que estaré anotando sólo lo que considero esencial. Parecerá lo contrario, que en vez de guiar al lector en medio de un bosque con un mapa claro le ofrezco la visión de otro bosque, repleto de ramas, espinas, arbustos y caminos neblinosos. Pero no es así. Porque Olmo sólo puede hablar y explicarse por boca de Olmo. Además, alguien tiene que hacerle justicia al pobre Olmo poniéndolo en el primer plano. Las Historias de Olmo son un conjunto de cuentos breves engarzados como una novela. O como una autobiografía apócrifa. Olmo es un tonto que escribe. Le ocurren cosas, pero en realidad es un tonto que escribe. A todos nos pasa. Cuando leemos libros como Historias de Olmo nos reímos, ponderamos el talento del autor que ha sido capaz de crear un personaje tan de carne y hueso, tan verosímil como lo es Olmo, pero en el fondo, unos momentos antes de cerrar los ojos y habiendo dejado el libro sobre la mesilla a un lado de la cama, nos cuestionamos, aterrados, si hemos entendido realmente el quid del asunto. Justo como cuando escuchamos un chiste entre varios y reímos sin haber entendido para no pasar por tontos. Puede ser que el chiste signifique una bobería, pero ese no haber entendido nos pone el cuerpo tieso. Mientras tanto, Olmo se pasea por el cuarto y se agarra su cabeza de globo diciendo que no puede pensar. No que le duela la cabeza, sino eso: que no puede pensar. Lo que Olmo propone con su imbecilidad es una teoría simple del conocimiento. No podemos conocer la realidad (esto es algo que jamás diría Olmo) porque el instrumento que hemos diseñado para ello es insuficiente. Es decir, el lenguaje. El hombre que escribe ?el homo sapiens sapiens? es el tonto por antonomasia, porque es el responsable de haberle conferido a las palabras la tarea torpe de ordenar el caos. Y el escritor fracasa, fracasa todo el tiempo. Como no podemos conocer la realidad mediante el usufructo del lenguaje, lo que podemos hacer es trascenderla y desdoblarla, como se desdobla un mapa o una hoja de papel que no tiene nada escrito. Una hoja de papel hueca. En el mundo de Olmo no existe el problema de la continuidad. No hay unidad de tiempo ni de espacio. Olmo se agarra la cabeza en este momento y dice que no puede pensar. Inmediatamente después está viendo a un pájaro recortado sobre el fondo azul de la ventana. Aquí subyace un problema de orden retórico. Que no es otra cosa sino el problema anterior de la imposibilidad de empatar el lenguaje con la realidad. Si yo hablo de un vaso y veo el ojo de mi esposa agrandarse del otro lado del vaso no estoy separando ninguna trama de lenguaje de su significado convencional. Pero si de pronto el vaso se despega de mis manos y sale volando por la ventana estoy refiriendo, en prosa, un evento que sería inútil de referir en verso. No hay fantasía, hay idea, como en "El acercamiento a Almotásim" de Borges, el cual no hubiera podido resolverse bajo la especie de un poema ?mucho menos de un poema ultraísta. Si el lenguaje es insuficiente para representar la realidad entonces hay que recurrir a otros métodos. ¿Pero qué ocurre en el momento preciso en que Olmo se da cuenta de que la metáfora es inútil y la poesía una red en la que no quiere caer? Olmo se queja de una migraña y se acuesta y se queda mudo. O se dobla como una camisa y se mete en el interior de una gaveta. En otras palabras, lo que ocurre es una historia dentro de una cantidad mínima de renglones. Una cantidad mínima o suficiente. Pero sería un error confundir a Olmo con Rolando. O decir que Olmo es Rolando. Olmo es Olmo y Rolando es Rolando. Además, como decía Bernard Shaw, no se puede andar por el mundo exponiendo las propias miserias de uno. Eso sería inmoral. Además de aburrido. Olmo y Rolando son escritores obsesionados con el cuento corto, y cada quien tiene su propia estrategia. Cada quien se dirige a un lugar distinto. Aunque, a decir verdad, uno se queda con la impresión de que Olmo no va a ninguna parte. Olmo es feliz donde está. El tonto, el héroe. El tonto es el verdadero héroe. El tonto es el que ve más allá. El tonto se enreda con el lenguaje y lo detesta. O se tropieza con la realidad y se pregunta por qué. Lecturas soterradas. Davenport, Kafka, Joyce, pero lo que sopla de veras en las páginas del cuaderno de Olmo son vientos del norte: Bernhard, Benjamin, Wittgenstein, el criado de Robert Walser y los hombrecitos Ror Wolf. ¿Y Cuba, dónde ha quedado el clima caribe de la isla de Cuba? Lezama Lima, Virgilio Piñera, Dulce María Loynaz, Emilio Ballagas. La poesía. Olmo parte del cálculo, aunque ahora abomine de la poesía y no crea en el valor de las metáforas. Valéry es otro de sus precursores. De los menos evidentes. Clima visual, atemperado por el propio Olmo. El día es tan bello que Tonino se siente perturbado. Piensa que el sol es una naranja que rebota en el horizonte. En eso se topa con Olmo, que viene pensativo. Tonino le dice a Olmo: "¡Olmo, fíjate qué día más bello, el sol es una naranja que rebota en el horizonte!" Olmo lo mira como si hubiera visto al diablo y echa a correr mientras grita: "¡Necio, necio!" ~ Del uso de las metáforas. Vidas paralelas. Todos llevamos un Olmo adentro. Cuando estamos escribiendo Olmo está sentado a nuestro lado, imitando nuestros gestos. Cuando caminamos Olmo se pregunta sobre el rumbo que estamos llevando. Cuando conversamos Olmo gesticula en un sentido inverso. Es un alter ego que fuma en las antípodas. Pero a Olmo no le gusta el cigarro. Más bien le gusta imaginar que le gusta fumar cigarro. Y se imagina la punta del cigarro humeante. Y la boca de donde sale la bocanada de humo. Cuadro por cuadro. Luego se preocupa por otra cosa completamente distinta. Se ríe. Olmo representa nuestro ego hilarante, nuestra situación ridícula en un mundo de apariencias ridículas. Y de sistemas fácilmente trazables. Todo es cuestión de discernir un momento de otro, como el blanco del negro. Sin titubeos. Olmo es ese motivo de escarnio dulcificado que aflora cada vez que queremos parecer inteligentes. O parecer serios. O cuando estamos en el borde de la cama, con las agujetas de los zapatos entre los dedos, presas del infierno matutino de saber que no somos sino un motivo de escarnio dulcificado en un mundo de errores. Habla Rolando, en un tono distinto del de Olmo: "La metafísica de un cuento corto no es un problema de contracción. Un cuento corto no se contrae así como así. Como una novela de Proust no se dilata así como así. "¿Metafísica del fragmento? No, tampoco. Un fragmento es un pedazo zafado y ahora a la deriva. Un cuento corto va a la deriva. Pero como iría un corcho: presumiendo de flotación." ~ Rolando Sánchez Mejías, "Hombrecitos de Ror Wolf" Flotación o génesis. ¿Quién es Olmo? Ninguna persona en especial. Una gramática, o una concatenación de ideas que se dan en un plano narrativo que quiere ir al grano: el cuento corto. Si uno separa las letras del nombre de Olmo se queda con cuatro sonidos aislados e insignificantes: o l m o. Dos oes, una al principio, otra al final. Una ele y una eme en medio. Olmo y limbo son palabras que no riman, pero Olmo parece vivir en un limbo donde las cosas tienen una sombra de color pistache. Y esto asusta a Olmo. Por eso, cuando los tres invitados a tomar el té en su departamento de exiliado se van, Olmo se mete a la cama y se cubre de pies a cabeza con una sábana. O cuando lo visita su tía muerta en su casa de Cuba Olmo se mete a un cajón, doblado como una camisa. Olmo no es una proyección en sentido estricto, ni un doble de Rolando que hubiera salido de una lectura de Dostoievski o Poe. Es un primo de Odradek de Kafka, pero con vida propia. Va a la Rambla y se quita una pierna. Viaja a China y se desamarra las agujetas. Come helado y se lleva la mano al pecho para cantar en falsete. Su lámpara está prendida en este momento y se le puede ver escribiendo a través de las cortinas de su departamento. Todos llevamos un Olmo adentro. Autorretrato aproximativo.Visto de espaldas Olmo produce la trágica impresión de un acromegálico que mira a la lejanía. Visto de frente: una bola cómica que rueda a ras de los acontecimientos. ~ Perspectivas El aspecto cómico. Olmo es una invención chistosa y es elástico. Puede doblarse dentro de una gaveta y estirarse como una varilla hasta tocar el cielo. Pero también es un instrumento en el sentido en que Theodor Wiesengrund Adorno le decía a su amigo Walter Benjamin que la frase chaque époque rêve la suivante era un instrumento. Un instrumento para pensar el pasado e imaginarse el presente. Todo es cuestión de visualizar las cosas. Las Historias de Olmo están vistas en prosa. Por eso Olmo se dobla o se estira y no se convierte en algo parecido a, sino simplemente hace algo y respira. Olmo nunca gruñe. Olmo viene de la poesía pero no quiere volver a la poesía. Olmo ha vivido del cálculo pero ha equivocado su estrategia y ahora escribe la historia de su propia vida distribuyéndola en una suerte de cuadros de foto fija. Si se pasan las páginas de atrás hacia adelante con las yemas de los dedos, se verá a Olmo como en una secuencia de dibujos animados primero levantándose de la cama, luego tomando una taza de café, mirando al cielo por la ventana y arrancándose los pelitos de la nariz enfrente de un espejo. Beckett es otra de las influencias de Olmo. Lo curioso es que Beckett, en el libro, no aparece. Preguntas. "¿Por qué escribir cuentos muy breves si tenemos a nuestra disposición géneros más entusiastas del tiempo y del dinero? ¿Vocación inaplazable? ¿Incapacidad para ver en profundidad? ¿Odio al trabajo literario? Tal vez todo esto junto." ~ Rolando Sánchez Mejías, "Hombrecitos de Ror Wolf". Desprestigio. A fines del siglo xx y principios del xxi la literatura goza de un desprestigio circunstancial. Y metafísico. Los escritores que han llegado a la mayoría de edad intelectual y comercial obtienen premios en el extranjero y escriben un tipo de español "neutro". Dan entrevistas en los programas de televisión, los periódicos reseñan sus brillantes intervenciones en los congresos y sentados en los sillones mullidos de su sala esperan la llegada del Nobel. La mayoría tiene barba o bigote y ha perdido el pelo. Olmo no. Olmo escribe en cubano y hace encajar sus palabras unas en otras en un afán minimalista de "no ser descriptivo". Olmo quiere ser expresivo con el mínimo de recursos. Y para ello recurre a las memorias léxicas de su isla de origen. En vez de escribir "carta" escribe a propósito "cartica". No importa que en Barcelona, país donde vive en el exilio, no le entiendan o lo tachen de localista y condenado al fracaso. No importa porque a Olmo en el fondo lo que menos le interesa es la literatura. "¿Qué es la palabra calabaza sino una calabaza vacía?", se pregunta. Y a veces se le escucha cantar: Tralalí, tralalá. Pero Olmo es un escritor que con frecuencia no puede escribir. Un día se sentó a la orilla de un lago donde una patos nadaban. Llegó la tarde y Olmo no había escrito nada. Llegó la noche y Olmo todavía no había escrito nada. "La mañana siguiente sorprendió a Olmo sin haber escrito una palabra. Al tercer día Olmo seguía al lado del lago sin haber escrito una palabra. Cuando volvió dijo a sus amigos: "Señores, los lagos no son propicios para escribir." No se es escritor todo el tiempo. A veces se puede, a veces no. La valoración del resultado es cosa muy distinta. Lenguaje. Una escalera para subir a las cosas. "Pero una escalera con defectos. Subes y te caes." Palabras. Olmo se aterra con ciertas palabras, pero también se ríe. De hecho Olmo se ríe todo el tiempo. Se ríe de mí las más de las veces y se adhiere como una estampa. No entiendo bien por qué, pero Olmo a quien de veras me recuerda es a Golum, del Señor de los anillos. Golum se transformó con el anillo y en otra época de la que ya nadie guarda memoria Golum era otra persona. La codicia le quemó el seso. A Olmo lo que le quemó el seso fue la posesión de las palabras. Se dio cuenta de que había una extraña ligazón entre la palabra y la cosa, pero esa ligazón era de humo. O de una materia comestible. Te la comes, sientes algo de placer en el estómago o en el cerebro (nadie sabe) y la transformas en deshecho. Después nada. Por eso Olmo decidió mejor vivir con las palabras. Ni digerirlas ni domarlas. Sólo vivir con ellas. Actitud. ¿Y si Olmo quisiera
pintar? Su problema sería el de la representación. Entonces
volcaría toda su energía sobre la combinación de los
colores y el uso en general de los materiales. Se preocuparía por
la pincelada y la historia que hay detrás. También tendría
el problema de la teología, porque todos los pintores en algún
momento enfrentan el problema de la existencia de Dios y su apariencia.
Esto es algo que la mayoría de los escritores no ve. Quizás
porque todo se resume en un problema de actitud. De saber mirar
de un punto determinado hacia otro punto determinado, situado más
abajo
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