Ť El director debe unir las diversas personalidades de los músicos en una voz, define
Arild Remmereit busca la energía de los atrilistas
Ť Batuta invitada de la Sinfónica Nacional, ofrece concierto hoy en Bellas Artes
ANGEL VARGAS
La desesperación y algunos rasgos de fatiga comienzan a ser visibles entre los músicos de la Orquesta Sinfónica Nacional (OSN). Algo no termina de convencer al director huésped Arild Remmereit. El noruego es perfeccionista, enérgico y riguroso, y gran parte de los atrilistas no acaban tampoco por entender qué es lo que espera de ellos en su interpretación de la tercera sinfonía de Félix Mendelssohn, la Escocesa.
Tararea las notas, ahora habla con el concertino y los primeros violines. Levanta la batuta y su cuerpo oscila cuando la música vuelve a sonar, como ola a mitad del océano, al igual que su blonda cabellera. "No, no", detiene a la orquesta otra vez, la enésima, "entren juntos", y vuelve a tararear cómo desea que suene ese pasaje.
Ha llegado el momento de un breve descanso en el ensayo, pero Remmereit pide a la sección de alientos y maderas que permanezca en su lugar para afinar algunos detalles.
Transcurridos unos minutos, diez o acaso unos pocos más, se dirige a su camerino para reposar y despejarse un rato. Se cambia de ropa, pero todavía su apariencia es casual. La elegancia la dejaría para la noche, la del viernes, cuando ofreció el primero de sus dos conciertos con la OSN. El otro será este mediodía, también en el Palacio de Bellas Artes.
En su segunda visita a México, luego de que en
1999 actuó también al frente de esa agrupación, Arild
Remmereit corrobora por qué el Almanaque Mozart de 1991,
publicado en Viena, lo consideró "uno de los más talentosos
(directores) de la nueva generación".
O por qué la Sinfónica de Bamberg, de Alemania,
lo eligió como batuta invitado para la gira que integrantes de ese
agrupamiento tendrán en nuestro país en abril del año
entrante, según confirmó el Instituto Goethe, sección
México.
La idea de música, según la orquesta
Un tanto fatigado, explica que tal minuciosidad en el ensayo se debe a que cuando está frente a una orquesta su mente sólo tiene "una idea ciento por ciento musical" de lo que le gustaría oír:
"En los ensayos procuro llegar a ese punto. Claro que mi idea de la música es una, pero debo adaptarla según la orquesta con la que trabaje, porque cada agrupación tiene su personalidad, como los músicos su temperamento de acuerdo con la región de donde sean. Un eslavo no tiene el mismo carácter que un escandinavo ni éste que un latino, por ejemplo".
Es por esa circunstancia que asume que la interpretación de una obra nunca es totalmente sello del director.
"Mi búsqueda, entonces, es por encontrar lo mejor de los músicos. La función del director es tomar la energía de los intérpretes y condensarla en un solo punto. En una orquesta hay que lidiar con múltiples y no pocas veces encontradas personalidades, y el desafío consiste en cómo hacer de ellas una voz unísona", comenta.
Arild Remmereit incursionó en el jazz y el pop antes de ingresar al conservatorio de Oslo. Allí estudió canto, piano y composición. Posteriormente, decidió hacerse director. En ese camino tuvo la oportunidad de ser alumno de Zubin Mehta y de trabajar y estudiar con Leonard Bernstein.
En su trabajo al frente de un sinnúmero de orquestas, entre ellas la Mozarteum de Salzburgo y las filarmónicas Nacional de Ucrania, de Copenhague y de Estocolmo, siempre ha pugnado, dice, por romper la solemnidad que ha hecho de la música de concierto una expresión un tanto ajena del público.
"Me es muy importante suprimir la distancia entre el público y la orquesta, que un concierto siempre sea blanco con negro y una total seriedad en la que el director aparezca con la cabeza 'en alto', dando una imagen quizá no tan agradable", puntualiza.
"Eso es una tontería; la música no necesita una envoltura. La música sinfónica ha cambiado mucho en los últimos 50 años, ha dejado de ser una cosa extrema para convertirse en algo próximo. Hoy debemos tener más contacto con el público, debemos comunicarnos, que a la postre es lo importante de un concierto".
El descanso ha terminado, pero antes de regresar al ensayo, el artista noruego desea recalcar que su formación ecléctica le ha permitido encontrar que la música no admite más divisiones que la de la calidad: "es buena o mala, no más".
Tal postura, sin embargo, no implica que esté a favor de la mezcla irracional de géneros ni de que éstos sean "sacados" de su hábitat natural, aclara: "No tengo intención de tocar a Elton John, Abba o a cualquier otro artista con una orquesta, porque ésta tiene autores geniales, casi divinos, como Mozart, de donde escoger, como los tienen también el jazz y el pop; basta pensar en los Beatles".