04an1cul
''Hablaría de mi amor suavemente'' /I
John Berger
Viernes
Nazim, estoy de luto y quiero compartirlo contigo, así
como tú compartiste tantas esperanzas y tantos lutos con nosotros.
''El telegrama llegó de noche
sólo tres sílabas:
Ha muerto."
Cargo luto por mi amigo Juan Muñoz, un artista
maravilloso que murió ayer en una playa en España, a los
48 años.
Y quiero preguntarte algo que me tiene perplejo. Después
de una muerte natural, tan diferente del morir asesinado o por hambre,
del ser víctima, llega primero la conmoción, a menos que
la persona haya estado sufriendo por algún tiempo, y después
esa monstruosa sensación de pérdida, particularmente si la
persona es joven
"Rompe el alba
pero mi habitación
es toda noche"
--y entonces viene la pena, que dice de sí misma
que nunca acabará. Y no obstante, con esta pena asoma subrepticiamente
algo más que se aproxima a la broma pero no es tal (Juan era un
buen bromista), algo que hace alucinar, como el vuelo de un pañuelo
de prestidigitador después de un acto de magia, una especie de ligereza,
algo totalmente opuesto a lo que uno siente. ¿Es esta ligereza una
frivolidad o una nueva enseñanza?
Cinco minutos después de preguntártelo,
recibo un fax de mi hijo Yves, con algunas líneas que acaba de escribir
para Juan:
"Siempre apareciste
con una risa
y un nuevo acto de magia
Desapareciste siempre
dejándonos tus manos
sobre la mesa
Desaparecías
dejándonos tu baraja
en las manos
Reaparecerás
con una nueva risa
que será una magia."
Sábado
No
estoy seguro de haber visto alguna vez a Nazim Hikmet. Juraría que
sí, pero no puedo hallar la evidencia circunstancial. Creo que fue
en Londres, en 1954. Cuatro años después de que saliera de
prisión, nueve años antes de su muerte. Era orador en un
mitin político en Red Lion Square. Dijo unas palabras y luego
leyó algunos poemas. Unos en inglés, otros en turco. Su voz
era fuerte, calma, extremadamente suya y muy musical. Pero no parecía
provenir de su garganta --o al menos no en ese momento. Era como si tuviera
un radio en el pecho, que prendía o apagaba con sus manos largas
y ligeramente temblorosas. Lo describo mal porque su presencia y su sinceridad
eran muy obvias.
En uno de sus extensos poemas describe a seis personas
que a principios de los años cuarenta escuchan por la radio, en
Turquía, una sinfonía de Shostakovich. Tres de esas personas
están (como él) en prisión. La transmisión
es en vivo; la sinfonía es ejecutada en el mismo momento en Moscú,
a varios miles de kilómetros de distancia.
Al escucharlo leer sus poemas en Red Lion Square tuve
la impresión de que las palabras que pronunciaba provenían
del otro lado del mundo. No porque fueran difíciles de comprender
(no lo eran), ni porque fueran borrosas o gastadas (estaban plenas de la
capacidad para perdurar), sino porque eran dichas para de algún
modo triunfar sobre las distancias y trascender interminables separaciones.
El aquí de todos sus poemas está en otro sitio.
"En Praga un carretón
--lo arrastra un solo caballo--
pasa por el viejo cementerio judío.
Carga la añoranza de otra ciudad,
soy yo el carretero."
Aun sentado en la tarima, antes de pararse a hablar, uno
podía ver que era un hombre inusualmente grande y alto. No por nada
le apodaban "el árbol de ojos azules". Al incorporarse, dio la impresión
de ser también muy ligero, tanto que corría el riesgo de
elevarse por el aire.
Quizá nunca lo vi, porque habría sido poco
probable que, en un mitin organizado en Londres por el movimiento internacional
por la paz, hubieran tenido que atarlo a la tarima con varios tirantes
de cuerda, de tal manera que permaneciera en tierra. Sin embargo este es
mi claro recuerdo. Sus palabras, después de pronunciadas, lo elevaban
al cielo --el mitin era al aire libre-- y su cuerpo buscaba seguir las
palabras que había escrito, conforme derivaban alto y más
alto por encima de la plaza y por encima de las chispas de los tranvías
de antaño, suprimidos tres o cuatro años antes a todo lo
largo de Theobald's Road.
"Eres una aldea en las montañas
de Anatolia,
eres mi ciudad,
la más bella y la más desdichada.
Eres un grito de auxilio, quiero decir, eres mi país;
las pisadas que corren hacia ti son las mías."
Lunes por la mañana
Casi todos los poetas contemporáneos que me más
han importado durante mi ya larga vida los leí en traducciones,
muy rara vez en su idioma original. Pienso que habría sido imposible,
para cualquier persona, decir esto antes del siglo XX. Durante siglos se
argumentó si era posible o no traducir poesía --pero los
argumentos eran de cámara, como hay música de cámara.
Durante el siglo XX la mayoría de estos entornos quedaron reducidos
a escombro. Los nuevos medios de comunicación, la política
global, los mercados mundiales, etcétera, juntaron a millones de
personas y apartaron a millones de personas de un modo indiscriminado y
sin precedentes. Como resultado, las expectativas de la poesía cambiaron;
más y más, la mejor poesía confió en lectores
que estaban más y más lejos.
"Nuestros poemas
como mojoneras
deben trazar el camino."
Durante el siglo XX, muchas líneas de poesía
desnuda se tejieron entre diferentes continentes, entre aldeas olvidadas
y capitales distantes. Todos ustedes lo saben, todos ustedes: Hikmet, Brecht,
Vallejo, Atilla Jósef, Adonis, Juan Gelman...
Lunes por la tarde
Leí por vez primera algunos poemas de Nazim Hikmet
cuando me hallaba en mi última adolescencia... Los publicaba una
oscura revista literaria internacional editada bajo la égida del
Partido Comunista Británico. Era yo un lector habitual. La línea
del partido era basura, pero con frecuencia hallaba inspiración
en los poemas y relatos publicados.
Para entonces, Meyerhold había sido ya ejecutado
en Moscú. Si ahora pienso particularmente en Meyerhold, es porque
Hikmet estaba influido por él y ya lo admiraba cuando visitó
Moscú por primera vez, a principios de los años veinte.
"Le debo mucho al teatro de Meyerhold. En 1925, de regreso
en Turquía, organicé el primer teatro de trabajadores en
uno de los distritos industriales de Estambul. Trabajando en este teatro
como director y autor, sentí que era Meyerhold quien nos había
abierto nuevas posibilidades de trabajo con y para el público."
Después de 1937, estas nuevas posibilidades le
costaron la vida a Meyerhold, pero en Londres los lectores de la revista
no lo sabían aún.
Lo que me impactó de los poemas de Hikmet cuando
los descubrí por vez primera fue su espacio; contenían más
espacio que poesía alguna leída por mí hasta entonces.
No describían el espacio; venían en él, atravesaban
montañas. Hablaban de acciones. Relacionaban dudas, soledad, desamparo,
tristeza, pero estos sentimientos seguían a las acciones. No eran
un sustituto para la acción. El espacio y las acciones van juntos.
Su antítesis es la prisión, y fue en las prisiones turcas
donde Hikmet, un prisionero político, escribió la mitad de
la obra de su vida.
Traducción del texto de John Berger,
nota y versión de los poemas de Nazim Hikmet:
Ramón Vera Herrera