MARTES Ť 4 Ť DICIEMBRE Ť 2001
Ť Frágil, la tregua de 6 meses que busca imponer; sólo favorecería intereses estratégicos de EU
Un enredo, la fórmula de entendimiento de la ONU para un arreglo político postalibán
Ť En juego, miles de millones de dólares para reconstruir Afganistán; serían congelados si no hay acuerdo
JUAN PABLO DUCH ENVIADO
Tashkent, 3 de diciembre. La fórmula de compromiso que quiere imponer la Organización de las Naciones Unidas (ONU) a las cuatro facciones que negocian en Köngswinter, Alemania, un arreglo político para Afganistán, no permite despejar muchas dudas y, a la vez, refuerza una certeza.
La duda principal se refiere a la viabilidad de armar un acuerdo que pone por delante la carreta: la prisa de Estados Unidos de arrebatar el liderazgo que él mismo obsequió a la Alianza del Norte, en detrimento de los pashtunes del sur, una opción mucho más acorde con sus planes de largo plazo para Afganistán.
La conferencia de la ONU, celebrada a sabiendas de que no están dadas las verdaderas premisas para una solución negociada en Afganistán, parece prematura, en el mejor de los casos. En el peor, un noble propósito estaría sirviendo sólo para favorecer los intereses estratégicos del país que comenzó el bombardeo de Afganistán, el pasado 7 de octubre.
Expertos negociadores como son, los funcionarios de la ONU no pueden pasar por alto que un verdadero arreglo político en Afganistán debe sustentarse, al menos, en una correlación real de fuerzas y en el consenso entre los distintos grupos que detentan el poder.
Ni lo uno ni lo otro, a golpe de bombas estadunidenses, se ha terminado de configurar en Afganistán. Tan lo saben los mediadores de la ONU que, de hecho y de último momento, están tratando de imponer un entendimiento que sólo da una frágil tregua de medio año, plazo en el que otros actores políticos afganos volverán a sentarse a negociar el futuro de su país.
Por supuesto, de las cuatro facciones presentes en Köngswinter, no hay nada que imponer a los exiliados, pues ni el grupo de Roma, ni la Asamblea de Peshawar, ni muchos menos el grupo de Chipre dominan una sola aldea en suelo afgano. Para ellos, cualquier tajada del poder que les toque es ganancia.
El caso de la Alianza del Norte
Caso distinto es el de la Alianza del Norte, que para empezar entró en Kabul mismo y controla las principales ciudades de las zonas tadjika, hazara y uzbeka de Afganistán.
Pero, al mismo tiempo, la Alianza del Norte no expresa una sola posición definida. Surgió como un conglomerado de facciones, arrinconadas en 10 por ciento del territorio afgano, que tenían en común únicamente que luchaban contra el régimen talibán, de manera por demás infructuosa durante años hasta que empezaron los devastadores bombardeos de Estados Unidos.
Desaparecido el factor que los unía, por razones de repliegue táctico talibán o cualquier otra, de la Alianza quedan sólo las ambiciones personales de los caudillos y las reivindicaciones étnicas.
Estas desavenencias de hondas raíces, en los 90, provocaron la guerra civil que hizo posible el ascenso del talibán. Ya hay signos preocupantes de que las diferencias entre los miembros formales de la Alianza empiezan a dirimirse a balazos, todavía -y por fortuna- a escala reducida, como sería el caso de los enfrentamientos de los últimos días entre uzbekos y hazaras en Mazar-e-Sharif.
La propia facción tadjika no es monolítica. Carece de un líder indiscutido. En los últimos meses emergió un triunvirato -Yunus Qanuni, encargado de la seguridad de Kabul; Abdullah Abdullah, el llamado canciller, y Mohamed Fahim, el responsable del ejército- que se disputa el relevo del líder nominal, Burhanuddin Rabbani. Tarde o temprano, uno de los tres tendrá que asumir el liderazgo de la facción.
Los tadjikos no son muy dados a alianzas con otros. El caso de Haji Abdul Qadir así lo confirma. El único comandante pashtún con cierto poder en Afganistán, hombre fuerte de Jalalabad, que llegó como integrante de la delegación aliancista, Qadir abandonó la conferencia de modo abrupto, en protesta por la desproporción que percibió en la repartición de cargos para su grupo étnico.
Los talibanes, ciertamente, ya no son gobierno, pero no por ello dejan de ser pashtunes. Es en el grupo étnico mayoritario donde tienen su origen y hay jefes tribales -no aristócratas que hace años que, en el exilio, perdieron contacto con la realidad afgana- que comparten la preocupación de que las minorías del norte lleven la voz cantante en un arreglo político.
Comienza a perfilarse una tendencia que sería erróneo minimizar. Algunos dirigentes del anterior régimen, los llamados "moderados", se están distanciando del mullah Mohammad Omar y, según varios reportes, por los menos 10 de ellos han encontrado ya refugio en Pakistán. Es el caso de Abdul Kabir, ex gobernador de Nangarhar; Abdul Khadi, ex gobernador de Kunar, el mullah Amir Jan Mutaqi, ex ministro de educación religiosa, o Abdur Rajman Zahid, ex viceministro de relaciones exteriores, entre otros.
Esos talibanes "moderados", ya con otro ropaje político y tras renegar de su antiguo líder espiritual, están alineándose con los jefes tribales que buscan hacerse del control de Kandahar y del resto del sur afgano.
Estados Unidos siempre ha apostado por un liderazgo pashtún fuerte en Afganistán. En todo caso, lo prefiere a un gobierno de Rabbani, orientado hacia Rusia, y por eso, hasta el pasado 11 de septiembre, cerró los ojos ante las aberraciones y excesos del régimen talibán, procuró evitar la aplicación de sanciones y hasta negoció en secreto estratégicos proyectos petroleros.
Compromiso en puerta
Nunca se sabrá a qué tipo de presión sometió Estados Unidos a los representantes de la Alianza, desde que el pasado viernes la conferencia entró en un callejón cuya única salida parecía el rotundo fracaso, para hacerlos cambiar de opinión y, según todo indica, aceptar la tregua de seis meses que propone la ONU como fórmula de compromiso.
El único argumento público que se manejó -si bien habrá habido muchos otros, tampoco parece el más digno- es el que podría denominarse el chantaje de la ayuda. Parece inspirarse en la vieja máxima popular de que "a Afganistán no se le puede vencer, sólo se le puede comprar", como dicen los propios afganos.
Lo cierto es que decenas de miles de millones de dólares para la reconstrucción de Afganistán serían congelados de no haber acuerdo en Köngswinter.
El ultimátum tiene de plazo hasta el próximo miércoles, en que si no hay "gobierno provisional" en Afganistán, tampoco habrá conferencia de países donantes en Berlín.
El método puede ser eficaz para quitar de en medio al desfasado Rabbani, líder nominal de la Alianza que por momentos, al calor de la toma de Kabul, dio la impresión de querer autoproclamarse jefe de Estado para un periodo de transición de dos años.
Los mediadores de la ONU lo presentan como parte de un trueque: no será Rabbani, pero tampoco el anciano ex monarca Zahir Shah, que a sus 87 años difícilmente podría aspirar a una posición que no sea simbólica.
A cambio, se busca que el "gobierno provisional" esté encabezado por un candidato propuesto por el grupo de Zahir Shah. Hay cuatro y todos cuentan con la bendición de Estados Unidos: Hamid Karzai, el jefe tribal pashtún que no asistió a la conferencia de Köngswinter por estar tratando de hacerse del control de Kandahar, Abdul Sattar Sirat, consejero del ex monarca y de origen uzbeko por parte de padre y tadjiko por parte de madre, Sigbghatullah Mojaddedi, ex efímero presidente de Afganistán y de origen pashtún, y Pir Sayed Ahmad Gailiani, líder espiritual también de origen pashtún.
Pero aun si la elección recae en Karzai, entre los cuatro que aceptaría la Alianza, el candidato natural de Estados Unidos, este simple hecho no va a resolver el nudo de contradicciones y diferencias del arreglo político postalibán. Hay medio año para intentarlo.
Que Estados Unidos no escatimará recursos para influir en la recomposición política de Afganistán sería hasta ahora la única certeza, entre tanta duda.