MARTES Ť 4 Ť DICIEMBRE Ť 2001

Rolando Cordera Campos

Banquero en conflicto

La cosa se puso de veras grave. La económica pasó del atorón al entrampamiento (Presidixit), pero también la cosa pública se oscurece y no sólo por la recesión que el Presidente no pudo conjurar.

De que vivimos en peligro informa la cascada de cifras, así como las incursiones del gobernador del Banco de México en la política común, esa que a los banqueros centrales les parecía vedada. Sus advertencias sobre las implicaciones en materia de gobernabilidad del problema fiscal, o sus correcciones en público a las estimaciones de Hacienda sobre los petroprecios o las magnitudes y tendencias macroeconómicas, son inéditas y revelan la sensación de temor y emergencia que circula en los mandos del Estado.

No es para menos. De acuerdo con los criterios del FMI, la recesión es mundial por primera vez en décadas, y el desorden estratégico y moral que emergió con el terror del 11 de septiembre afecta a todo el planeta. Es cierto que la recesión y la guerra contra el terror se despliegan desigualmente en el globo, pero sus oleadas desembocan en una caída económica y un deterioro social generalizados, sin que el "nuevo orden" aparezca por lado alguno, salvo en la imaginación de militares y fiscales de la guerra.

Sin duda, no es igual vivir la recesión en el Valle de México que en el del Silicio; tampoco lo es sufrir los estragos de la caída económica en Aguascalientes que en Buenos Aires o Córdoba. En cada caso, los límites de la globalización se nos presentan como una ingente necesidad de distinguir y discernir, más que de generalizar y aplicar recetas únicas.

Lo malo es que el mundo no está preparado para lidiar con estas disonancias brutales, que requieren de precisión y capacidad de juicio en economía, política y moral, más que de grandes absolutos. Mucho menos lo estamos nosotros, que todo lo que buscábamos era volver realidad un esquivo acuerdo nacional para el desarrollo y ahora reclamamos la Verdad, con todo y sus mayúsculas.

En esta perspectiva, es clara la pertinencia del tema de la gobernabilidad de la democracia que desde la economía trajo a cuento el jefe de la moneda nacional, tan "dura" hoy, como tan vapuleada puede estar mañana.

Tampoco es casual la referencia de Guillermo Ortiz a la tragedia argentina. Con ella quiso el banquero central ilustrar la decisiva relación que debe haber entre la política, los políticos y la economía, así como los descalabros que puede traer una falta de sintonía entre ambas. Así sufre hoy el país de Borges, y así podemos estar nosotros en un descuido, por un resbalón inesperado, o por un desatino en la cumbre del poder, una estampida de "los mercados", o por el hartazgo de los habitantes del llano. Y a todos estos panoramas y escenarios nos remiten los dichos del banquero.

Los oráculos del casino han empezado a hablar fuerte y su verbo cambia de signo. La confianza tiembla, como lo hace el mundo, pero los primeros en sentirlo son los Estados débiles, que se pretenden emergentes. El veredicto, por desgracia, se vuelve circular cada vez que la crisis asoma sus garras: para lograr el desarrollo, hay que tener los precios bien, las instituciones mejor, la banca superior, el Estado sólido, es decir, para desarrollarse hay que ser desarrollados. No hay, a la vista, salida del laberinto.

Cuando un banquero habla de política como lo ha hecho Ortiz en días pasados, quiere decir que entramos en tiempos duros, hostiles a la rutina y la parsimonia de la pastoral financiera. El gobernador bancario no busca hoy calmar sino alertar, pero su empeño se mueve al filo de la navaja.

La política y la economía no se llevan bien, a pesar del tan traído y llevado "bono" democrático. Tampoco lo hacen mejor la demografía y el (no) crecimiento económico, y el tan cacareado "bono" demográfico languidece y se vuelve viejo, pero sin empleo ni ingreso para el retiro.

De aquí la necesidad de dar un salto, aun sin red de protección, que nos permita ir más allá de la gobernabilidad estática y nos ponga en la ruta de la cooperación social por el desarrollo, más allá del ajuste perpetuo y del cambio sin sentido. Política y economía tienen que encontrar formas de entendimiento amistoso. Sin ellas, el país entrará al mar de los sargazos sin timón ni compás, a la espera de corrientes implacables.

Lo malo es que los primeros signos de la vida política democrática, no son promisorios para eso. Nos hablan más bien de otro desorden que es peor que el de la economía o la finanza: el desorden mental que se ha apoderado de los que mandan o buscan hacerlo.

Bienvenida la politización del banquero central. Ojalá y que este despertar se avenga con la necesidad ingente de cambiar de paradigma y dejar atrás dogmas que se han probado, una y otra vez, corrosivos para el buen gobierno y la economía sólida, realmente estable, que es inconcebible en el estancamiento alargado que ha definido la historia reciente. A ver.