MARTES Ť 4 Ť DICIEMBRE Ť 2001
Ť Ugo Pipitone
Jefferson, Marx y ahora
Dos padres antiguos de lo que, a falta de sofisticación (de ideas y lenguaje), llamamos izquierda. Y estaban de acuerdo en lo esencial: el ciudadano miserable no es viable. La batalla cotidiana para subsistir impide la otra, la de descubrirse en el mundo y hacer avanzar en él las fronteras de la civilidad. Jefferson pensaba que el agricultor independiente sería la clave. Marx pensaba en la socialización de los medios de producción. Y tal vez los dos estaban equivocados. O tenían razón.
Envuelta en una derrota epocal que ocurre al comienzo de un ciclo histórico, la izquierda de hoy se encuentra lamiendo sus antiguas heridas mientras nuevas e inéditas se acumulan en un mundo que cambia formas y sentidos de urgencia.
Voy a usar el caso italiano como referencia. He aquí la situación: todo el centro-izquierda del espectro político de este país representa hoy una tercera parte de las preferencias electorales. Después de haber estado por décadas arriba de 60 por ciento. Y no me detendré en las dificultades del cálculo. En lo sustantivo, ésta es la situación en muchas partes del mundo: la izquierda se ha vuelto, no sólo política sino incluso culturalmente, minoría.
Comienza un nuevo ciclo histórico en el cual la persistencia misma de la palabra está en entredicho. Y es de la conciencia de este retroceso que la izquierda necesita partir para recuperar terreno y enfrentar las razones del mercado con la necesidad de formas mejores de convivencia. ƑCuáles son los problemas principales de este nuevo ciclo? Digámoslo en forma brutalmente simple. En el próximo medio siglo la humanidad pasará de 6 a 10 mil millones de habitantes. Si, para hacer frente a la creciente demanda de bienestar, tuviéramos experiencias de crecimiento importantes en varias partes del mundo en desarrollo, nos enfrentaríamos a una crisis ecológica de efectos posiblemente desastrosos. Con las actuales pautas de producción y de consumo, el bienestar conlleva un dramático impacto ecológico. Pero, en cambio, si en el frente del desarrollo no ocurriera nada sustantivo en los próximos años, tendríamos que acostumbrarnos a que los Bin Laden proliferaran como conejos en diferentes partes del mundo.
En las condiciones actuales, el desarrollo es una amenaza a la viabilidad ecológica de la vida planetaria. El no-desarrollo es, en cambio, una amenaza a la viabilidad social de la democracia. ƑCómo se hace la cuadratura de este círculo? Este, precisamente, es el reto de la izquierda, por lo menos para las próximas dos generaciones. Y la respuesta es tan obvia como endiabladamente compleja: reinventar el desarrollo. Estamos condenados a experimentar, tanto en el plano local, como en el global, nuevas formas de producir, consumir y vivir en sociedad, a menos que aceptemos la mezcla futura (que ya está aquí) de desertificación y terroristas iluminados.
La izquierda no puede ser hoy otra cosa que eso: el cuerpo político plural que reivindica (en nombre de la democracia y el ecologismo) el derecho a experimentar nuevas formas de solidaridad y de vida local y global. La capacidad de producir ideas se ha vuelto así crucial. Antes de ser un político, Jefferson era un intelectual; antes de ser un revolucionario, Marx era un intelectual. Y con sus ideas hemos vivido dos siglos. La pregunta es: Ƒcon cuáles ideas viviremos el medio siglo que nos espera? Abrir las puertas a la experimentación es dar más espacio a las ideas y a la creatividad social y política. Lo cual necesita ir junto con un nuevo sentido del tiempo, nunca como hoy dramáticamente escaso, frente a problemas pasados irresueltos y retos futuros mayúsculos.
Estamos condenados a inventar un futuro vivible para evitar uno invivible que, en realidad, ya está aquí. Y es evidente que en este camino habrá obstáculos y retardos al interior de la izquierda. Uno, es esa cultura populista periódicamente tentada por el mesianismo y el testimonio revolucionario. El otro es una socialdemocracia achatada en la defensa de democracias avanzadas que no serán sostenibles si no modifican desde ahora sus relaciones con el resto del mundo. La marcha hacia identidades postnacionales, hacia el derecho a experimentar nuevos modos de vida (más social y ecológicamente responsables) y hacia nuevas formas de solidaridad global, son (deberían ser) los temas de una batalla política y cultural que, sin embargo, la izquierda se demora a asumir como su nueva frontera.