DOMINGO Ť 9 Ť DICIEMBRE Ť 2001

Ť Eduardo Galeano

El paseo

-ƑAdónde nos llevan? -preguntaba Javier, que en realidad preguntaba y por qué a mí, a mí por qué si yo no soy rojo, ni nada, si jamás en la vida me he metido con nadie, si yo nunca anduve liado en esas cosas, nunca, yo nunca. Pero Antón, sin palabras, meneaba la cabeza.

Iban los dos parados, con las manos atadas a la espalda. El traqueteo del camión los empujaba uno contra el otro, y de vez en cuando los soldados se divertían pinchándolos con las bayonetas.

Noche del 24 al 25 de diciembre de 1938:

-Es Nochebuena. Algún regalo nos van a dar -decía Javier, y se reía solo.

En uno de los tumbos del camino, quedaron pegados cara a cara, los ojos en los ojos, y entonces Javier apretó los párpados y musitó:

-Oye, Antón. Fui yo.

Pero no se oía nada. Los ruidos del camión no dejaban que se oyera nada. Casi gritando, Javier repitió fui yo, fui yo:

-Yo los llevé hasta el escondite. Yo te entregué. Fui yo.

Antón, sordo, había perdido la mirada a la orilla del camino. No había luna, pero resplandecían los verdes de Asturias. Y Javier decía que lo habían obligado, que tenían a toda su familia de rodillas, que los iban a matar a todos, a los niños, a todos, y Antón seguía metido en los campos que en la negrura brillaban con luz propia, fulgor de verderías, corriendo contra el camión.

Javier se calló.

Sólo se escuchaban las toses del motor y los golpes del camino.

Al rato, Javier dijo:

-Hace frío.

Y dijo:

-Qué frío hace.

Era noche todavía cuando Antón y Javier llegaron al paredón que los estaba esperando.