MARTES Ť 4 Ť DICIEMBRE Ť 2001

Pedro Miguel

Ineptitud

Ahora que la razón y la bondad han triunfado sobre el terrorismo mundial, y cuando no debiera haber motivos para la infelicidad en el planeta, las calles de Israel se llenan de pedazos de carne humana cuya procedencia -judía o musulmana- es difícil de establecer. Los tejidos carecen de pasaporte o documento de identidad y la tarea de identificar los fragmentos obstaculiza la realización de los funerales de las víctimas en forma adecuada y como Dios manda. El premier Ariel Sharon, el secretario general Kofi Annan y el secretario de Defensa de Estados Unidos, Donald Rumsfeld, opinan que la responsabilidad por estas jornadas de pesadilla recae sobre Yasser Arafat, el presidente de la así llamada Autoridad Nacional Palestina (ANP), una sigla que ni es autoridad ni es nacional, por más que sea indudablemente palestina.

No sería fácil rebatir las acusaciones de ineptitud contra Arafat, pero sería injusto limitarlas a ese dirigente. Si la tarea principal de los políticos, gobernantes y funcionarios es resolver conflictos para procurar y mantener la convivencia pacífica en una sociedad y entre sociedades distintas, la clase política de Israel es igual de incapaz que el conjunto de las dirigencias palestinas, y no menos que los directivos de la ONU, empezando por el cada vez más babeante Kofi Annan. El señalamiento tendría que alcanzar, además, a quienes han ocupado la presidencia y las secretarías de Estado y de Defensa de Estados Unidos en los últimos cuarenta años, ninguno de los cuales ha podido o querido secretar una idea mínimamente viable para resolver el viejo conflicto entre israelíes y palestinos.

Uno supondría que, después de tantos muertos y de tanto sufrimiento de los vivos, el gobierno de Israel, la dirigencia palestina y los principales actores internacionales -Washington, la ONU, la Unión Europea- tendrían que convertir en prioridad central el cese de la violencia entre esos grupos humanos y tomarse unos días de buena voluntad e inteligencia para ponerle fin a esta carnicería espantosa. Pero con toda la destrucción transcurrida, con toda la sangre derramada, con todas las noches de zozobra del Estado judío y con todas las horas y los días y los años de encarcelamiento nacional del pueblo palestino, es difícil creer que la paz sea un objetivo apetecible para unos, para otros o para todos los que tienen un poder real de decisión ante el drama de Medio Oriente.

Pudiera ser que árabes y judíos hubieran sido genéticamente programados -por Jehová, Alá o el nombre de Dios que quieras- para descuartizarse eternamente unos a otros. Si así fuera, habría que revisar un par de cosas en la ética, la filosofía y las teologías imperantes y admitir que el mundo es un sitio mucho más próximo al infierno de lo que suele admitirse. En lo personal, me parece más razonable suponer que los políticos y dirigentes de ambos bandos, más los coadyuvantes de fuera, han fallado en su tarea, ya sea porque piensan que la paz es un mal negocio o porque son pavorosamente ineptos. Si es así, los ciudadanos de Israel y los palestinos -que siguen siendo los ciudadanos de la nada- tendrían que cambiar de liderazgos como condición necesaria para encontrar las fórmulas que les permitan convivir en paz.

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