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Luis Hernández Navarro
El resplandor de los machetes
La imagen no deja lugar a dudas. Los ejidatarios de San
Salvador Atenco le han quitado a Vicente Fox los símbolos más
vistosos de su campaña electoral. Los caballos, las botas vaqueras,
los machetes y el estandarte de la Virgen de Guadalupe son hoy el sello
de sus manifestaciones, su certificado de origen.
La disputa está lejos de ser sólo simbólica.
Lo que está en juego es el territorio de los pueblos, su patrimonio.
Los ejidatarios no están presionando para que se les incremente
el precio de la indemnización de sus tierras. Están luchando
por su sobrevivencia y, de paso, por su dignidad.
Pero la movilización de los pobladores de San Salvador
Atenco contra la expropiación de sus tierras para construir un nuevo
aeropuerto no es un hecho aislado. Se trata, sí, del eslabón
más visible y vistoso de la resistencia popular a la urbanización
y construcción de infraestructura a costa de sus territorios y recursos
naturales, pero está lejos de ser el único combate que se
libra.
Generosos como son, entre mayo y septiembre de 1999, el
gobierno del estado de México y un grupo de particulares ofrecieron
a los pobladores de La Marquesa una serie de cursos de hotelería
y gastronomía, probablemente para que sus famosas quesadillas salieran
del comal en forma de animalitos.
Al poco tiempo los pobladores averiguaron el origen de
tan desinteresada oferta de capacitación laboral: 380 familias enfrentan
la amenaza de expropiación de sus tierras por parte de un conglomerado
turístico de 57 empresas (entre las que se encuentra Tribasa, Bayer
y Nestlé) que quiere convertir la zona en un complejo de grandes
hoteles, centros recreativos y comerciales, similares a los que se encuentran
en Santa Fe. Les ofrecen el pago de un peso 70 centavos por metro cuadrado.
Su recelo no es gratuito. Los ejidatarios de La Marquesa
han sufrido otras expropiaciones en el pasado. A la comunidad de Acazulco
la sacaron de su territorio para ampliar la carretera México-Toluca,
pero nunca le pagaron por completo la indemnización que le correspondía.
El gobierno federal expropió, también, tierras para beneficio
de la CFE, Pemex, el Instituto de Investigaciones Nucleares y la ampliación
de carreteras. Según los afectados, a cambio de estas propiedades
se les dio un centro de artesanía que nunca pudo ser utilizado,
un par de columpios y una resbaladilla.
Es por ello que se oponen también a la construcción
de una carretera que atravesará sus tierras en dirección
a San Salvador Atenco a través de delegaciones y municipios como
Cuajimalpa, Naucalpan y Atizapán.
No muy lejos de allí, en Cuajimalpa, un grupo de
empresarios pretende cambiar el uso del suelo de la zona boscosa, para
desarrollar un corredor residencial y financiero que conecta con La Marquesa,
destruyendo el entorno ecológico del área. Desde hace meses,
un grupo de colonos de Cuajimalpa ha emprendido, con relativo éxito,
movilizaciones para frenar la urbanización de la reserva. Pero la
iniciativa empresarial sigue adelante.
A unos cuantos kilómetros de distancia, un grupo
de comuneros de Atizapán defiende mil 400 hectáreas que les
pertenecen contra la alianza de altos funcionarios y la constructora Frisa.
La empresa constructora pretende desarrollar en esas tierras
una parte del corredor de Atizapán-Naucalpan y Naucalpan-Cuautitlán,
mientras que los comuneros -que son los dueños legítimos
del terreno- quieren construir una cooperativa y un centro comunitario
para poder trabajar con sus familias las tierras. Desde antes, los campesinos
han resistido las presiones de Industrias Resistol y de poderosos políticos
locales que quieren construir allí fraccionamientos.
La lista de los conflictos producidos en el valle de México
por el avance del capital inmobiliario o por proyectos de desarrollo urbano
sobre tierras campesinas o de pobres urbanos es enorme. En Ecatepec, Tultitlán,
Cuautitlán, Magdalena Contreras y Milpa Alta ha habido movilizaciones
de protesta durante los últimos meses. La constante en todos ellos,
al igual que en Atenco, es que los afectados nunca fueron consultados por
las autoridades y que los proyectos no pasan por zonas donde vive población
de altos ingresos.
Lo mismo sucede con la construcción de grandes
proyectos carreteros en estados como Puebla, Tlaxcala y Guerrero.
La disputa por el territorio y por el sentido y orientación
del "progreso" está a la orden del día en nuestro país.
Detrás de muchos de los proyectos de construcción de infraestructura
los pueblos y comunidades ven una nueva colonización y una nueva
reducción.
Los pobladores de San Salvador Atenco mostrando orgullosos
el filo de sus machetes son una radiografía de lo que pasa en el
México de abajo cuando se le colma la paciencia. Como saben quienes
siguieron la marcha zapatista en febrero y marzo de este año, el
pobrerío anda inquieto. Más valdría que los modernos
planificadores dejaran de darle más escobazos al panal.
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