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Octavio Rodríguez Araujo
La oposición en su disyuntiva
Desde que fue oficial el triunfo de Fox en la elección presidencial, tanto el PRI como el PRD quedaron del lado de la oposición. El mismo día en que Zedillo reconoció el triunfo del actual Presidente de la República pudimos ver en la televisión un grupo de apoyo explícito a Roberto Madrazo para dirigir el Revolucionario Institucional. De entonces a la fecha el ex gobernador tabasqueño ha estado luchando por ese liderazgo, sin duda porque en su proyecto está sustituir a Fox en 2006.
Madrazo era gobernador en julio de 2000. Y en sus cálculos estaba ser apoyado por otros gobernadores priístas. Su lógica no era totalmente equivocada. Era fácil visualizar el nuevo escenario de su partido: perdiendo la Presidencia de la República quedaba huérfano del poder nacional y de la línea dictada desde éste, por lo que serían los gobernadores los hombres fuertes del partido, los que lo mantendrían en el poder con los recursos de éste, pero sin un mando unipersonal. Se trata de un partido acostumbrado, valga la expresión, al poder o, dicho sin eufemismos, necesitado del poder para existir, pues fue desde el poder que se creó y con éste se desarrolló. Por esta misma razón es que su dirección ha sido, para fines prácticos, transitoria. Se aproxima el momento de las definiciones. Pero, lamentablemente, estas definiciones giran en torno de personas y no de proyectos y, la verdad, las personas que aspiran a encabezar el Institucional no representan ninguna alternativa a lo que la mayoría de los electores desechó en 2000 ni a lo que ha significado el gobierno actual. En lenguaje científico, tan malo el pinto como el colorado.
El PRD, por su lado, hizo un balance de sus errores, pero no los ha asimilado. Su presidenta hizo, en su momento, una autocrítica; pero debe de habérsele olvidado al día siguiente, pues no ha logrado hasta la fecha reconstruir su partido. No hay unidad interna ni un diseño que diferencie a este instituto político de los demás con los que comparte la oposición. En estos momentos se disputa la dirección y, a semejanza de lo que ocurre en el PRI, tampoco hay proyecto, sólo personas. Y, para colmo, ninguno de los aspirantes tiene en su haber medallas que los distingan; al contrario, son parte de los errores de su partido y cómplices de la ambigüedad en que éste ha vivido desde su fundación en 1989.
El panorama no es tan difícil de interpretar. El PRI, obviamente, iría por la revancha, y quien garantice más claramente esta opción será quien ocupe su dirección. No es, desde luego, un partido unido, pero sí es disciplinado y si logra un liderazgo fuerte sin duda se reorganizará para dar la batalla contra sus oponentes, por ahora débiles: uno porque no da pie con bola en el gobierno y el otro porque hasta el momento pareciera tener vocación de tercer lugar. El PRD, incluso por razones pragmáticas, debería empezar por interpretar el signo de los tiempos, especialmente después de los atentados del 11 de septiembre y de la crisis argentina. Le urge mayor definición y mayor compromiso con los pobres, sin populismos a la Chávez y, desde luego, con garantías de democracia que el PRI no podrá ofrecer (y si la ofreciera nadie se lo creería).
Hay otra diferencia entre el PRI y el PRD.
El primero necesita un liderazgo fuerte porque fue un partido en el que no estaba permitido tener verdaderos jefes: para eso estaba el Presidente en turno (un líder sexenal, sin poder antes ni después de ser el primer mandatario). Pero ahora, sin la guía del presidente de la República ("el mejor priísta de la nación"), tiene que valerse por sus propios medios y de lo que le corresponda del financiamiento público. El PRD, en cambio, no necesita un líder fuerte sino un dirigente que, independientemente de que quiera aspirar al gobierno federal, reorganice el partido estructural e ideológicamente para competir por el poder. (Ya tendrá tiempo para buscar o fabricar al candidato idóneo para 2006.) Si todos los perredistas lograran entender esta modesta meta: fortalecer el partido en la unidad y la democracia, sus diferencias internas, que existen en todas las organizaciones, dejarían de ser importantes para quienes las tienen y para quienes quisieran ver en el PRD una verdadera alternativa electoral y no luchas tribales.