SABADO Ť Ť DICIEMBRE Ť 2001

REPORTAJE

El ex Beatle falleció ayer a los 58 años

No he sido más que un hombre sencillo, diría George Harrison

La metástasis había llegado a zonas intolerables: un cáncer en la garganta acompañado de un fuerte sentimiento de culpa ("eso me pasa por fumar") que con los años bajó a los pulmones y subió después hacia el cerebro. La medida extrema de radiaciones en el cráneo, una última tortura, culminó en la decisión médica de terminar, ayer, en un hogar, es decir, en lo contrario al desahucio

PABLO ESPINOSA

George Harrison falleció este jueves a las 03:30, hora de México, en la casa de unos amigos en Los Angeles, California. Tenía cáncer en el cerebro, 58 años y una leyenda tan lerda que han puesto encima los despistados, que habrán de pasar los años para que la historia recupere su valor exacto: uno de los músicos más importantes de la segunda mitad del siglo XX.

Día triste este viernes cuando el mundo se enteró de que la batalla final de George Harold Harrison había concluido horas antes. La metástasis había llegado a zonas intolerables: un cáncer en la garganta, acompañado de fuerte sentimiento de culpa ("eso me pasa por fumar"), que con los años bajó a los pulmones y subió después hacia el cerebro. La medida extrema de radiaciones en el cráneo, una última tortura, culminó en la decisión médica de terminar, ayer, en un hogar, es decir, en lo contrario al desahucio.

A partir de ahora no cesará el torneo no declarado de pendejadas y lugares comunes alrededor de su figura, ñoñerías del tipo "el Beatle silencioso, el tímido, el misterioso, el que estuvo a la sombra de John y Paul" y un largo etcétera de tonterías que ni la mismísima autobiografía del autor de I me mine pudo detener: "En realidad no he sido otra cosa que un hombre sencillo". Pocos lo entendieron, casi nadie ha respetado tamaña grandeza, la de un corazón simple.

Con su hijo Dhani, de 23 años, y su esposa Olivia Arias, de origen mexicano, George Harrison grabó una última canción, acompañado también por el músico británico Jools Holland, hace poco tiempo: Horse to the water, puesta a la venta en Inglaterra apenas este mes.

En el pendular de la leyenda encontramos harrison-2en el otro extremo, entre otros rostros, a George Harrison, esposo de Layla. Pattie Boyd -Layla, en la ficción de un blues- y George Harrison se casaron el 21 de enero de 1966; ella lo abandonó cuatro años después, en una elección que la llevó hacia el mejor amigo de su marido, es decir a Eric Clapton, y a la inmortalidad en una serie de canciones (Layla, Have you ever loved a Woman?, Wonderful Tonight, entre otras), las del lado más moridor del Manolenta.

La pasión por el cine

El artista George Harrison, además de la vida doméstica, era un apasionado del cine. A él debemos una de las obras maestras del grupo de humor inglés Monthy Pyton: La vida de Brian, película producida por el pensador Harrison, en su faceta de productor cinematográfico.

En ese lado oscuro de la luna está, también, la figura gigantesca de un autor de blues, de un guitarrista excepcional cuya aportación al grupo, que los clásicos denominan El Cuarteto de Liverpool, está todavía por descubrirse, debido al exceso de lugares comunes que se le han endilgado, y cuyos atisbos esplenden, por lo contrario, en una inspiración baudelaireana, en una metafísica de sonidos que alcanzaban el uso del slide, las notas sinuosas, alargadas, el tono azul oscuro.

Tenemos, en el extremo que incomoda al star system y al negocio de la música que necesita de leyendas rosas, a una individualidad difícil de asir pero asequible por la generosa cantidad de dones que dejó, entre ellos una personificación irónica y a contraluz de los poemas de T. S. Elliot: de manera especial The Wasted Land y The Hollow Man, pero siempre en sentidos opuestos a lo trágico, como en un itinerario de Joseph Conrad hacia William Faulkner. Una forma barroquísima por simple, sumergida en la vida cotidiana, de iluminación.

La experiencia sesentera en el Himalaya fue el breaking point definitivo en la personalidad del músico. Para muchos, la encerrona en la India con el maharishi Mahesh Yogi dejó recuerdos turísticos, el uso del sitar y de la tabla en discos posteriores y cierto pánico en círculos burgueses por la tácita aceptación social de la mariguana y otras drogas, o bien la meditación y otras disciplinas, para lograr estados de conciencia. En la realidad, en el ensimismamiento iluminador de Harrison radica buena parte de su riqueza de artista, tan grandiosa que la mezquindad de la lógica del mercado no lo puede atrapar ni siquiera por ahí, pues no se trata de ningún músico light. No es de esos productos "consumibles". No es desechable, pues.

Algunas pruebas de lo difícil que para la sociedad de consumo resulta un músico valedero se dieron desde la misma aparición de las obras maestras de George Harrison: en cuanto apareció, por ejemplo, el disquito de 12 pesos con 50 centavos y de 45 revoluciones por minuto, la ñoñería del público se concentró en My Sweet Lord, mientras el lado B, Isn't it a Pity? desapareció hasta que volvió a ver la luz en una versión grabada en vivo en Japón y recientemente en lo que constituye una suerte de testamento artístico de Harrison: la remasterización, redición con piezas nuevas y celebración por el 30 aniversario del álbum doble All things must pass, título que suena desde entonces a epitafio: todo debe trascender. George Harrison lo ha hecho, desde antes de morir, en muchos sentidos valederos.