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Olga Harmony
Las palabras
El generoso empeño en fomentar la lectura, con el lema del CNCA ''Hacia un país de lectores", con que se han empezado a publicar los pequeños y muy económicos libritos de La Centella en coedición con diversas editorales -a los dedicados a teatro ya hice referencia en un texto anterior-, además de otras acciones, se ve oscurecido por la supresión de la exención del impuesto a los escritores y del subsidio fiscal a las editoriales. De no derogarse esta nueva carga impositiva en el próximo periodo del Congreso, y a pesar de que no se aceptó el IVA a los libros -y a los alimentos y medicinas, cosa que todos los mortales de a pie celebramos- nos vamos a encontrar pronto con que las casas editoras se verán obligadas a publicar best-sellers, entre los que sin duda abundarán esos curiosos libros de autoayuda y superación personal que consume un público poco afecto a la literatura de verdad, a los libros científicos y de arte y a todo cuanto eleva la cultura general. Pertenezco al grupo de quienes creen que la verdadera superación está en el conocimiento, que entre otras cosas sirve para intentar comprender al mundo y a nuestro país.
A muchos nos preocupa la pérdida del idioma y de sus referentes dados por la literatura e incluso la política. No puedo evitar que me fastidie que se hable de Frankenstein refiriéndose al monstruo y no a su creador, el doctor Frankenstein inscrito en la tradición fáustica, cuando no es tan difícil leer la interesante novela de Mary Shelley. No comprendo que ahora en la desdichada Argentina se use el término cacerolismo -justificado éste por las protestas pacíficas que hacen uso del medio- para una revuelta popular -pueblada es mucho mejor- cuando fue una de las maneras en que las burguesas chilenas ayudaron al golpe de estado de Pinochet y desde entonces esa palabra ha quedado en los anales de la infamia. Me sigue irritando el uso alrevesado de la preposición hasta -que presupone el final de algo y no su principio, como lo usamos los mexicanos- aun en medios impresos que seguirán fomentando el error. Por no hablar de la conversión de sustantivos y adjetivos en verbos, como el horrible eficientizar y de la popularización de términos como accesar -que está muy bien para las computadoras, pero no para el buen español- en lugar de una de las acepciones del verbo acceder, o si se quiere, tener acceso.
Acepto de mala gana que quienes no saben de teatro digan ''tras bambalinas" -que son esas cortinitas que sirven para cubrir diablas y cables del telar- por querer decir ''tras bastidores", o piensen que hacer mutis es enmudecer de repente y no salir de escena. Pero me parece intolerable, aunque no caiga en el mismo rango de ignorancia o confusión, el término ''vacas sagradas", en alusión a Surabhi de la religión hindú, aplicado a quienes, para los mortales menos resentidos, serían simplemente los maestros. Lo que podría ser un elogio desmesurado -ya que Surabhi, la vaca primigenia, al igual que sus hijas, las otras vacas sagradas, son para los hinduistas las madres de la Tierra-, se vuelve descalificación y término despectivo en boca y pluma de quienes no quieren reconocer las trayectorias.
Si bien es verdad que existen muchos prestigios basados en falsedades y compadrazgos con el poder, la mayoría de quienes son así calificados por sus detractores son personas que demuestran, una y otra vez, su capacidad. En el teatro mexicano no existen vacas sagradas en el sentido que se les da de intocables. Ninguno de nuestros teatristas de las diversas disciplinas se duerme en sus laureles, y se exponen, al proseguir desarrollando su obra, a las mismas condiciones que los demás en cuanto a resultados de público y de crítica. Por supuesto que los años de larga y fructífera carrera artística dan una sabiduría escénica de la que carecen muchos de los teatristas más bisoños, pero siguen corriendo riesgos, porque el teatro, como todas las artes, es un gran riesgo aun para los consagrados. Y es verdad que al llegar a determinado nivel se tienen más oportunidades para el propio quehacer que las de quienes apenas empiezan, pero son oportunidades ganadas a pulso a lo largo de un camino que también para ellos tuvo difíciles inicios: negar reconocimiento a quienes fueron abriendo brecha para que transitaran todos habla más mal de quien se quiere irónico que de quien es blanco de su torpe ironía.