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Arnoldo Kraus
Tolerancia e intolerancia
Parecería que la intolerancia es algo más que el antónimo de la tolerancia. Quizás podría también decirse que la tolerancia no existiría sin su contraparte. O, probablemente, que la interdependencia entre una y otra es tal que ambas se nutren y retroalimentan para poder "existir". Mentes más avezadas sugerirían que ambas condiciones son ontogénicas y que a lo largo de los caminos de la humanidad el balance, o la falta de éste, es parte fundamental de los textos de historia. Tolerar la intolerancia podría ser el sino de nuestros tiempos y la herencia que arrastra nuestra especie. Ambas coexisten: se sube por una mientras se regresa por la otra. La realidad es que la tolerancia sin intolerancia, no tiene razón de ser.
Ese juego de palabras no es vano y recuerda uno de los problemas filosóficos iniciales a los que nos enfrentamos cuando niños: qué es primero, Ƒel huevo o la gallina?, Ƒla manzana o Adán? Y esa misma disyuntiva nos sume en la cruda cotidianidad que nos abruma cada vez más: la geografía del planeta es una geografía preñada de muerte. De muerte y de poca esperanza. Ya lo dijo Isaiah Berlin en unas notas recientemente publicadas, pero escritas hace veinte años: "si las dos guerras mundiales y los genocidios de Hitler no nos enseñaron suficiente es que somos incurables"
La incurabilidad no es una metáfora. Es un retrato de la realidad y un recuento del estado que guardan tanto la salud social como la salud individual. Es la cara desfigurada de todo el mapa terráqueo que, desde que finalizó la Segunda Guerra Mundial, sólo ha reposado treinta días sin luchas bélicas. Y es el rostro de todos los individuos que por doquier son considerados ajenos o sujetos de uso, pero no personas. Esa incurabilidad, con el paso del tiempo, ha tendido a empeorar. Y, curiosamente, el mal se ha profundizado porque quienes ejercen la intolerancia, ya sea a nivel individual o social, han castigado en exceso a "los otros", devastándolos, orillándolos y excluyéndolos de los progresos de la modernidad. Parecería que el poder, sin darse cuenta, sin ejercer la mínima autocrítica, se ha tendido trampas: Ƒhasta dónde y hasta cuándo los excluidos pueden seguir soportando? Al hablar de opresión y miseria, Ƒexisten límites? Argentina estalló. México no lo ha hecho. No porque la miseria sea menos asfixiante, sino porque el nivel cultural y por ende la capacidad de protesta son menores.
La modernidad, para serlo, requiere que exista la tolerancia. Sin ésta es imposible hablar de libertad y democracia. Independientemente de la sociedad de la que se hable, sin tolerancia, la modernidad es un bien material, pero no un bien humano. La incurabilidad abarca las Torres Gemelas, el asunto Pinochet, la justicia de Bush, los homeless, las razones que permitieron las matanzas de Aguas Blancas y de Acteal, las proteicas verdades de palestinos e israelíes, y un larguísimo etcétera. Si de algo no podrá enorgullecerse 2002 es de 2001. Esa incurabilidad deviene males mayores que se reproducen ante nuestros ojos y reflejan las trampas que inconscientemente el poder sigue sembrando. Trampas que han estrangulado a demasiados y pavimentado fenómenos antes desconocidos, y que semejan, retomando la idea de la incurabilidad, cánceres anaplásicos, devastadores. Los refugiados, los olvidados y marginados dentro de su misma tierra -los indios mexicanos- o las migraciones forzadas por guerras y luchas tribales son algunos ejemplos que han dado pie a ideas extremas como son los fundamentalismos, en los que el diálogo ha perdido todo valor y la patología social vive su acmé. La vieja idea acerca del comunismo puede reparafrasearse: "la intolerancia recorre el mundo". ƑQué hacer?
Agotadas las vías religiosas, desprestigiadas hasta lo indecible las soluciones políticas, abominables la mayoría de las organizaciones internacionales, excluidos los nacionalismos o las soluciones económicas impuestas "desde afuera", para muchos la única posibilidad "de cura" radica en las venas que abren los libros y la lectura. El significado que tienen las razas, los estereotipos, las religiones, las luchas fratricidas, las inmensas diferencias entre la calidad de vida de ricos y pobres y entre el primero y el tercer mundos, puede entenderse sólo a partir de la lectura. No concibo otra forma de acercar a los seres humanos. Y no concibo otra ruta para restarle fuerza a la intolerancia.
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