GLORIA TREVI: EL SHOW POR SOBRE TODO
Independientemente
de lo que pueda pensarse sobre las acusaciones que pesan contra la cantante
Gloria Trevi, así como contra su representante, Sergio Andrade,
y la corista María Raquenel Portillo, una constatación obligada
es que la circunstancia por la que atraviesan esos tres profesionales del
espectáculo, hoy encarcelados en Brasilia a la espera de su extradición
a México, ha significado una mina de oro para los monopolios televisivos,
que en la década pasada recurrían regularmente a Andrade
para que los proveyera de muchachas jóvenes y de buena apariencia,
sin preguntar por métodos de reclutamiento abominables, pero frecuentes,
en el medio televisivo.
Esos mismos monopolios encumbraron a Trevi hasta convertirla
en una figura popular, cuyas desgracias judiciales y personales son empleadas
ahora, sin ningún rubor, como disparadores del rating para el chisme
convertido en noticia y para enderezar la circulación de medios
impresos de calidad ínfima y ética nula.
Fundadas o no, las imputaciones legales contra los tres
detenidos en Brasil han generado, desde un inicio, incontables reacciones
de escándalo, especialmente en los conglomerados del espectáculo
a los cuales sirvieron los ahora extraditables. En contraste, los señalamientos
de la cantante sobre su supuesta violación reiterada en el tiempo
en que estuvo detenida en las celdas de la Policía Federal, en Brasilia,
en vez de dar pie a demandas serias de investigación y justicia
ante lo que podría ser una grave infracción a su integridad
física y derechos humanos, han sido convertidos, por los antiguos
patrones de Trevi, Andrade y Portillo, en combustible adicional para sus
programas de entretenimiento.
La versión de Trevi en el sentido de que su actual
embarazo es producto de repetidas violaciones por parte de policías
brasileños resulta particularmente verosímil, toda vez que
los abusos y atropellos que se perpetran en las prisiones brasileñas
de manera cotidiana son una realidad lamentable y harto conocida.
Esa simple situación debiera ser suficiente para
que instituciones y organizaciones no gubernamentales de ambos países
tomaran cartas en el asunto.
Las empresas del espectáculo televisivo tienen
una razón clara y contundente para exhibir, ante el caso Trevi,
semejante cinismo: la ganancia. No es claro, en cambio, el motivo por el
cual las autoridades nacionales se han comportado en forma tan vergonzosa
que ni siquiera han enviado un representante consular a investigar y documentar
lo que podría ser un atropello inadmisible contra una ciudadana
mexicana en el extranjero, al margen de que esa misma ciudadana enfrente,
ante los tribunales del país, acusaciones ciertamente graves.
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