Enrique
López Aguilar
Aunque la distinción entre fondo y forma (contenido y continente, significado y significante) ha sido muy criticada, sigue teniendo vigencia, así sea para explicar lo que el ser humano cree percibir de la realidad, pues resulta frecuente que de la lectura del signo se pase a la interpretación de su significado: la cultura visual que nos rodea ha enseñado que, por ejemplo, una mano extendida puede sugerir, dependiendo del contexto en que aparezca, una solicitud de limosna, el otorgamiento de una dádiva, la prohibición del paso, el saludo nazi o el gesto crístico del buen pastor, entre otros muchos. Sólo cuando los signos no resultan muy evidentes o cuando no se descifra en ellos una contundencia casi obvia, el lector de los mismos tiende a desentenderse del significado que el signo convoca, o a despreciarlo. Es por eso que, para evitar la ambigüedad, muchos de los actores contemporáneos optan por producir gestos teatrales para convocar el espaldarazo público: un presidente que llora y pide perdón a los pobres solicita conmover y ser respaldado, de la misma manera que un Papa arrodillado sobre la tierra de otros países, para besarla, está pidiendo el beneplácito y la emoción generales� Pareciera que ahora, sin teatralizar las emociones, sus signos tienden a ser ilegibles. Por la manera peculiar de conducir las historias que cuenta, el cine ha fomentado una educación acerca de la lectura sígnica, para lo cual cuenta con el apoyo de diversos recursos: la actuación, la trama, la música y los múltiples apoyos visuales, los cuales logran que ciertos momentos climáticos provoquen en el espectador una multitud de sentimientos menos catárticos que de identificación, de manera que en los esquemas melodramáticos las emociones fluyan sin cuento, ya sean eufóricas o tristes, solidarias o de abominación. Por la manera como se cuente una historia, la escena de un beso puede provocar perturbaciones eróticas o derroches lacrimógenos: puede decirse que, en el cine, las lágrimas propician lágrimas, aunque en la vida real, en escenas parecidas, tiendan a producir un incómodo pudor en quien las testifica sin importar que, como quería Sor Juana en su soneto, "Esta tarde mi bien, cuando te hablaba�", las lágrimas sean una manifestación profunda del corazón. Muy neoplatónicamente, Sor Juana proponía que en el corazón habitaban los sentimientos, especialmente los amorosos, y que éstos, en ciertas circunstancias, no se expresan bien con las palabras sino con otras formas, signos de la sinceridad de las emociones: las lágrimas. Así, en la lectura sorjuanesca, el signo lágrimas remite al signo corazón, cuyo significado compartido es amor sincero. El tema del soneto antedicho es el del los celos: ante los reclamos del amado, no enunciados en el soneto, la amante no encuentra más recursos para expresar la sinceridad de sus sentimientos que las lágrimas finales, con las que concluye el poema: "pues ya en líquido humor viste y tocaste/ mi corazón deshecho entre tus manos". Claro que si el mudo interlocutor del soneto no supiera de neoplatonismo ni entendiera la correspondencia lágrimas > corazón > sinceridad, los esfuerzos del locutor poético pueden presumirse inútiles. Vistas así las cosas, la confusión acerca de lo que las emociones manifiestan no es algo nuevo. Mutilaciones, cicatrices y enfermedades evidentes son como los trofeos de gladiadores y duelistas, pues sólo el signo evidente de la enfermedad o el daño físico se asocia con el reconocimiento del dolor. En la facilidad de esa lectura, no hay pierde: sólo un héroe de mil batallas (en la guerra, la enfermedad o la violencia cotidiana) puede presumir signos reconocibles de lo que ha sufrido, pues cada cicatriz es parte insoslayable de su historia personal. ¿Qué ocurre con esos otros mutilados, enfermos y cicatrizados: los tristes? Pues que, en realidad, nadie te quiere cuando estás hasta el fondo y disperso, fuera del orden que el mundo considera debido, porque el dolor del triste no puede acreditarse con cartas semejantes a las que poseen los gladiadores. Es cierto que, sin dudarlo, el signo evidente de la tristeza es estar down and out, pero esta es una condición que sólo conmueve en el cine, las telenovelas y la literatura: en el mundo cotidiano produce sentimientos revueltos más cercanos a la repulsión y la incomodidad, puesto que es más fácil compadecer a un mutilado del cuerpo que a un mutilado del corazón, en tanto que su dolor no se ve y los signos que lo manifiestan indican un desorden indeseable. En todo caso, el rechazo que provoca el triste es semejante al del leproso y, en tal circunstancia, nobody loves you. ¿Qué le ocurre al triste, al melancólico? Que no hay rampas especiales para ellos en las calles, ni amplios gabinetes en los baños públicos, ni lugares preferenciales en el transporte urbano, ni� Al contrario, debe trabajar y manejarse socialmente como si no se encontrara herido, como si no fuera vulnerable ante el azote de súbitos recuerdos o no le ocurriera que, sin explicación alguna, el día se le deshaga entre las manos, víctima de una irremediable atonía. Este no es el caso de quienes tienen lastimaduras físicas, pues pueden reclamar que se les reconozca la mínima prestación para hospitalizarse, el acceso a los derechos laborales del caso y recibir las atenciones necesarias para atenderse, convalecer y sanar. El del triste es un buen tema para el arte y el psicoanálisis, pero no lo es para la vida. Sus signos se reconocen, pero le falta cierta contundencia emocional; o, mejor: se reconocen con tanta certidumbre que se le prefiere lejos si no es capaz de reconvertirse y aparentar un significado social y políticamente correcto.
Un lamento de Bruce Chatwin Estos días he pensado mucho en Bruce Chatwin. Es un contrapeso necesario ahora que la prensa está llena de noticias horribles sobre Afganistán, un país que para muchos no existía antes del 11 de septiembre; que acaso era, vagamente, algo en Asia Central, una mancha sucia de polvo e ignorancia, del cascajo que fueron los budas de Bamiyán; presidido por las figuras amenazantes de los talibán. Hay quienes afirman que la guerra contra Afganistán es una "guerra justa" y no se detienen a pensar que quien está padeciendo los bombardeos es la población civil más inerme imaginable; que para la mayoría Bin Laden es tan elusivo y fantasmagórico, como lo es para nosotros. Que un fenómeno como los talibán es el resultado de años de guerra y hambre, de una invasión que dejó un millón de afganos muertos, de una sucesión de golpes de Estado y guerras intestinas. Cuando uno se detiene a reflexionar, a echar una ojeada a la historia reciente de ese país, y se trata de explicar qué es lo que ha sucedido allí, hay quien lo acusa de antiyanqui y de sentimental aunque ver por televisión a marines porcinos escribiendo mentadas toscas y pueriles en las bombas que van a caer sobre poblaciones devastadas por la guerra y la sequía, me ha dejado muy mal sabor de boca. No es una actitud sentimental, sino un deber moral, sobre todo si se va a escribir en un periódico. "Conoce a tu enemigo", dice Sun Tzu en su tratado sobre la guerra, una máxima ignorada por el gobierno estadunidense que, como todos los gobiernos, incluyendo el afgano, tiene memoria corta y selectiva. Reagan comparó a los talibán con los padres de la patria los Founding Fathers y los llamó freedom fighters. La imposición del burka y la administración de castigos brutales a quienes desobedecían la versión de la ley coránica de los talibán, sólo les preocupaba a los grupos feministas y a Amnistía Internacional, organizaciones con las que Reagan jamás tuvo un diálogo. La Alianza del Norte, sin el liderazgo del tayik Shah Massud, puede ser aun más sanguinaria que los talibán, pero ahora son los freedom fighters de Bush. La extraordinaria insularidad de la sociedad norteamericana y, si me apuran, de la nuestra, ha creado una imagen diabólica de Afganistán. La realidad afgana es infernal, pero es resultado de un proceso histórico, no de un capricho colectivo: para algunas mujeres, y esto es casi increíble, la llegada del régimen talibán al poder fue un alivio, pues las violaciones tumultuarias eran cosa frecuente durante la ocupación soviética y después, a lo largo de la guerra civil que casi terminó en 1994. En un artículo aparecido en 1996 en el periódico español El País, William T. Vollman dice que "no eran violadores ni asesinos sin sentido como otros combatientes" y que "en general se les recibía con respeto e incluso con afecto: llevaban consigo la paz". Lo que había antes de 1994 era tan espantoso como lo que hay ahora. Y hay que sumarle los marines. Chatwin, viajero incansable y temerario, opuesto en todo al turista miope y apresurado que somos la mayoría, amaba Afganistán aun antes de conocerlo. El formidable Road to Oxiana de Robert Byron era su Biblia, y durante su viaje trató de seguir las huellas de Byron. Para Byron, Afganistán era "por fin, Asia, sin el complejo de inferioridad". El viaje de Chatwin en 1962 hizo que se enamorara más profundamente del país. En su Lamento escribió : "Puedo imaginar qué fue lo que le sucedió al niño lisiado de Nuristán que nos traía de cenar desde su aldea, situada en lo alto de la montaña. Habíamos acampado junto al río y él bajaba por la ladera rocosa, balanceando su muleta y su pierna maleada, quién sabe cómo sosteniendo el plato y una tea. Cantaba mientras comíamos bombardearon su aldea y usaron gas contra los habitantes. Puedo adivinar también lo que le sucedió a Wali Jahn. Me llevó a un lugar seguro cuando me intoxiqué. Me transportó sobre su espalda, me lavaba la cabeza y me hizo descansar bajo la sombra de los acebos. Cuando volvimos, cinco años después, estaba tosiendo, toses profundas que terminaban en arcadas, y tenía la cara de alguien que iba para abajo. Pero, ¿qué le han hecho a Gul Amir, el tayik? Feo como pegarle a Dios, con una nariz infinita y aretes de plata. Nadie ha visto un hombre más devoto. Cada vez que quería descansar empezaba con que �no hay más Dios que Alá�� pero cuando se inclinaba hacia la Meca, miraba de reojo al lado y cuando me caí al río tratando de echar un anzuelo para truchas, Dios fue olvidado en una cascada de risas aniñadas. [�] ¿Qué pasó con el camionero que piropeó mis orejas? Lo abandonamos a la mitad del camino. El carburador se había tapado, su pipa de hashís se había tapado y las piezas se mezclaban a la mitad de la carretera, y teníamos prisa." El artículo termina con esta nota desoladora: "Perderemos los sabores el caliente, tosco pan amargo; el té verde con cardamomo; las uvas que enfriamos en la nieve derretida; las nueces y bayas que masticábamos para combatir el mal de montaña. No recuperaremos el olor de los sembradíos de frijol, ni el dulce olor resinoso de la madera de cedro al arder, ni una brisa olorosa a leopardo de las nieves a catorce mil pies de altura." Y a esa pérdida desoladora de vidas
y paisaje, repito, ahora debemos sumarle los marines.
Los virtuosos son esto y aquello. Son espejo maldito, recordatorio, original de nuestra copia. Especie en extinción, el virtuoso se esconde en libros, cuadros y sonidos, a la espera de un nuevo encuentro con los otros. En el rock, su perfil se diluye en épocas. Habita ciertos discos que nos recuerdan la capacidad del hombre: instrumento en mano, el que perpetra la música rebasa los límites para darle un nuevo orden a la notación. Así, el rock progresivo nos ha regalado a una serie de personajes que llevan su interpretación al extremo; Carl Palmer (elp), Jon Anderson (Yes), David Gilmour (Pink Floyd), Bill Bruford (King Crimson); nadie se salvó de sus incendios. Pero, ¿dónde están los nuevos virtuosos? ¿De qué árbol penden sus manos? Mencionar a Bruford, uno de los bateristas más finos del rock, me permite introducir al lector en la obra de un talento inexplorado. Trey Gunn es parte de King Crimson y ha compartido varias veces el escenario con ese extraordinario percusionista. Dueño de unas manos que dialogan con perfección, he aquí un instrumentista que utiliza, a manera de espada, el Warr Guitar, una maravilla sonora de ocho o doce cuerdas que está revolucionando el papel del bajista dentro de una alineación musical. Encuentro con lo imposible En 1996 Crimson visitó por primera vez la Ciudad de México. Fripp dirigía una alineación que le daba nuevos argumentos a su prodigioso taller musical. Con Pat Mastelotto y Bruford en la sección rítmica, y Trey Gunn al lado de Tony Levin en los bajos, Crimson ganó una fuerza aplastante. Fripp y Adrian Belew se encargaban de darle voz y firma a esta base de infinitas capacidades. Pero lo que llamó la atención de los presentes fue la perfección del joven Gunn, un maestro de otro planeta que deslizaba sus dedos con agilidad inaudita, dándole un significado extra a las notas. Escucharlo al lado de Levin resultó toda una revelación: si este último ya había establecido un nuevo vocabulario al utilizar el stick una especie de bajo vertical, ahora el turno le llegaba a su compañero, un sujeto que ostentaba otro instrumento igual de imprudente y vertical, pero de facha aún más aparatosa. En las butacas, los bajistas mexicanos se debatían en silencio: "¿Qué chingados es eso güey?" "Es como el stick de Levin, pero se ve más cabrón." "Es una lira, lo leí en la Bass Player." Trey Gunn: Warr Guitar Dos meses después de ese inolvidable concierto, en alguna revista especializada leí una conversación con el señor Gunn: "El Warr Guitar es un instrumento vertical que puede tener ocho, diez y hasta doce cuerdas. Se ejecuta con la técnica de tapping, un movimiento parecido al que se ejerce sobre un piano; sólo con tocar un traste se produce la nota. En él puedes simular una guitarra o hacer la veces del bajo." Con el testimonio de su visita al Metropólitan y estas explicaciones, muchos nos sumamos al arte de Gunn. Descubrir su historia significó acceder a una discografía que le abrió otros trayectos al oído. Originario de Texas, Trey mostró sus habilidades musicales a muy temprana edad. Interesado en llevar al límite sus manos, transportó su experiencia con el piano a la guitarra y el bajo, sacando de ahí una técnica prodigiosa. Formándose en el día a día de distintas agrupaciones locales, Gunn atendió la invitación para audicionar en un proyecto que le cambiaría el destino: David Sylvian y Robert Fripp, sus ídolos de juventud, se embarcaban en una aventura que requería de la presencia de un bajista de alto rendimiento. Gracias a su cercanía al mundo sonoro de Fripp, Gunn aprobó con diez el examen, iniciándose al lado de quienes se transformarían en sus mentores: con Fripp y Sylvian, Gunn grabó Darshana, The First Day, Damage y Everything & Nothing (Virgin Records). La obsesividad de Fripp encontró referentes en las buenas maneras de Gunn. Tras ese periodo de entendimiento y viaje compartido, Robert lo invitó a rediseñar el sonido de Crimson: "Vrooom", "B�Boom", "Thrackattack", "Dejà Vrooom", "Circus", "The Construkction of Light", "Heavy Construkction" y "The Projekcts Boxset" son obras exquisitas que contienen la presencia del texano. Me and my guitar La creación de la Trey Gunn Band es una consecuencia natural del talento de este músico. Apoyado en las capacidades de Tony Geballe (guitarra), Bob Muller (percusión, batería) y Joe Mendelson (guitarra y bajo), Gunn nos ha revelado sus alcances como director de grupo. Basando su quehacer en un funk ambient progresivo lleno de poder y simetría, este cuarteto redefine la idea del rock fusión. Con cinco álbumes a la fecha (One Thousand Years, The Third Star, Raw Power y The Joy ff Molybdenum, disponibles en Discipline Records), el señor del Warr Guitar nos regala piezas de infinita precisión que van más allá de los cálculos de polígono: ha encontrado un discurso estético que nos mece a ritmo de elefante nostálgico. Lector, si quieres enfrentar un virtuosismo diferente, he aquí la solución. Trey Gunn Band está preparada para visitar nuestra ciudad el próximo dieciséis de enero. Al momento de escribir esto, sólo tengo la fecha confirmada. El lugar no lo sé. Que cada quien busque la dirección en donde se podrá contestar la pregunta inicial de este texto: ¿Dónde están los nuevos virtuosos? (La verdad, no nos engañemos: siempre están ahí, arriba del escenario, diciéndonos lo que no somos.) |
Luis
Tovar
Entre
los extremos
En el medio cinematográfico suele decirse esta frase: "Un director es tan bueno o tan malo como su última película." Supongo que con ella quiere aludirse a la trayectoria de un cineasta, con miras a evaluar su relevancia o determinar el sitio exacto que ocupa dentro del marco donde desarrolla su trabajo su país, su generación, su género predilecto, etcétera. Sin embargo, como sucede con otras sentencias parecidas, la contundencia o incontestabilidad que dicha frase aparenta poseer lleva dentro su propio cáncer. Para empezar, ver el cine así, como la responsabilidad única o última de un solo individuo cuando en realidad es producto del esfuerzo coordinado de una verdadera multitud de personas, todas igual de necesarias, es una simplificación que puede resultar extremadamente nociva, sobre todo debido a que avanzar hasta las últimas consecuencias en esa línea argumental conduce a varios absurdos para los que no hay solución posible. El primero consiste en que de este modo se niega ya no sólo la contribución, positiva o no, del guionista, el cuerpo actoral, el fotógrafo, el editor, el diseñador de producción, el de vestuario, el iluminador..., sino que se le conceden a una única persona capacidades omnímodas que de ninguna manera tiene. Ciertamente el esquema de trabajo acostumbrado pone bajo la égida del director al resto del equipo, pero en los hechos, es decir, en lo que usted y yo miramos finalmente en la pantalla, se patentiza lo que el fotógrafo, el editor y el resto del cast & crew supo o pudo hacer, y que no siempre o por fuerza refleja las cualidades de quien funge como director, del mismo modo en que, como dice la conocida leyenda editorial, "los artículos son responsabilidad de sus autores y no necesariamente reflejan la opinión del editor". Los botones de muestra La etapa mexicana de Luis Buñuel es un buen ejemplo de lo anterior. A mucha gente le fascina traer a cuento las películas de Buñuel que no son la reconocidísima e irreprochable Los olvidados para llegar a la gigantista conclusión de que, salvo ese prodigio, todo lo demás resultó medio bien o medio mal, pero siempre inferior a la historia de El Jaibo, Pedro y compañía, "por culpa" de los productores que no lo dejaban hacer lo que él quería, de los actores que eran limitados o de plano chafas, del magro presupuesto que le daban, de la censura que no lo dejaba en paz... ¿En qué quedamos, entonces? ¿La culpa fue de Buñuel o de quienes lo rodeaban para ayudar o para estorbar? Y algo más: si Los olvidados no fue su última película ni mucho menos y tampoco fue la última que filmó en México, ¿dejó de ser entonces uno de los cineastas más importantes de la historia porque otros trabajos posteriores no convocan la misma unanimidad? Pensemos, por ejemplo, en Francis Ford Coppola cuando acababa de filmar su autocomplaciente, edulcorada, facilona y soporífera La vida sin Zoe, dentro de la trilogía Historias de Nueva York, o después de perpetrar esa cosa lamentable llamada Jack, donde Robin Williams demostró que la capacidad de hacer el ridículo es un verdadero pozo sin fondo. ¿Esos dos bodrios lo convirtieron en uno del montón? No para un servidor. En lo personal, esos traspiés nunca consiguieron hacerme olvidar que a Coppola se le deben al menos cuatro cintas insoslayables: El padrino I,El padrino II, La ley de la calle y Apocalipsis. Fatalmente marcada por la muerte de su director, Ojos bien cerrados es una película que muchos vieron como a través de un cristal empañado: que si en la edición terminaron traicionando a Kubrick, que si ya no alcanzó a rodar algunas escenas y se hizo la posproducción como dios le dio a entender a los productores, que si tantos años de no filmar le oxidaron el talento... Como resultado de tanto ruido, la mayoría de las opiniones que he leído o escuchado van acompañadas de un gesto reprobatorio que considero equivocado. Empero, aun siendo así (que la última de Kubrick fuera una mala película), no dejaría de ser una barrabasada decir que terminó siendo un mal director. Para "ganarse" el calificativo contrario le bastaba cualquiera de las anteriores, Casta de malditos, pongamos por caso, sin importar lo que hiciera posteriormente. ¡Qué rico estaba mi colega! De modo que el axioma no es tal, y aquello de que un director es tan bueno o tan malo como su última película acaba por ser una especie de serpiente que se muerde la cola. Lo cierto es que, por desgracia, lugares comunes así de monumentales guían la forma de proceder de compañías productoras, empresas distribuidoras e instituciones oficiales y no oficiales de apoyo a la cinematografía. Y puede que no me lo crea, pero así piensan también algunos directores que, haciendo gala de un canibalismo inconsciente, se comen a sus colegas tan pronto ven que tal o cual película fue un fracaso de taquilla, ante la crítica, en algún festival o en los siempre elusivos y eufemísticos, nunca directos, comentarios que acostumbran hacerse entre los miembros del medio. Deshacerse de un prejuicio es tan o más difícil que ser eternamente feliz con el ser amado, pagar la deuda externa o celebrar que el Tri ganó la Copa del Mundo. Pero la dificultad no nos exime de la obligación de intentarlo y serviría, en el menos malo de los casos, siquiera para contar con un punto de vista más objetivo.
Rosario Robles: de política, humor y alegría A favor o en contra de su gestión como jefa de gobierno del Distrito Federal (1999-2000) desde su postura de izquierda, lo cierto es que nadie puede negar que sea una mujer "entrona" y "con las faldas bien puestas". Rosario Robles Berlanga (df, 1956) se asumió como una apasionada de la política desde que estudiaba en el Colegio de Ciencias y Humanidades. Venía de una familia clasemediera de Echegaray, y había cursado la primaria y la secundaria en escuela de monjas, pero el mundo diferente que le planteó el cch la concentró en la izquierda y la condujo por el mundo espinoso de la política en el que ha sido una de sus más polémicas representantes, con demandas de juicio político y acusaciones por "manejo indebido de fondos". Diputados de los partidos Acción Nación (pan) y Revolucionario Institucional (pri), amén del periódico Reforma, señalaron "irregularidades financieras" durante su administración. Se iniciaron las investigaciones y la Contraloría General del Gobierno del df eximió ya a Robles de cualquier responsabilidad. Sin embargo, nuevamente diputados panistas se ampararon contra esa resolución, por lo que el caso aún no se cierra. Eso no le genera desencanto ni consigue agriarla. "Al contrario, en política necesitas alegría, esperanza, humor y todos los ingredientes positivos porque no es una pelea fácil. No he tenido desencanto de la política. Me molesta que existan personas de la derecha que en lugar de enfrentar al adversario con ideas y propuestas, lo hagan con calumnias y poniendo en entredicho la integridad personal a través de falsedades y mentiras. Hay un gran retroceso en la forma de hacer política en México." ¿El poder corrompe? Corrompe si nos vamos por el estilo tradicional priísta. Pero si partes de convicciones y de principios es muy difícil que se dé porque el principal valor es la honestidad. Ningún político había sufrido una campaña de desprestigio como se hizo conmigo. Y eso lo pudimos sortear con contundencia por la sencilla razón de que actuamos con decencia y honestidad. Nadie que se haya corrompido y haya mal utilizado el ejercicio del poder hubiera resistido una campaña así." Formada en Economía por la unam y con maestría en desarrollo rural, en 1989 participó en la fundación del Partido de la Revolución Democrática (prd), del cual se acaba de destapar como una de las candidatas a presidirlo. Casi siempre habla en plural y reivindica a cada paso la labor de las mujeres en la vida nacional. "Ser mujer y hacer política conlleva muchas ganancias; una imagen positiva de que podemos aportar nuestro talento y capacidad, subvirtiendo un patrón patriarcal que consideraba a la política un espacio absolutamente masculino." Y si bien está segura de que "la política no es de hombres o mujeres sino de un proyecto de país", acepta que la reciente intromisión de las féminas en la vida pública le da a ésta "más frescura y menos ataduras" respecto de los modos corporativos de una forma de hacer política menos tolerante. Paradójicamente, "ser novatas se convierte en una ventaja porque no estamos contaminadas de las formas tan tradicionales que le han hecho daño a la política mexicana". Autora de libros sobre la situación del campo y la pobreza, admite que es mala para la ficción. "Me hubiera encantado escribir novelas pero no puedo." Lo que sí, es que se declara fan de Paco Ignacio Taibo ii lo mismo que de Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Jorge Amado, Carlos Fuentes y Octavio Paz. Su imagen revela sobre todo fortaleza. Y cuesta trabajo sacarla de su discurso partidista para llevarla hacia una charla más personal. Donde sí se tambalea y asume su vulnerabilidad es como madre. Su hija Mariana, de dieciocho años, es su único talón de Aquiles. "Le digo que para ser huérfana es a todo dar", ríe de pronto la economista cuando refiere sus ausencias en casa y las bromas que su hija le hace cuando está demasiado tiempo en el hogar: "Mamá, ¿cuando te vas a trabajar?", le ha dicho durante los días que estuvo sin chamba luego de retirarse del gobierno de la Ciudad de México. Al igual que reivindica el ejercicio pleno de los derechos sociales y las libertades individuales en un estado laico, la economista convoca al humor para ejercer la política. "Es indispensable para no morirse. Pero no hablo del chistorete en la Presidencia; me refiero a saber burlarnos de nosotros mismos para que las situaciones no nos afecten." Sobre su propio partido y la persistencia en él de una visión misógina, asienta que "todavía falta mucho por hacer dentro de la izquierda" para ser congruente en su práctica cotidiana y en su forma de organizarse. "No puede plantear una equidad en el país y no ser equitativo al interior. Además, para fortalecer la participación ciudadana y ser una puerta real, debe ser un partido de izquierda que vea hacia abajo y no hacia arriba." Férrea defensora de los derechos reproductivos de las mujeres, aunque le parece una tontería que se le llame "Ley Robles" a las reformas que impulsó en la Asamblea Legislativa para aumentar causales de aborto en el df, está convencida de que "cualquier mujer que participe en la política debe no nada más pensar en lo global sino en nosotras como género", para que cada paso conduzca al fortalecimiento de la equidad entre todas y todos. Noé Morales Muñoz El receso provocado por los excesos decembrinos se antoja idóneo para la reflexión y el análisis de lo acaecido en el ámbito escénico durante el primer año de la era foxista, que en materia cultural, como en casi todas, ha dado más de una muestra de incongruencia y desatino. Sin el ánimo de amargarle a nadie la llegada de los Reyes Magos, el columnista emprende lo que espera se convierta en un repaso somero pero sustancioso del ciclo que recién acaba, acaso como indicativo de lo que se vislumbra en el futuro inmediato. El sospechoso concepto de ciudadanización,enarbolado por la dirigencia del Conaculta, se ha traducido en la proliferación de festivales de envergaduras y justificaciones varias. A los ya plenamente establecidos como el Cervantino y el de la Ciudad de México, se han sumado otros como el Arte 01, el Mirarte y varios más de nombres aún más estrambóticos, todos con la supuesta intención de estimular la labor de los creadores artísticos y de acercar sus trabajos al grueso de la población. Dicha premisa no debiera ser, en teoría, blanco de cuestionamientos; el problema se presenta en su traslado a la práctica. Hechos sobre las rodillas, dichos festivales han pasado a ser sólo una temporada de preestrenos de lo que puede verse casi sucesivamente en cartelera, específicamente en la teatral. Salvo por algunos espectáculos extranjeros de incuestionable valía, esta política no aporta nada novedoso y exacerba a los malpensados: pareciera ser una coartada para gastar el de por sí exiguo presupuesto cultural de este país. Pero a pesar de los varapalos de la burocracia cultural, los creadores escénicos han entregado algunos ejercicios que habilitan un optimismo templado. Feliz nuevo siglo, doktor Freud, de Sabina Berman, De monstruos y prodigios, de Jorge Kuri y Visitatio, de Daniele Finzi, destacan entre las producciones presenciadas a lo largo del año apenas concluido. Dichos espectáculos se erigen como un obstáculo para aquellos que no se cansan de pregonar el estancamiento y la aridez de la dramaturgia mexicana contemporánea, siempre tan despreciada y tan poco atendida por el medio nacional. 2001 trajo para el espectador mexicano la oportunidad de aproximarse a textos extranjeros disímbolos en estilo pero hermanados en calidad: Blasted, de Kane, Cenizas a las cenizas, de Pinter, El Gordo y El Flaco van al cielo, de Auster. En lamentable coincidencia, ha de decirse que ninguno de estos tres autores encontró puestas en escena a la altura de sus propuestas. Pero se confirma que la terquedad de directores y productores por importar textos interesantes para el público mexicano rinde dividendos que, aunque irregulares en su concreción, rubrican un genuino afán de búsqueda. Quienes parecen no haber tenido un año del todo fructífero son los integrantes de ese grupo al que se ha bautizado, en tácito acuerdo universal, como "vacas sagradas". José Caballero entregó una muy pobre versión de Algo de verdad, de Stoppard, pero se recuperó con la atinada reposición de El destierro, de Juan Tovar. Luis de Tavira corrobora sus delirios zoofílicos (a los caballos de antes se suma un cerdo en el montaje que ya ha reseñado puntualmente la colega Solano en este suplemento) y encuentra cada vez menos seguidores de su fastuosidad escénica. Germán Castillo se inmiscuyó en la poesía de Sor Juana y Villaurrutia con resultados intrascendentes. La reflexión en todos estos y otros casos particulares se antoja obligada y perentoria. Tampoco fue el mejor de los años para los directores y autores que descollaron a principios de la década pasada. Los ejemplos más francos los otorgan Martín Acosta y Carlos Corona, quienes, tal vez afectados por el exceso de trabajo, se quedaron a años luz de sus mejores momentos. Ni La vida no vale nada y Animales insólitos en el primer caso, ni Tartufo ni Zorros Chinos en el segundo, lograron cumplir las expectativas generadas por su trayectoria reciente. Pero la bonhomía que se transpira a mares por esta época recuerda que los hallazgos del año pasado no fueron pocos. El relevo generacional hace acto de presencia con sorprendente autoridad. Edgar Chías y su Circo para bobos e Iván Olivares y su Alicia en el país de las alcantarillas motivan la certeza de que la dramaturgia mexicana va por buen camino. José Luis Saldaña debuta profesionalmente en la dirección con un muy lúdico acercamiento a Chéjov, Petición de mano. Pero las mejores noticias provienen del gremio actoral. La cyberneta, de Ilya Cazés y Mauricio García Lozano, mostró la ventaja que en términos de formación histriónica mantiene el cut sobre otras escuelas. Los esfuerzos de Bruno Bert con estudiantes de la eat dejan entrever a más de un actor promisorio. Y el Colegio de Teatro de la unam, el eterno patito feo de las escuelas de teatro, alimentó casi totalmente los repartos de la Copa Improvisadores y la ya referida Petición de mano. Con esto, los directores deberán encontrar otras excusas para cimentar la frágil teoría de que en México escasean los intérpretes de calidad. 2002 apenas se insinúa y ya hay pendientes por resolver. La situación de los teatros del imss aún es un enigma. La Academia Mexicana de Arte Teatral empezará a funcionar realmente, con la esperanza general de que no se circunscriba a ser un otorgante de trofeos. Chabaud emprende el enésimo intento por que el medio cuente con una publicación periódica decente; habrá que ver cuánto le duran a él las pilas y a los editores la paciencia. Pero de eso nos ocuparemos después. Por lo pronto, los mejores deseos para los lectores de esta disparatada columna quincenal. |