MIERCOLES Ť 5 Ť DICIEMBRE Ť 2001

Javier Aranda Luna

Apuntes para un inventario

Cuando hagamos el inventario de los grandes escritores del siglo XX hispanoamericano, Juan José Arreola ocupará uno de los lugares más destacados. Para Jorge Luis Borges fue un maestro del cuento fantástico que con su arte nutrió a nuestras letras; para Octavio Paz fue un poeta que escribió extraordinarios textos en prosa; para Julio Cortázar un maestro del cuento; para Carlos Monsiváis fue el autor que logró la ''página perfecta" gracias al rigor estilístico, la densidad cultural y la ambición de medirse con los clásicos.

Autor de unos cuantos libros -demasiados por ser geniales- Arreola logró lo que cualquier escritor podría desear: atrapar al lector con la sorpresa, con una riqueza verbal y la memoria viva de la tradición literaria. Sus textos nos cogen desprevenidos, nos perturban, nos hacen soltar la carcajada por la imaginación que desbordan, por su humor y por ese estilo clásico en el que ninguna palabra sobra ni hace falta.

En octubre de 1972 apareció una nota anónima en la revista Plural en la sección ''Letras, letrillas y letrones". Su título era sugestivo: Corazón de León y Saladino: Jaime Sabines y Juan José Arreola. La nota daba cuenta de los últimos libros de esos escritores: Mal tiempo y Bestiario. Más que una reseña la nota era un interesante acercamiento a dos estéticas geniales y diferentes. Para explicarlas, el redactor anónimo recordaba el episodio en el que Ricardo Corazón de León y el sultán Saladino decidieron medir su destreza en el manejo de las armas. Para demostrarlo el primero derribó un roble con un golpe de hacha; el segundo decidió cortar en dos un hilo de seda sostenido por un esclavo con el filo de su alfanje. Por su afición a cantar la mayor parte del tiempo con do de pecho, Sabines semejaba a Corazón de León. El estilo literario de Arreola, en cambio, era similar al del príncipe Saladino.

El redactor de la nota anónima publicada en Plural resultó ser uno de los mejores lectores de Arreola: el poeta Octavio Paz, quien no dudó en incluir algunos fragmentos de la prosa del escritor jalisciense en la célebre antología Poesía en movimiento.

A pesar de sus páginas perfectas, Arreola no fue un estilista estéril, un escritor que de tanto esmerilar sus palabras termina por no decirnos nada. El minucioso cuidado de su prosa fue para mostrarnos mundos decididamente fantásticos o absurdos. Mundos que muchas veces forman parte del nuestro. El guardagujas, uno de sus cuentos más célebres, es prueba de ello: su refinado estilo sólo busca sostener la lógica de lo absurdo, la verosimilitud de lo fantástico. En ese cuento todo se subvierte: una estación de paso de pronto se ve convertida en un asentamiento humano permanente; un tren, la garantía de la inmovilidad; un viajero, el mejor de los sedentarios. ƑY no es verdad que todo eso somos y todo eso ocurre con inusitada frecuencia en nuestros días ''normales"?

Otra de las características de la escritura de Juan José Arreola es el humor. Un humor sutil y efectivo que dio a sus textos más ligereza. El propio escritor así lo reconoció, hace algunos años, cuando dijo lo siguiente: ''Quizá lo que más pueda salvarse de mí es el soplo de broma con que agito los problemas más profundos". Al decir esas palabras no mintió: el amor, los celos, la impotencia, el trabajo, la divinidad, la mujer, es decir, los mayores temas de todos los tiempos, son materiales nuevos en los libros de Arreola gracias, en gran medida, a su sentido del humor. Humor que nos hace reírnos de los otros y de nosotros mismos.

Durante mucho tiempo se le preguntó -y a veces hasta se le reprochó- por qué había dejado de escribir. La pregunta y el reproche eran injustos: Ƒnecesitaba escribir más? No lo creo. La importancia de una producción literaria no se mide por su volumen ni por la variedad de géneros que abarca, sino por algo más sencillo: por la imaginación que provoca en el lector. Más aún: uno de sus libros, Confabulario, y tal vez sólo uno o dos de sus cuentos bastarían para darle a Juan José Arreola un lugar destacado en la literatura de nuestra lengua.

Juan José Arreola fue un juglar, un actor, un cuentista, un maestro, un editor generoso, un animador cultural, un bohemio a la vieja usanza, un espléndido jugador de ajedrez y de ping-pong, un memorioso que compartió sus descubrimientos con muchísimas personas. Pero no habría podido ser todo ello si no hubiera sido, ante todo, un poeta. El poeta que al inventar la palabra se inventa a sí mismo y nos inventa.