martes Ť 4 Ť diciembre Ť 2001

José Blanco

Un año sin proyecto

Después de un año de diversas tentativas infructuosas, el de Fox aparece, a pesar de los pesares, como un gobierno de transición. No una transición pactada, no una transición dirigida, sino una plenamente gobernada por la deriva, pero que dejará enseñanzas a los políticos y a los electores que, eventualmente, pueden dar salidas racionales al país. Es de esperarse que los partidos políticos se convenzan en los hechos de que al menos unas pocas reformas básicas al diseño de la organización del Estado son necesarias. Giovanni Sartori, entre otros, ha contribuido a precisarlas. Si ello ocurriera podría iniciarse una gradual espiral de rebotes positivos que irían creando la plataforma mínima para el relanzamiento de un proyecto pactado para este país.

Se va volviendo remoto que la actual administración pueda en efecto gobernar al país y a la transición. Fox dijo en su toma de posesión que el Ejecutivo propone y el Legislativo dispone, sobre todo en un gobierno dividido. Pero hasta ahora el Ejecutivo no aprendió a proponer -a negociar políticamente-, y el Legislativo no dispone casi nada. La oposición priísta y perredista parece cada vez más decidida a reducir su actividad, a contemplar la erosión creciente del Ejecutivo; no actúa con un compromiso con la nación; lo hace, en lo fundamental, con la mira puesta en sus propios intereses partidistas y teniendo en mente, por lo pronto, las elecciones intermedias del Poder Legislativo.

Tal como van las cosas, es probable que el PAN reduzca su representación en el Congreso en las próximas elecciones intermedias. Como algunas voces lo dijeron en su momento, el PAN no ganó las elecciones presidenciales -lo hicieron los Amigos de Fox-, pero sí está cargando con los costos del ejercicio del gobierno que crecen con celeridad. Si el PAN perdiera espacio en el Congreso, la falta de oficio político en el Ejecutivo se traducirá en su propio mayor empequeñecimiento.

Para su mala fortuna, el alto vuelo de la economía entre 1996 y 1999, y aún parte de 2000, se vino abajo con inusitada rapidez, dada la profunda dependencia de nuestra economía respecto a la de Estados Unidos. A pesar de lo que se le diga, el electorado achacará al gobierno la recesión y ello será un alto costo para él mismo y para el PAN.

En el momento de la expansión económica, el gobierno mexicano no oyó, o desestimó absolutamente, las voces que clamaron por un proyecto de desarrollo industrial que fortaleciera al mercado interno. De haberse puesto en marcha ese proyecto, hoy probablemente la recesión mexicana no sería una sobrerreacción a la recesión gringa e internacional en general. Pero la idea de ese proyecto no estaba en las ideas que dieron dirección al gobierno de Zedillo, como tampoco parece que estén en el de Vicente Fox. De todos modos, en el corto plazo, en un marco recesivo, sería extremadamente difícil dar un impulso significativo y duradero al mercado interno. El fuerte proyecto de construcción anunciado por el gobierno hace unos días tendrá efectos positivos, pero no permanentes.

Conservamos, sin embargo, dos condiciones que tenemos que cuidar como tesoros. Uno es el andamiaje democrático alcanzado en el ámbito electoral, el otro es la estabilidad macroeconómica aun en un contexto recesivo. En ambos terrenos coadyuva la actuación y la actitud de Fox, pero los avances a partir de esa plataforma son pobres en extremo.

Es claro como el aire que los empresarios mexicanos no tienen un proyecto para México. Quieren, exclusivamente, unas condiciones en las que la inversión y las altas ganancias fluyan, y nada más. El gobierno de Vicente Fox parece pensar al país de esa misma estrecha perspectiva. Por eso no hay proyecto nacional. Lo que el gobierno busca, sin hallar aún, es una buena administración; de ahí que tantos invitados a la función pública provengan del mundo empresarial. El gobierno de Fox ignora que el éxito financiero de una gran cantidad de empresarios mexicanos provenía, de una parte, de los subsidios de las empresas públicas de los gobiernos "revolucionarios" que, en buena parte por ello, exhibían "números rojos", lo que a su vez era interpretado por los empresarios privados como ineficiencia; otro generoso afluente de sus ganancias era -es- el raquítico sistema impositivo mexicano. Otro más, el de los jugosos contratos otorgados por el gobierno. Pero estas ventajas tercermundistas de los empresarios fueron puerilmente entendidas por ellos mismos como eficiencia y eficacia administrativas.

Fox parece ignorar que un proyecto de país no es un buen proyecto administrativo. Un proyecto nacional es un acuerdo político, de convivencia entre los distintos, entre otras cosas para dar forma a una economía que distribuya equitativamente sus frutos. Un proyecto nacional no es un programa gubernamental, aderezado con Teletón y otras filantropías, para el buen funcionamiento del statu quo.