martes Ť 4 Ť diciembre Ť 2001

Alberto Aziz Nassif

Segundo año, Ƒotra oportunidad?

Las evaluaciones anuales son una forma arbitraria de dividir los periodos de gobierno, pero van a tono con la marcha de las instituciones públicas y privadas del país, que anualmente hacen un alto y presentan lo que se logró y lo que se hará el siguiente año. En estos días hemos visto una amplia y gruesa evaluación del primer año del gobierno foxista, que en su mayor parte ha sido bastante negativa; lo cual no significa que necesariamente toda haya sido objetiva.

Sin duda, la marcha del gobierno ha ido a contrapeso de las expectativas y las promesas han quedado muy por debajo de los resultados. El costo son varios puntos menos en la aprobación ciudadana: de 70 por ciento de aprobación en febrero hoy está en 61 por ciento y de una calificación sobre el presidente Fox de 7.5 a principios de 2001, hoy tiene 6.6 (Reforma, 3/12/01). Es necesario poner de nuevo al gobierno en perspectiva para establecer sus retos y posibilidades.

Los tiempos y ritmos de este primer gobierno de alternancia no han estado a tono con las ganas de cambio de la sociedad; la fortuna y las oportunidades con las que se pueden impulsar proyectos de crecimiento económico han sido negativas. Las posibilidades de transformación institucional están atoradas en una compleja red de intereses en la que los actores del gobierno y de la oposición han sido incapaces de pactar los acuerdos que se necesitan.

En las alternancias estatales que el país experimenta desde 1989 hay múltiples ejemplos anticipatorios que sirven para entender esta experiencia nacional. El gobierno foxista paga los costos del aprendizaje, una moderación que se revierte como viejos intereses y un desencanto ciudadano. La transición mexicana enfrenta una parálisis y no hay caminos cortos ni atajos: existe una tensión permanente entre ciertas reglas democráticas que chocan con prácticas e intereses del viejo régimen; el gobierno de alternancia, en un afán por conservar la gobernabilidad, se muestra compasivo con el pasado, con ese mundo de impunidad que la ciudadanía que votó quiere cambiar y el resultado es un paisaje poblado de ambigüedad y lleno de mixturas porque no desaparecen los viejos modos de ejercer el poder, y los nuevos gobernantes no terminan de imponer sus métodos y visiones.

El país tiene fuertes límites jurídicos e institucionales para hacer cambios en un doble sentido por una parte, las reglas del juego y las inercias son demasiado pesadas para moverse y tener resultados en el corto plazo, y además que sean visibles para los ciudadanos, por eso frecuentemente se escuchan opiniones en el sentido de que no ha cambiado nada, mientras el gobierno dice que han cambiado muchas cosas. Por otra parte, la dinámica de competencia, división de poderes (hoy real) y el gobierno dividido marcan un ritmo de conflicto permanente y de parálisis en todas las decisiones importantes; para muestras están la incierta y polémica reforma fiscal y la decisión sobre el aeropuerto en Texcoco y el decreto de expropiación de tierras ejidales, que ya es un problema político y jurídico.

Imaginemos cómo podría ser el segundo año de gobierno. En los próximos días sabremos cómo quedarán los acomodos al presupuesto del 2002, y quizá tengamos el final de la reforma fiscal. Los próximos proyectos de cambios legislativos serán igualmente motivo de polémica, sobre todo el de la información pública y el de la reforma eléctrica. Es posible que una vez aprobada la materia fiscal se pase todo el año en la discusión de estas otras iniciativas. La situación económica, según los pronósticos, tendrá dos facetas: el primer semestre, de cero crecimiento; y el segundo, con un pequeño movimiento, pero nuestra situación interna dependerá en gran medida del desarrollo de la economía de Estados Unidos y de la incierta evolución de la guerra en Afganistán. De esta forma, las variables económicas no anuncian un panorama muy diferente al del primer año. El aprendizaje gubernamental puede ser factor positivo, si es que hay un reconocimiento de los errores en la operación política y en la falta de consensos. Sería esperable que el presidente Fox haga los ajustes necesarios, empezando con algunos integrantes del gabinete que se equivocaron de sexenio.

A pesar de que en el primer año se consumió el bono democrático, sería esperable que los errores del aprendizaje y las novatadas no sean parte del segundo año de gobierno. Se necesita un ajuste en la estrategia, jerarquizar los proyectos más importantes y desplegar las rutas a seguir. Hay que dejar la campaña y fortalecer los resultados. El segundo año puede ser otra oportunidad si se logra romper la inercia conservadora y lanzar de nuevo el proyecto democrático por la ruta del cambio. Veremos...