MARTES Ť 4 Ť DICIEMBRE Ť 2001

Juan Jose Arreola

La yunta de Jalisco

Yo estuve descalificado desde el principio, mi literatura no era para las masas, yo era, según la crítica pseudorrevolucionaria, un escritor exquisito y afrancesado, no apto para un país en formación que sólo quería escritores que afianzaran, exaltaran y difundieran los ideales de una revolución a la que Adolfo Gilly definió acertadamente como La revolución interrumpida.

Pagué caro no oficiar en los altares de la cultura revolucionaria. Me negaron la entrada a El Colegio Nacional, al igual que a Juan Rulfo. Los intelectuales pensionados por el Estado y los científicos no soportaron mis actitudes críticas. Les molestó que como escritor hiciera un anuncio para las plumas de escribir Parker y otro, donde escribí un poema en prosa para la fábrica de tequila Sauza, y finalmente también les molestó mi aparición fugaz en la película Fando y Lis, de Alejandro Jodorowski. Tal vez más de algún recatado científico positivista se molestó porque siempre estuve de parte de la República española y viví en La Habana, Cuba, cuando en 1961 Haydée Santamaría, hermana del comandante Abel Santamaría, héroe de la Revolución cubana, me invitó a impartir un taller de creación literaria en la Casa de las Américas.

La vida de los escritores en México siempre ha sido difícil, hasta después de 1968, mucho tiempo después, hace en realidad muy poco tiempo, el gobierno tuvo que cambiar sus políticas hacia los escritores, artistas e intelectuales que no se alineaban con el gobierno.

Volviendo a Juan Rulfo, diré que nuestra amistad fue muy intensa en los meses previos a mi viaje a París. El frecuentaba mi casa de Fermín Riestra, y pronto hizo amistad con mi esposa Sara, a la que años después le contó que en una cantina de Tamazula salvó la vida gracias a que les dijo a unos fulanos que él era amigo de Juan Sánchez Torres, hermano de Sara. Juan le tomó sus primeras fotos a mi hija Claudia, cuando apenas tenía cinco meses de edad. Fue el único amigo real que ha tenido mi mujer en toda su vida.

El último juglar

Hace poco en Bellas Artes, dije que Juan Rulfo es un escritor imposible, lo aseveré con la convicción de que la mayoría de los escritores de hoy son posibles, se repiten, escriben por oficio, participan con ganancias en el mercado editorial, que bien manejado se convierte en una industria próspera. ƑPara qué escribir algo inferior a lo que se escribió la semana pasada, el año pasado? En ese sentido se ha perdido el gusto literario por aproximar a la literatura con el arte, con la idea de creación. En mi caso, no escribo para no repetirme, ni para publicar textos inferiores a los que ya publiqué. ƑQué caso tendría? Estamos llenos de libros que no hacen falta y faltan los autores y los libros capitales para que eso que entendemos como cultura occidental no se pierda en los estrechos laberintos de las computadoras, que en la mayoría de los casos han sido programadas por hombres falibles; tal es el caso de Deep Blue, la computadora campeona de ajedrez, y de Internet que, fuera de los usos científicos y académicos útiles para la humanidad, corre el riesgo de convertirse en el basurero de la estupidez humana.

Como ya he dicho en anteriores páginas, he sido un hombre enfermo de los nervios y eso complicó todas mis relaciones sentimentales, padezco neurosis, tengo desde hace muchos años claustrofobia y agorafobia, he estado bajo tratamiento médico durante algunos años de mi vida. Mi hija Claudia, al darse cuenta de mi situación, me ayudó a salir adelante, y con su amor filial, empeño y perseverancia, volvió a reunir a la familia, así he vivido los últimos veinte años de mi vida al lado de Sara, mis hijos y mis nietos. Lo demás es ya historia, y algo de leyenda. Mi fama de seductor y de donjuán tiene algo de cierto, pero es más bien una ficción literaria, algo que creció cuando las mujeres se dieron cuenta de que yo era alguien en la literatura y la cátedra, en los talleres de literatura y en mis aventuras editoriales. El medio en el que me desarrollé propició formas de vida cercanas a la bohemia, a esa vida extraña que los seres sensibles y creadores tenemos que experimentar a veces, aunque no queramos, aunque luego nos duela y nos cueste hasta la vida. Muchas veces he dicho que dejé de escribir porque la vida me arrolló; sencillamente mi cabeza se llenó de libros, de ajedrez y de mujeres. Conocí el amor y la pasión, pero la culpa siempre estuvo presente, mi formación católica me ayudó a superar las debilidades de la carne y ahora me encuentro más allá del bien y del mal.