Siete
voces femeninas
Mi abuelo
Mitzi Vanessa Arreola Gutiérrez
Con el tiempo
la espuma intangible que el sol emite le ha teñido el cabello,
ese cuerpo invertebrado le ha invadido la mirada
que como luz al infinito congrega una historia larga.
Pero con todo la dirección es definida;
inexpresiva divisa los extremos de un insomnio perpetuo.
A eso huele la piel cuando envejece,
a insomnio aglutinado en la memoria
síntesis de felicidad y dolor extraño desdoblado en todas direcciones.
Huele a pasado exhausto al elaborarse en los reflejos que construyen el futuro,
huele a mirada tierna frente a la incertidumbre individual;
a la rebelión de un cuerpo por dejarle a solas,
a la infidelidad de la carne y de la sangre;
al abandono de la piel frente a una conversación inminente con la penumbra continua.
Huele al mar elaborado de gotas
que le han donado las miradas cuando se alejan.
Y suena a la despedida resignada que abre la puerta del silencio.
Siempre es triste ese último aroma de la piel que cuestiona el universo
antes de iniciar la incesante discusión.
Abandonados por el horizonte que grita en la lejanía,
mientras la extensa marea oscura nos cubre la espalda;
y la soledad también envejece con nosotros,
hasta hacernos uno mismo.
Enzia Verduchi Para
Vicente Quirarte
Breve era el camino de San Cosme a Pino
Suárez:
cientos de latidos por paso, tenso corazón. Muchacha, tuyas eran las calles de Madero y Gante con las piernas descubiertas por la prisa; en tus ojos las nubes de agosto encendían una palmera de Córdoba. Eras el pretexto para acallar el bullicio en un café de chinos o inspirar a un merolico en un día ocioso o dejar a su suerte a un viejo libanés que en tu cintura descifró el destino. Tarde para quien urge del abrazo: insólito el cañón de una pistola ante la fuerza del espasmo.
Sueño con mi padre Amalia Bautista Ya estoy aquí, no llores,
pequeñaja,
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Mariana Hernández Montero
Deseo que justo ahora te sientas
Na Florinda (gunaa rusídi guichi ne ruunda) Natalia Toledo Paz Xtídxilu
(zapoteco) (maestra y cantante) Tu canto
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Citlalli H. Xochitiotzin
Para él, con lápiz
Años tomé la palma
de tus manos
y tatué las líneas de tus pasos
en el aroma que fulgor estalla
y, en cada hueco de tu alma
ahí,
ahí yo estaba.
Te miré en la primera noche
de los tiempos
en el primer tremor del cuerpo.
En las manos confundidas
de la oscuridad
busqué el perfume y extinguir,
sin encontrar tu forma
en la luz de las calles
donde sin encontrar tu nombre,
busqué,
busqué sin ser mirada.
Escudriñé en la huella
de mi nombre,
en la pronunciación de la
belleza, escapa,
en el mirar de las cúpulas
de oro
peregriné buscando ser mirada.
En los buques errantes; puentes de la noche blanca.
Pescadores profetas ebrios de fe
ocultaron tu nombre,
el mío, el tiempo,
esta terca esperanza.
En la luz de miradas absortas; miradas sin mirar no son miradas.
En los grandes riscos de espejos;
barrios sordos,
Ruidos de saxofones ebrios de soledad
y ceguera.
En los surcos de la infancia.
Y ahí te miro,
latir de corazón de ala, en las plateadas fronteras del espasmo,
silencia el anima.
Toca el cuerpo en el secreto de burilar
en ti,
calor inconfundible:
mi mar
mi mar de tanto ser mirada.
Thelma Nava
Para Efraín Huerta
A pesar de todos los relojes
sagradamente habitan en ese paraíso
conquistado
detrás del ojo que no puede
mirarte
todos los fuegos de tu espíritu
encendidos en tus días terrenales
y el esplendor del agua viva de
tus manos.
Estás en estos recintos interiores
que algún día fueron
nuestros
en las voces y silencios evocados
junto a los breves espacios de la
dicha
donde renacen ahora tus poemas
como soles antiguos en la estación
del viento.