MARTES Ť 4 Ť DICIEMBRE Ť 2001
Juan José Arreola murió ayer a las 15:00 horas en su casa de Jalisco.
Antes de la organización apresurada de homenajes, la comunidad artística e intelectual despidió al maestro de escritores dibujando con palabras un poliedro que lo retrata de cuerpo entero: prosista extraordinario, charlista de genio excepcional, actor de sí mismo y dueño de una erudición que compartía al mismo tiempo que sus signos: el ajedrez, el vino, la sensualidad, la amistad.
Autor de cuentos clásicos, dados a conocer en los libros Confabulario y Varia invención, Arreola escribió también novela y teatro. Su maestría verbal, hace notar Carlos Monsiváis, se disfruta más si esos textos son leí-dos en voz alta.
Vicente Leñero ubica una generación entera que aprendió de Arreola: José Emilio Pacheco, Fernando del Paso, José de la Colina. La trascendencia se irradió también en la Casa del Lago e inclusive a través de la televisión mexicana. Fue un juglar, no hay duda.
Otro gran maestro del género del cuento, Augusto Monterroso, definió: "es un escritor de primer orden mundial el que hemos perdido".
Ť Los restos mortales del autor de Confabulario
fueron velados en Guadalajara
Murió Juan José Arreola; sólo
temía al invierno de la memoria
Ť Si alguna virtud literaria poseo es la de ver en el
idioma una materia plástica ante todo, decía
Ť Desde niño aprendió el valor de la literatura
y con ello emergió en él la vocación magisterial
CESAR GÜEMES Y ANGEL VARGAS
El escritor jalisciense Juan José Arreola murió
este lunes a los 83 años, a causa de la hidrocefalia que padeció
el último lustro.
Orso Arreola, su hijo, confirmó que el deceso del
autor de Confabulario ocurrió a las 15 horas en su domicilio
de la colonia Providencia, en Guadalajara.
Sus restos serán velados hasta este mediodía
en la funeraria Recinto de la Esperanza de la perla tapatía e incinerados
cerca de las 14 horas. Posiblemente sus cenizas serán depositadas
en su natal Zapotlán.
Hasta el cierre de la edición, familiares y diversas
instancias de Jalisco, entre ellas, la Universidad de Guadalajara y el
instituto estatal de cultura dialogaban acerca de la posibilidad de rendir
un homenaje al narrador este martes o en días próximos, sin
determinarse aún el lugar.
Memorizar pasajes, una manía
Esgrimista
de cuerpo entero en la conversación, narrador moderno que no renunció
jamás a su estilo de vida proveniente del XIX, Juan José
Arreola albergaba, sin embargo, un temor primordial y explicable: ''Tengo
miedo de caer, de mirarme en el espejo, pero a lo que más temo es
al invierno de la memoria".
En efecto, escribir en voz alta, como hizo él,
requería de la poderosa pentium de silicio puro que tenía
instalada, porque la naturaleza lo hizo así, en el sitio donde todos
los demás almacenamos sencillamente los recuerdos. Eso era Arreola:
recuerdo, o sea, reconstrucción. Un arquitecto de lo pasado aunque
esto fuera apenas un minuto antes. Rehacer el mundo hacia atrás,
con la materia prima de las palabras, fue casi su única tarea. Eso
y enseñar, porque su vocación magisterial estuvo presente
desde niño, cuando aprendió el valor de la literatura, mundo
que alternó con el secular, el de todos.
Arreola mismo se lo explica, de manera inmejorable, a
Emmanuel Carballo: ''El cimiento de mi formación literaria es El
Cristo de Temaca del padre Placencia, gran poeta casi desconocido.
Aprendí el poema como un loro, oyéndoselo a los muchachos
de quinto año, quienes, a su vez, se empeñaban en memorizarlo.
Sentado en el mesabanco de la escuela (no estaba ni siquiera inscrito,
me llevaban mis hermanos mayores) esuché aquellas palabras armoniosas,
aquel lenguaje distinto al que oía en las calles. En casa, en un
momento de exultación, de entusiasmo, me subí a una silla
bajita, de esas que llaman 'sillas bajitas', de ixtle o de tule, y me puse
a recitar El Cristo de Temaca. Desde entonces (aún no sabía
leer), adquirí la manía de memorizar los pasajes que me entusiasman.
Me acuerdo que curiosamente yo no aprendí a leer: las letras me
entraron por los oídos. Veía y oía deletrear a mis
hermanos, y deletreaba inconscientemente con ellos. El primer libro que
manejé fue el de primer año y no el silabario. A partir de
ese momento sentí amor voraz por las palabras.
''Por un azar, cuando comencé a leer, cayeron a
mis manos varias biografías de pintores llenas de nombres extranjeros,
nombres que amé por su sonoridad: Giorgione, Tintoretto, Pinturicchio,
Ghirlandaio... Esos nombres tienen importancia porque durante el tiempo
en que fui empleado de mostrador llenaba hojas de papel de envoltura con
versos, nombres y mis primeros gérmenes imaginativos. En medio kilo
de sal, en un kilo de azúcar o en un cuarto de kilo de piloncillo
se fueron mis primeros trabajos literarios. La literatura, como las primeras
letras, me entró por los oídos. Si alguna virtud literaria
poseo, es la de ver en el idioma una materia, una materia plástica
ante todo. Esa virtud proviene de mi amor infantil por las sonoridades."
Su último año fue para él, hombre
de duelos, lleno de paz. En su casa, confió: ''De hecho estoy en
retiro. No hago nada más que ir al mandado por las mañanas.
En la tarde estoy con la música. La lectura de día la tengo
casi suprimida para defender la de la noche, que es la más nutritiva
y necesaria para mí. De eso no me puedo quejar y no me quejaré
nunca, puesto que me fue dado en cierto modo elegir mi vida o modelarla.
Y todo lo que he hecho mal es absolutamente culpa mía. Ya mi repertorio
de culpas es muy vasto. Pero de ahí en más, la vida me ha
tratado bien. Aunque yo he maltratado personalmente mi vida con mis enfermedades
reales o imaginarias".
La daga de hielo del invierno
El
maltrato a que se refiere Juan José Arreola, aplicado a su trabajo
escritural, no es más que un eufemismo. Publicó relativamente
poco, es verdad, si hablamos de libros como tales. Pero su obra de viva
voz, si alguien la tiene y la transcribe, llenaría con facilidad
un librero pequeño. Eso fue también él, un productor
de libros no escritos pero igualmente llenos de estructuras, articulaciones,
sonidos, aromas, sabores. Y aun así, su trabajo editado en negro
sobre blanco no es del todo escaso. Veamos: se inicia en la revista Eos
en 1943 con uno de los que serían célebres cuentos, ''Hizo
el bien mientras vivió"; en 1946 da a conocer Gunther Stapenhorst;
en 1949, Varia invención; para 1952 tiene listo su Confabulario;
en 1958 aparece Bestiario, que redefine su estilo erudito e irónico;
La feria viene 20 años después de su primera aparición
pública; luego de un silencio considerable, y ya tanteando los terrenos
de la literatura hablada, espera 1971 para editar Palindroma; en
1975 Jorge Arturo Ojeda compila para el formato de libro los pronunciamientos
de Arreola que dan título a Y ahora la mujer...; al año
siguiente se difunde Inventario; y de nuevo en 1979 Ojeda reúne
otras charlas para componer La palabra educación.
Los reconocimientos públicos por su trabajo escrito
y hablado dan cuenta, por su parte, de que la fórmula de literatura
en voz alta fue bien recibida. El listado de galardones es como sigue:
Premio Jalisco en Literatura (1953), Premio de Teatro del INBA (1954),
Hijo predilecto de Jalisco y Medalla José María Vigil (1959),
Xavier Villaurrutia (1963), Condecoración en grado oficial de las
Artes y Letras por el gobierno de Francia (1976), Premio Nacional de Periodismo
Cultural (1977), Premio Nacional de Ciencias y Artes en Lingüística
y Literatura (1979), Medalla Jorge Luis Borges (1986), Premio UNAM en extensión
cultural (1987), Juan Rulfo (1992), Doctorado honoris causa por
la Universidad de Colima (1996), Premio Internacional de Literatura Alfonso
Reyes (1997) y creador emérito del Sistema Nacional de Creadores
de Arte.
Cerremos el círculo reproduciendo un par de párrafos
en donde se inserta la primera cita de esta nota. Vale decir que se encuentra
en el capítulo final de El último juglar, que hiciera
junto con su hijo Orso. Dice Juan José Arreola: ''Estoy parado en
la esquina de Río Nilo y Nazas. Espero la llegada de Hermine, pero
Hermine no llega y para matar el tiempo me pongo a hablar con las ramas
de los árboles, me voy por las ramas dando saltos de pájaro
hasta llegar a mi jaula, soy tan masoquista que todos los días me
salgo de mi jaula con la idea de no volver a salirme de ella.
''¿Dónde dejé el amor?, ¿dónde
el amor se olvidó de mí? Es tarde y el inverno ha tocado
a mi pecho con su daga de hielo. Siento su filo frío penetrando
en mi pecho. Tengo miedo de caer, de mirarme en el espejo, pero a lo que
más temo es al invierno de la memoria".
Imposible olvidar a Arreola. Su miedo está conjurado
y con él descansa. Seguro que sí.
El pesar tomó por sorpresa a la república
de las letras este lunes. En nuestra edición del sábado dimos
la noticia del otorgamiento del doctorado honoris causa a Juan José
Arreola y a José Emilio Pacheco por la Universidad Autónoma
Metropolitana. Dos días antes, el jueves 29, documentamos el nacimiento
del Premio Juan José Arreola, que otorgará la Universidad
de Guadalajara. Se había anunciado que Orso Arreola, hijo del escritor,
haría la presentación oficial de la convocatoria ese día,
como parte de las actividades de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara,
que concluyó ayer.
La ausencia de Orso Arreola tenía un motivo: el
estado de salud, precario desde hacía tres años, de su padre,
había empeorado.
Artífice de acrobacias verbales
El círculo retomó ayer su movimiento mediante
La
Jornada. Aquí los testimonios:
Claudia
Gómez Haro: Recuerdo en este momento tan doloroso la alegría
de tantos años de estrecha relación, no sólo como
lectora, alumna, compañera de trabajo en la serie de televisión
Arreola
y su mundo, sino sobre todo por haber tenido el privilegio de gozar
de su amistad y de haber compartido tantas lecturas; lo recordaré
siempre infalible, seductor, instalado en un paraíso sensual donde
utilizaba la palabra como carril de seducción. Como maestro de acrobacias
verbales que conjugaba metáforas y máximas ardientes para
estar a la altura de los sentimientos del idioma. De él aprendí
que la literatura es una experiencia formidable, mucho más rica
que la vida misma. Estoy segura que siempre quedarán con nosotros,
además de sus libros, sus comentarios brillantes, lúcidos,
eruditos y deliciosamente embriagadores por los poetas que tanto admiró
y los sabios que conformaron su universo literario, con los que ahora se
encuentra.
Carlos Monsiváis: Juan José Arreola
es un prosista extraordinario y un cuentista muy notable. Confabulario
y Varia invención son dos libros de una gran sabiduría
literaria que aprovechan lecciones de los simbolistas franceses, de Julio
Torri y de Borges, pero que revelan una mentalidad original de un poder
irónico notable. El afán simbólico de Arreola nunca
es solemne. Su obra de teatro La hora de todos es sobre todo un
juguete literario, aunque valdría la pena llevarla a escena. Sus
libros de textos ''burilados", como se decía antes, son ejemplo
de la maestría verbal que se goza más si se lee en voz alta.
En los años recientes he vuelto a su novela magistral La feria,
el retrato gozoso y entrañable de un pueblo, Zapotlán el
Grande o Ciudad Guzmán, que en la escritura de Arreola se vuelve
el pueblo de los orígenes, donde la risa, el chisme, el sexo disfrutado
hipócritamente y la fragmentación al infinito de los murmullos
sociales integran la visión circular de la otra provincia, la que
Rulfo no tocó.
Con Arreola desaparece un gran escritor, nos queda su
lectura obligatoria.
Augusto Monterroso: Es una noticia muy conmovedora,
especialmente para mí, por la razón de que fui un gran amigo
suyo desde la época de los primeros aprendizajes en la literatura.
Tuve la suerte de verlo constantemente en esos años y nuestra amistad
era tan cercana que nos leíamos incluso nuestras cosas aun inseguros
de lo que estábamos haciendo. Ahora, en cuanto a lo general, es
una gran pérdida para la literatura mexicana, de América
Latina, de nuestro idioma. Su contribución literaria es de gran
mérito. Es muy conocido aquí y en todo el ámbito del
idioma español por sus contribuciones en la cuentística y
los textos ensayístico-cuentísticos, en los que fue un gran
maestro y lo seguirá siendo. Hay más profundidad en algunos
de sus cuentos de lo que uno puede imaginarse si no es por las relecturas.
Su obra es sumamente sólida por su forma y por su fondo, es de gran
enseñanza. Afortunadamente tuvo tiempo de redondearla y ahora queda
aquí para la actual y las futuras generaciones. Es un escritor de
primer orden mundial el que hemos perdido.
El gozaba el uso de la palabra, ya fuera oralmente o por
escrito, además de que era dueño de enorme inteligencia e
ingenio, algo que ponía en juego siempre. En la oralidad fue también
un gran maestro de pensamiento y forma, un gran conversador. Aunque ésta
es desgraciadamente una contribución efímera, debido a su
propia naturaleza.
Era un hombre muy estimulante, no hay que olvidar que
creó talleres literarios, los primeros que se abrieron en México,
en los cuales transmitió una enorme cantidad de enseñanza
literaria de manera directa. Fue muy novedoso lo que hizo, rompió
con muchos moldes antiguos y abrió nuevos caminos.
Animador de la cultura mexicana
Vicente
Leñero: Arreola fue para mi generación, en la que estaban
José Emilio Pacheco, Fernando del Paso, José de la Colina,
entre muchos otros, un maestro insustituible porque en sus talleres nos
enseñó la mejor manera de aprender a escribir. Escuchando
nuestros cuentos contados por él mismo, uno se daba cuenta de los
errores. Fue un maestro que no teorizaba, sino que sobre la marcha y la
práctica enseñaba, sin hacer solemne el ejercicio de la literatura.
A él le debo prácticamente todo mi comienzo literario. Contagiaba
oírlo, contagiaba estar con él, contagiaba verlo hablar y
se aprendía mucho de su memoria privilegiada. Como primer director
de la Casa del Lago e impulsor del proyecto de Poesía en voz alta
fue muy importante; era un actor natural, que podría haberse dedicado
exclusivamente a la literatura, como se hubiera podido dedicar al ajedrez;
él decía que hubiera querido ser más un gran ajedrecista
que un gran escritor como lo era. Mi libro Te acuerdas de Rulfo, Juan
José Arreola es una larga entrevista con él acerca de
la muerte del autor de Pedro Páramo, en ese volumen destacó
la relación amistosa entre ambos.
Eduardo Lizalde: Es maestro de todas las generaciones
posteriores y algunas cercanas a él. Es una gran escritor de talento
excepcional, un cuentista prodigioso y un hombre admirable que desgraciadamente
estaba enfermo desde hace mucho tiempo. Desde luego lamento muchísimo
su muerte porque llevamos una amistad cercana durante años y años,
llevamos una relación casi familiar. Arreola no sólo marcó
la historia cultural de nuestro país, sino que fue maestro de muchas
generaciones en literatura y otras áreas. Fue un animador formidable
de la cultura mexicana. Como charlista lo recuerdo como un hombre de genio
excepcional, como uno de los improvisadores, expositores más imaginativos,
brillantes y sorprendentes que haya conocido en mi vida. Todo el tiempo
jugamos ajedrez, éramos viciosos del ajedrez. El decía que
no había leído demasiado pero que lo que había leído,
lo había leído muy bien. Tenía una memoria prodigiosa
y no presumía de erudito, por supuesto.
Víctor Hugo Rascón Banda: Su muerte,
no por ser esperada debido a su larga enfermedad, deja de impactarnos.
Se pierde uno de los hombres más importantes de las letras de este
país y del siglo XX, un hombre que hizo de la palabra un ejercicio
de comunicación masiva. Considero que no tenemos otro caso de un
escritor que haya influido tanto en la sociedad, porque usó los
medios, sobre todo la televisión abierta, para encontrarse con el
mundo de la palabra, del barroco que él representaba con esa vasta,
profunda información que tenía. Creo que escribió
poco, habló mucho y habrá que rescatar su palabra de la radio
y la televisión, porque ahí está la mayor parte de
su obra. Ahí están esas improvisaciones infinitas que hacía
con sólo mirar una piedra, un cuadro, un paisaje, una iglesia, un
convento, un patio virreinal; el creaba un cuento, imágenes al instante.
Considero que no hay hombre tan culto y lúcido para crear palabras
que al mismo momento llegaban a todos los hogares. El tuvo ese público
masivo que merecía un escritor de esa magnitud. El Consejo Nacional
para la Cultura y las Artes, las universidades tendrán que rescatar
esos programas para verlo vivo otra vez, iluminándonos. México
pierde un gran escritor. La Sociedad General de Escritores de México
(Sogem) será también la instancia que promueva los homenajes
que merece y sobre todo la edición de su palabra.
Talento multifacético
Hugo Gutiérrez Vega: Juan José es
una de las voces fundamentales de la literatura mexicana moderna. Es un
talento con muchas facetas: gran comunicador, hombre de teatro, prosista
perfecto, traductor, poeta, erudito. Es el momento de hacer hincapié
en una de sus obras y me parece que es una de las principales de nuestro
tiempo: La feria. Está por supuesto el Confabulario
total, están otros trabajos, pero La feria es una obra perfecta
en todos sentidos. Es difícil en la literatura en lengua española
contemporánea encontrar una obra perfecta, diría que son
dos o tres autores que han logrado eso, y uno de ellos es Juan José
Arreola con esa obra. Pienso que su memoria nos obliga a releer su obra,
que además es un placer porque es una prosa de rarísima hermosura
y acercarnos a ese modelo de perfección, como decían los
clásicos que es La feria. Deja una gran cantidad de lecciones,
muchísimos alumnos, por sus talleres pasaron escritores muy importantes,
deja su prosa, su idea de la lengua española que debemos revisar
y compartir constantemente.
Margo Glantz: Fue un escritor importantísimo
que, aunque muy diferente, formó una pareja indisoluble con Rulfo
porque crearon un idioma totalmente suyo, pero salido de una región
particular de México: Jalisco. Un idioma que les pertenecía,
pero que transformaron creando una escritura perfecta y diferente entre
sí. La de Arreola era más lúdica, con una idea medieval
de escritura asimilándola a un oficio y lo cumplía de manera
rigurosa y perfecta, con absoluta precisión, orgullo y responsabilidad.
Es el creador de un tipo de textos muy particulares en
nuestra literatura, no obstante tener antecedentes en otras. Juan José
Arreola complementa ciertas de las escrituras que Juan Rulfo hizo de su
región, en un sentido más lúdico, aparentemente más
exterior. También complementa lo que hizo el autor de El llano
en llamas de otra manera y que quizá sea tomado menos en cuenta.
Otro aspecto extraordinario es su generosidad, su actitud didáctica
con los jóvenes. Le debemos una especie de contaminación
de la escritura porque empezó a escribir gente que -sólo
por trabajar con él- se creían escritores y fueron deformando
su lección. Es importante la forma en que llevó los talleres
literarios, pero de alguna manera se convirtieron en algo nefasto porque
a través de ellos se pensó que podían fabricarse escritores,
lo iba en contra de lo que él pensaba. Es fascinante su figura como
personaje de sí mismo que supo crear. Como el gran actor que era,
se reinterpretó. Era fascinante, divertido, extraordinario, simpático.
(Angel
Vargas, Pablo Espinosa, Ericka Montaño y Carlos Paul)
Recuerdo y despedida de un prosista extraordinario