estar empujando a la opinión pública hacia el autismo político es una declaración como la de Roberto Madrazo, quien en su afán de hacer aparecer a Beatriz Paredes como tributaria de los grandes populistas en desgracia tipo Echeverría, ha ido al extremo de declararse un demócrata "moderno" (š), creyendo que hemos olvidado que su mapachería sigue ocupando el lugar más elevado en las vitrinas del fraude universal. Entre Medina Plascencia y Bravo Mena, aún no sabemos en qué orden, cada uno sabrá manejar los temas confesionales, los empresariales y los de caridad.
No le pidamos peras al olmo, incluso si estuviéramos en un momento de lucha entre partidos, es obvio que en América Latina, pero sobre todo en México, los partidos que han tenido fuerza han sido instituciones criticables por cualquier cosa -excepto por su falta de coherencia y su pureza de principios, ya que nunca las han tenido, pero sobre todo nunca han pretendido tenerlas-, arrollados por un pragmatismo en el que lo único que cuenta son los medios, el aquí y ahora, bajo el entendido de que los fines nunca se cumplirán. Pero no nos alarmemos, aquí no se trata de que seamos malas personas, traicioneros u oportunistas, sino simplemente que en nuestros países el principio clásico de los partidos políticos nunca operó; nunca tuvimos un actor social, digamos una clase trabajadora rodeada de sectores populares, o un empresariado en abierta expansión hacia el mercado mundial que hiciera posible que a un agregado social correspondiera un partido político y que todo ello estuviera guiado por una ideología (socialista, anarquista, liberal...). Muy lejos de eso, en América Latina y en México, ante la ausencia de actores sociales fuertes y dinámicos, los partidos que han monopolizado el panorama por larguísimos y recurrentes periodos (y que hoy renacen) han tenido que combinar, en un multiclasismo necesariamente contradictorio, los referentes centrales de nuestra historia social, política y cultural. Nacional-populismo, desarrollismo empresarial, sindicalismo clasista, antimperialismo, paternalismo asistencialista, etcétera. De esas tremendas mezcolanzas surgió "nuestro" nacionalismo revolucionario, al mismo tiempo protector de las masas, declaradamente obrerista y promotor del empresariado, puesto que genera empleos. Ante panorama tan abigarrado en la historia latinoamericana, los intelectuales cobraron importancia como en ninguna otra parte, ya que lograron construir los mitos unificadores de nuestra modernización; lograron encontrar una orientación histórica combinando los grandes referentes de unidad: nación-clase-modernización. Nación que fue al mismo tiempo masa y pueblo, clase, que se transformó en apoyo político y sindicalismo corporativo, modernización que significó acumulación nacional, empresa y empleo.
ƑCómo exigirle pureza hoy a líderes que no saben ni cómo pelearse con su adversario en el propio partido, porque no tienen claro si el año entrante o en dos más terminarán formando parte de la misma fórmula electoral? Además, la situación es más complicada porque el referente nacional ha quedado prácticamente descalificado con la globalización; los agentes de la modernización prácticamente no son nacionales; la clase obrera, ligada a la competencia trasnacional, ya no tiene sindicatos; el campesinado desaparece; los indígenas son un referente que hace perder votos; la equidad distributiva es sólo ingrediente de lujo discursivo; la democracia social y la participación ciudadana son temas de mediano y largo plazos, sin impacto electoral inmediato; la pobreza y su informalidad se reagrupan en tribus que se cuelan en todas las curules, así como en los edificios públicos y privados, buscando la mejor oferta para consolidarse con una sola idea clara: los integrados y los intelectuales son unos oportunistas. Es por todo lo anterior que en nuestra época y en estos países se devalúan aceleradamente la política y los políticos, basta con voltear a la Argentina.