MARTES Ť 4 Ť DICIEMBRE Ť 2001

Ť Los restos mortales del autor de Confabulario fueron velados en Guadalajara

Murió Juan José Arreola; sólo temía al invierno de la memoria

Ť Si alguna virtud literaria poseo es la de ver en el idioma una materia plástica ante todo, decía

Ť Desde niño aprendió el valor de la literatura y con ello emergió en él la vocación magisterial

CESAR GÜEMES Y ANGEL VARGAS

El escritor jalisciense Juan José Arreola murió este lunes a los 83 años, a causa de la hidrocefalia que padeció el último lustro.

Orso Arreola, su hijo, confirmó que el deceso del autor de Confabulario ocurrió a las 15 horas en su domicilio de la colonia Providencia, en Guadalajara.

Sus restos serán velados hasta este mediodía en la funeraria Recinto de la Esperanza de la perla tapatía e incinerados cerca de las 14 horas. Posiblemente sus cenizas serán depositadas en su natal Zapotlán.

Hasta el cierre de la edición, familiares y diversas instancias de Jalisco, entre ellas, la Universidad de Guadalajara y el instituto estatal de cultura dialogaban acerca de la posibilidad de rendir un homenaje al narrador este martes o en días próximos, sin determinarse aún el lugar.

Memorizar pasajes, una manía

rulfoEsgrimista de cuerpo entero en la conversación, narrador moderno que no renunció jamás a su estilo de vida proveniente del XIX, Juan José Arreola albergaba, sin embargo, un temor primordial y explicable: ''Tengo miedo de caer, de mirarme en el espejo, pero a lo que más temo es al invierno de la memoria".

En efecto, escribir en voz alta, como hizo él, requería de la poderosa pentium de silicio puro que tenía instalada, porque la naturaleza lo hizo así, en el sitio donde todos los demás almacenamos sencillamente los recuerdos. Eso era Arreola: recuerdo, o sea, reconstrucción. Un arquitecto de lo pasado aunque esto fuera apenas un minuto antes. Rehacer el mundo hacia atrás, con la materia prima de las palabras, fue casi su única tarea. Eso y enseñar, porque su vocación magisterial estuvo presente desde niño, cuando aprendió el valor de la literatura, mundo que alternó con el secular, el de todos.

Arreola mismo se lo explica, de manera inmejorable, a Emmanuel Carballo: ''El cimiento de mi formación literaria es El Cristo de Temaca del padre Placencia, gran poeta casi desconocido. Aprendí el poema como un loro, oyéndoselo a los muchachos de quinto año, quienes, a su vez, se empeñaban en memorizarlo. Sentado en el mesabanco de la escuela (no estaba ni siquiera inscrito, me llevaban mis hermanos mayores) esuché aquellas palabras armoniosas, aquel lenguaje distinto al que oía en las calles. En casa, en un momento de exultación, de entusiasmo, me subí a una silla bajita, de esas que llaman 'sillas bajitas', de ixtle o de tule, y me puse a recitar El Cristo de Temaca. Desde entonces (aún no sabía leer), adquirí la manía de memorizar los pasajes que me entusiasman. Me acuerdo que curiosamente yo no aprendí a leer: las letras me entraron por los oídos. Veía y oía deletrear a mis hermanos, y deletreaba inconscientemente con ellos. El primer libro que manejé fue el de primer año y no el silabario. A partir de ese momento sentí amor voraz por las palabras.

''Por un azar, cuando comencé a leer, cayeron a mis manos varias biografías de pintores llenas de nombres extranjeros, nombres que amé por su sonoridad: Giorgione, Tintoretto, Pinturicchio, Ghirlandaio... Esos nombres tienen importancia porque durante el tiempo en que fui empleado de mostrador llenaba hojas de papel de envoltura con versos, nombres y mis primeros gérmenes imaginativos. En medio kilo de sal, en un kilo de azúcar o en un cuarto de kilo de piloncillo se fueron mis primeros trabajos literarios. La literatura, como las primeras letras, me entró por los oídos. Si alguna virtud literaria poseo, es la de ver en el idioma una materia, una materia plástica ante todo. Esa virtud proviene de mi amor infantil por las sonoridades."

Su último año fue para él, hombre de duelos, lleno de paz. En su casa, confió: ''De hecho estoy en retiro. No hago nada más que ir al mandado por las mañanas. En la tarde estoy con la música. La lectura de día la tengo casi suprimida para defender la de la noche, que es la más nutritiva y necesaria para mí. De eso no me puedo quejar y no me quejaré nunca, puesto que me fue dado en cierto modo elegir mi vida o modelarla. Y todo lo que he hecho mal es absolutamente culpa mía. Ya mi repertorio de culpas es muy vasto. Pero de ahí en más, la vida me ha tratado bien. Aunque yo he maltratado personalmente mi vida con mis enfermedades reales o imaginarias".

La daga de hielo del invierno

04af1.jpgEl maltrato a que se refiere Juan José Arreola, aplicado a su trabajo escritural, no es más que un eufemismo. Publicó relativamente poco, es verdad, si hablamos de libros como tales. Pero su obra de viva voz, si alguien la tiene y la transcribe, llenaría con facilidad un librero pequeño. Eso fue también él, un productor de libros no escritos pero igualmente llenos de estructuras, articulaciones, sonidos, aromas, sabores. Y aun así, su trabajo editado en negro sobre blanco no es del todo escaso. Veamos: se inicia en la revista Eos en 1943 con uno de los que serían célebres cuentos, ''Hizo el bien mientras vivió"; en 1946 da a conocer Gunther Stapenhorst; en 1949, Varia invención; para 1952 tiene listo su Confabulario; en 1958 aparece Bestiario, que redefine su estilo erudito e irónico; La feria viene 20 años después de su primera aparición pública; luego de un silencio considerable, y ya tanteando los terrenos de la literatura hablada, espera 1971 para editar Palindroma; en 1975 Jorge Arturo Ojeda compila para el formato de libro los pronunciamientos de Arreola que dan título a Y ahora la mujer...; al año siguiente se difunde Inventario; y de nuevo en 1979 Ojeda reúne otras charlas para componer La palabra educación.

Los reconocimientos públicos por su trabajo escrito y hablado dan cuenta, por su parte, de que la fórmula de literatura en voz alta fue bien recibida. El listado de galardones es como sigue: Premio Jalisco en Literatura (1953), Premio de Teatro del INBA (1954), Hijo predilecto de Jalisco y Medalla José María Vigil (1959), Xavier Villaurrutia (1963), Condecoración en grado oficial de las Artes y Letras por el gobierno de Francia (1976), Premio Nacional de Periodismo Cultural (1977), Premio Nacional de Ciencias y Artes en Lingüística y Literatura (1979), Medalla Jorge Luis Borges (1986), Premio UNAM en extensión cultural (1987), Juan Rulfo (1992), Doctorado honoris causa por la Universidad de Colima (1996), Premio Internacional de Literatura Alfonso Reyes (1997) y creador emérito del Sistema Nacional de Creadores de Arte.

Cerremos el círculo reproduciendo un par de párrafos en donde se inserta la primera cita de esta nota. Vale decir que se encuentra en el capítulo final de El último juglar, que hiciera junto con su hijo Orso. Dice Juan José Arreola: ''Estoy parado en la esquina de Río Nilo y Nazas. Espero la llegada de Hermine, pero Hermine no llega y para matar el tiempo me pongo a hablar con las ramas de los árboles, me voy por las ramas dando saltos de pájaro hasta llegar a mi jaula, soy tan masoquista que todos los días me salgo de mi jaula con la idea de no volver a salirme de ella.

''¿Dónde dejé el amor?, ¿dónde el amor se olvidó de mí? Es tarde y el inverno ha tocado a mi pecho con su daga de hielo. Siento su filo frío penetrando en mi pecho. Tengo miedo de caer, de mirarme en el espejo, pero a lo que más temo es al invierno de la memoria".

Imposible olvidar a Arreola. Su miedo está conjurado y con él descansa. Seguro que sí.