Javier Oliva Posada
La tentación autoritaria
Puede estarse o no de acuerdo con las decisiones adoptadas por el Congreso mexicano a propósito de las recientes reformas en materia fiscal, pero otra cosa es el diseño y puesta en práctica de una intensa ofensiva cuyo objetivo manifiesto es demostrar que partidos políticos, senadores, diputados y cámaras "cuestan mucho a la ciudadanía". Ese ambiente resulta propicio para la siembra de tentaciones autoritarias.
Es bien sabido que las determinaciones de las asambleas, de cualquiera que se trate, no dejan satisfecha a la mayor parte de sus integrantes, y en aras de su estabilidad como órgano de gobierno, con frecuencia tampoco cumple con los objetivos de generar estabilidad y acuerdos duraderos. Esa realidad estructural ha dado pie para que en sus reacciones algunos grupos empresariales y medios de comunicación vean en la figura parlamentaria de México un obstáculo más que una garantía para el ejercicio de gobierno.
En 1929 Hans Kelsen publicó un ensayo titulado El problema del parlamentarismo, en el que señala con toda oportunidad y en medio de la grave crisis del régimen de la República de Weimar, que siempre es preferible la discusión y el debate al acto impositivo del Protector. El tejido social que sostiene a los partidos políticos y a los procesos electorales es la base de legitimidad para el funcionamiento no sólo del parlamento sino de la capacidad de gestión del gobierno en su conjunto.
Lo anterior debiera ser considerado en el momento en que si bien el Congreso mexicano ha sido poco generoso en su capacidad de negociación y articulación entre los principales partidos políticos que lo integran, su contribución en la situación inédita que vive el país es crucial. En efecto, porque la intención de cuestionar sistemáticamente su capacidad de representación conduce directamente a la crítica sobre el financiamiento público destinado a los partidos políticos, es que se llega al rechazo de la política profesional, la cual es vista con recelo y desprecio.
Pero más aún, también ese reclamo autoritario sobre la funcionalidad del Congreso implica desconfiar de los contenidos de las campañas electorales, de los resultados y, por supuesto, de los candidatos ("todos son iguales cuando ganan"). En el fondo lo que se critica, y a esto debiéramos estar muy atentos, es el ejercicio de la política como fórmula y procedimiento para alcanzar acuerdos duraderos y estables. De otro modo, preguntas como Ƒpara qué tanta discusión? ƑSe han fijado en el nivel de los diputados y senadores? ƑCuánto ganan? ƑLo desquitan? ƑNo es demasiado dinero para los partidos? ƑNos sirve de algo?, comienzan a formularse y a ser respondidas con claras faltas de tolerancia y rechazo a la deliberación.
La beligerancia es tal que ya hay indicios de que algunos legisladores comienzan a plantear la posibilidad de discutir varios de los puntos que más polémica han generado en los grupos de presión.
Las tentaciones autoritarias tienen mayor posibilidad de concretarse en situaciones en las que la desconfianza y la aparente falta de eficacia (Ƒdónde se mide ésta, por el número de leyes aprobadas sin importar su relevancia? ƑO por el número de horas y sesiones de trabajo?). Ambos aspectos son exhibidos como resabios de pasajes anacrónicos y superados, donde la política era una fórmula poco menos que repulsiva. No obstante lo anterior, también se trata de una muy seria llamada de atención para los congresistas. El desmoronamiento en su capacidad de representación va de la mano respecto de la percepción de que su trabajo además de inútil es despreciado.
La consistencia de las instituciones demanda una contribución consciente por parte de los actores políticos y sus organizaciones para fomentar la deliberación como base de la decisión política. Actuar en ese sentido, aunque pareciera lento, es el proceso que fortalece la democracia y el equilibrio entre los poderes de la Unión.