MARTES Ť 4 Ť DICIEMBRE Ť 2001
Marta Tawil
No hay peor ciego...
A medida que la violencia se recrudece en territorios ocupados e Israel, la política estadunidense hacia Medio Oriente resulta hoy más que nunca incomprensible. La administración Bush envía a la región a Anthony Zinni y a William Burns a exigir a Yasser Arafat que detenga la intifada contra la ocupación israelí (no importa si ello implica reprimir a su población y violar sus derechos humanos). Evoca la perspectiva de un Estado palestino sin sugerir el proceso mediante el cual se alcanzará. Critica las incursiones israelíes en territorio palestino sin ejercer presión para que terminen. Bush y su equipo no pueden entender las razones de Arafat, pero comparten los dilemas del primer ministro israelí, Ariel Sharon.
Sharon logró imponer a Zinni y Burns una agenda estrictamente de seguridad y de corto plazo: siete días de calma total, seguidos de un periodo de reducción de las tensiones durante seis semanas, antes de empezar seriamente el diálogo con los palestinos. Nadie podría atreverse a denunciar este programa y Sharon tiene todas las de ganar con el impasse actual, ya que garantiza consenso en torno a su política. Militarmente, el comportamiento del Tsahal le asegura el reconocimiento de buena parte de la opinión. La inmovilidad del liderazgo político palestino y la mediocridad del Partido Laborista de su país le son útiles. Por el contrario, retirar al ejército de las posiciones ocupadas desde el inicio de la intifada, eliminar varios retenes y congelar los asentamientos -esto es, aplicar las recomendaciones del reporte de la comisión internacional presidida por George Mitchell- sería denunciado por su propio campo como victorias de los "terroristas".
Paralelamente, Sharon acompaña su política con frases como "Arafat sigue siendo un terrorista. Los días de Arafat están contados", repetidas por medios de comunicación israelíes y estadunidenses. El argumento central es que Arafat no está en posición de controlar la situación. Sean cuales sean las intenciones a mediano plazo de esta campaña de desprestigio contra Arafat, lo cierto es que si con asesinatos extrajudiciales de activistas palestinos e incursiones masivas del ejército israelí en las zonas autónomas Israel cree garantizar la seguridad de sus ciudadanos, se equivoca. Los incidentes sangrientos se multiplican, como los lamentables atentados en el norte de Israel y en Jerusalén oeste, perpetrados por Hamas, lo demuestran.
A la sombra de la guerra de Estados Unidos contra Afganistán, los crímenes que se cometen en otras partes del mundo parecen ser actos de modestos aprendices. Incluso cuando se trata de los cometidos por verdaderos veteranos del terrorismo, como Sharon. Su gobierno mantiene en asedio a varias ciudades palestinas y prosigue su política de homicidios selectivos y secuestros. Es lícito que niños palestinos continúen muriendo por la explosión de minas o los disparos de soldados israelíes, solamente porque el ejército israelí debe defender la presencia en los territorios ocupados de los asentamientos de colonos construidos en violación del derecho internacional. Pero de eso Sharon no tuvo mucha necesidad de hablar en su reciente visita a Washington; él y Bush se dieron tiempo para discutir otros temas, como la posibilidad de atacar a Irak. Ahora, Sharon prepara una respuesta desproporcionada del ejército israelí a los atentados del fin de semana, que sus portavoces se aprestarán a justificar: Ƒacaso Israel no debe defenderse de los "terroristas" al atacar Gaza y Cisjordania, como Estados Unidos se defiende bombardeando Afganistán? El sufrimiento que produce la rutina de la represión del pueblo palestino es tolerable en la medida en que forma parte de la lucha contra el terrorismo mundial.
Por esto, las recientes iniciativas diplomáticas estadunidenses en Medio Oriente no permiten ser optimistas. Las propuestas de Bush y Powell tienden inevitablemente a soluciones cosméticas, ya que evitan enfrentar los nudos principales del conflicto entre palestinos, árabes e israelíes. En realidad, no existe una estrategia estadunidense para resolver el conflicto palestino-israelí, sino simplemente reacciones en cadena, que parecen ser la expresión de prejuicios, jaloneos, influencias, o el resultado de otras prioridades y consideraciones. Ciertamente, el liderazgo de Arafat es sumamente criticable. Pero el problema no ha sido él exclusivamente, sino la situación de enfrentarse al mismo tiempo a las presiones internas de una oposición islamita cada vez más fuerte y las de Estados Unidos, que no saben más que exigir al líder palestino que oprima a su población que combate la ocupación extranjera. Con todo esto, cabe preguntarse si acaso Bush y su equipo creen conveniente que en las últimas elecciones del consejo estudiantil de la universidad de Al-Najah, en Nablous, el campo islamita haya logrado una victoria aplastante sobre Fatah (la formación de Arafat) y otros grupos palestinos nacionalistas y laicos.