Soledad Loaeza
Amargo primer aniversario
Si es cierto que imágenes virtuales, lugares comunes y mitos están en el origen de muchas de las penas del gobierno de Vicente Fox, entonces hay dos tipos de responsables: uno, las víctimas de estos mitos; el segundo, sus autores. A los primeros puede reprochárseles que no hagan una reflexión crítica de sus errores de juicio; a los segundos, que no asuman la responsabilidad de las imágenes que producen y de sus efectos sobre la vida política de la nación
De manera inexorable se ha cumplido el primer año de gobierno. El hoy del candidato Fox se ha convertido en el ayer del presidente Fox. Nadie se atreve a echar las campanas al vuelo. La atmósfera en el país en torno a los asuntos públicos está dominada por la inquietud y la incertidumbre.
Ante las muchas promesas incumplidas y la desilusión de expectativas de cambios espectaculares, los más benévolos siguen pidiendo tiempo y comprensión para el gobierno, aunque reconocen que esos recursos se han estado agotando; los malignos, en cambio, celebran todos y cada uno de sus tropiezos, y se frotan las manos mirando codiciosos hacia el horizonte de las elecciones federales de 2003. Las sombras del primer año oscurecen las indudables buenas intenciones de Acción Nacional y de Vicente Fox, su sincero empeño en poner fin a algunos de los peores vicios de la función gubernamental y la ganancia que de cualquier forma representa tener un gobierno democráticamente elegido. No obstante, hay que hacer un balance de este primer año, por amargo que sea, con la esperanza de que los siguientes sean mejores.
La
economía ofrece pruebas concretas de la incapacidad del gobierno
para alcanzar las metas que había anunciado: bajas tasas de crecimiento,
un presupuesto público ajustado y cifras de desempleo en aumento.
Curiosamente, a diferencia de sus antecesores, el gobierno foxista no ha
atribuido la adversidad a errores de la política económica
heredada, ni se ha presentado como víctima de las equivocaciones
del pasado inmediato. Sin embargo, al igual que hicieron gobiernos anteriores
en condiciones similares, ha insistido en que las dificultades económicas
nos vienen del exterior. Según las autoridades mexicanas, la recesión
en Estados Unidos y los efectos de la crisis internacional, que desencadenaron
los acontecimientos del 11 de septiembre sobre la confianza de consumidores
e inversionistas, están en el origen del descalabro. La magnitud
de las turbulencias en el medio internacional es irrebatible e imprime
credibilidad a los argumentos del gobierno.
No obstante, los reveses políticos que han sufrido el presidente Fox, sus consejeros, su gabinete y su partido son atribuíbles únicamente a ellos mismos, son heridas autoinfligidas. Para responder a muchos de los reproches que se les hacen por contradicciones, indecisión o empantanamiento administrativo han apuntado el dedo acusador hacia el Poder Legislativo. Sin embargo, en este caso la estrategia ha sido contraproducente. Esta explicación sólo ha despertado suspicacias, temores a que el Presidente traiga bajo la manga la carta de un hiperpresidencialismo sin Congreso, o a que funcionarios de alto nivel se sustraigan a las reglas de responsabilidad del servicio público. No hay duda de que la comunicación entre el Poder Ejecutivo y el Legislativo, cuando no es áspera, está plagada de huecos y estática, y que repercute en el proceso de toma de decisiones gubernamentales; sin embargo, no basta para explicar los altibajos del mandatario, sus ires y venires de opinión; el Congreso tampoco es responsable de que los secretarios de Estado y los coordinadores de la Presidencia exhiban públicamente sus desacuerdos, los ventilen en los medios, y transmitan a la opinión una imagen de desorden y ensimismamiento, que perjudica sobre todo al Presidente de la República, porque evidencia una incapacidad administrativa y de liderazgo inesperada en el gran ejecutivo de la gran trasnacional que vendieron los Amigos de Fox. Es muy poco lo que hacen los colaboradores del Presidente para ayudarlo a aliviar el nerviosismo de la población.
Es muy probable que el mandatario, sus amigos y su gabinete compartan la frustración y el desencanto que expresa la casi totalidad del dantesco círculo rojo del mundo foxiano y que tiende a generalizarse. Se preguntarán exasperados por qué si sus intenciones son tan buenas y sus predecesores eran tan malos, las cosas a ellos no les salen, o les salen peor. Explicaciones benignas y hasta ahora aceptadas, subrayan la inexperiencia de los nuevos funcionarios como la causa determinante de lo que ahora con toda franqueza podemos considerar el fracaso del primer año del gobierno de la alternancia. No obstante, esta explicación no alcanza para que los gobernados entendamos la recurrencia de las contradicciones del gobierno, su indecisión, la banalización de la autoridad presidencial. Además, no se nos advirtió que el nuevo equipo era de lento aprendizaje; todavía más, se nos dijo que eran lo mejor que habían encontrado los cazadores de talentos. Es indiscutible que en el equipo presidencial hay funcionarios que ostentan una sólida carrera profesional en la que han demostrado su competencia, pero de otros tenemos referencias inadecuadas para la función pública, y en su caso el argumento de la inexperiencia es insuficiente y a un año de gobierno, trivial.
Es
cierto que una de las claves de la amargura de este primer aniversario
está en el propio presidente Fox y en sus colaboradores, pero no
en sus personas, en la manera como se visten o hablan, sino en los lugares
comunes y en las imágenes con las que llegaron al poder. Su comportamiento
y los resultados de su gestión sugieren que, a excepción
de los que tenían experiencia previa en la administración
pública, muchos de ellos han querido gobernar el país desde
la realidad virtual que crea el prejuicio. El Presidente y algunos miembros
muy influyentes de su gabinete y de la grandísima oficina presidencial,
llegaron al poder con un paquete de ideas prefabricadas en relación
con ellos mismos y con lo que era el gobierno. Hoy deben saber que éste
es más grande y complejo de lo que suponían, y ellos más
pequeños y simples de lo que creían. Si es así, si
han aprendido de las experiencias del último año, entonces
tendrán una visión más equilibrada del mundo y podemos
esperar el mejoramiento de la acción gubernamental. Es deseable
que en esta reflexión tengan más espacio los miembros del
gobierno que se distinguen por su seriedad y profesionalismo, pero que
se han visto opacados por la locuacidad y la indisciplina administrativa
de los más noveles.
Mitos elementales y lugares comunes están siempre en el origen de gravísimos errores de juicio. Ahora podemos identificar algunos de los que más han perjudicado al gobierno: el mito de que la empresa privada es superior al Estado en cualquier materia, el del carisma de Vicente Fox, el del triunfo arrollador de su candidatura presidencial, el de la omnipotencia de la Presidencia de la República, el de la inexistencia de una administración pública profesionalizada, y el mito de la irrealidad del PRI.
El pecado original del gobierno de Vicente Fox está anclado en un mito que ha dominado la imaginación de los empresarios mexicanos, y de muchos de sus ejecutivos y empleados, que ha consistido en creer por principio en la superioridad de la empresa privada en relación con el Estado. Es posible que así sea en otros países, pero son contados los empresarios mexicanos exitosos, los que se han beneficiado con sabiduría de los apoyos que históricamente han recibido de ese Estado tan temido y denostado, desde los industriales que se enriquecieron al amparo del proteccionismo y la generosidad fiscal del gobierno, hasta los banqueros Versace que pasaron como saetas por un medio cuya fuerza está en la continuidad y el largo plazo. Las entusiastas consignas del gobierno de "los empresarios al poder" sólo causaban escalofríos entre quienes recordamos nuestra pésima experiencia con empresarios ineficientes, que periódicamente han tenido que ser rescatados por el gobierno, además de que muchos de ellos en realidad son administradores de empresas extranjeras. Es incomprensible y aterrador que todavía ahora, en este aniversario de acíbar, se nos siga prometiendo un gobierno con eficiencia empresarial mexicana.
El mito de la exitosa empresa privada está en el origen de estrategias políticas que han tenido efectos desastrosos para el gobierno, porque han sido diseñadas en el mundo de la mercadotecnia, con la idea de que los ciudadanos somos consumidores a quienes hay que vender un producto, esto es, las decisiones del gobierno. Esta idea de la política como un mercado en el que se venden productos de calidad variable o confusa aunque envueltos en buena presentación y buena labia, ha sido muy negativa para el gobierno, no solamente porque de ahí se deriva la discrepancia entre lo que ofrece y lo que entrega, discrepancia ante la cual los funcionarios mantienen la suprema indiferencia del vendedor que una vez salida la mercancía no admite reclamaciones, sino porque la política entendida como un mercado lo ha llevado a privilegiar la publicidad como instrumento de gobierno. Como si un envase atractivo y una tonadilla pegajosa bastaran para que nos traguemos los contenidos de las decisiones gubernamentales, sin fijarnos en su consistencia y su sabor. Los costos de la fallida experiencia que tuvo la empresa Coca-Cola, cuando intentó modificar la fórmula original del refresco clásico y promover una nueva mezcla con una inmensa y carísima campaña publicitaria, es una prueba de que la mercadotecnia no es todopoderosa ni siquiera cuando se trata de auténticos productos de consumo. De hecho, si queremos ser justos en la evaluación de este primer aniversario habría que reconocer que sus resultados no son producto de las limitaciones de Vicente Fox, sino efecto de los límites de la publicidad que muchos foxistas creyeron que era la piedra filosofal del ejercicio del poder. Al término del primer año el gobierno está pagando los costos de los mitos publicitarios del foxismo.
La
experiencia del gobierno en 2001 ha echado por tierra el producto publicitario
por excelencia de los foxistas: el supuesto carisma de Vicente Fox. Los
autores de la campaña que promovió esta idea partían
del presupuesto falso de que los mexicanos estamos en busca de un "hombre
fuerte", que lo que queremos es un líder en quien depositar nuestras
cuitas y responsabilidades. Y todo sugiere que el mismo Presidente se lo
creyó. Sin embargo, las cifras de la elección presidencial
desmienten esta machacona fórmula del "carisma de Fox". El candidato
de la Alianza para el Cambio, PAN y PVEM, obtuvo 43 por ciento del voto.
Si a este porcentaje le restamos 5 por ciento del voto verde entonces
resulta que el panista alcanzó 38 por ciento de los sufragios. Este
porcentaje francamente mediocre sería muy deprimente para cualquier
lider carismático que se respete y que no se conforma con menos
de 65 por ciento para seguir creyendo en su estrella y en su calidad de
"hombre necesario". Más aún, los líderes carismáticos
despiertan intensas pasiones: odio o admiración; pero el presidente
Fox sólo es motivo de críticas severas o de bromas fáciles.
La interpretación personalizada equivocada de la elección presidencial, según la cual Vicente Fox venció solo al PRI, condujo a un grave error de juicio: que el Presidente también podía gobernar solo, que no necesitaba al PAN, ni a ningún partido, sólo a sus amigos. Flaco favor le han hecho a Fox quienes lo han convencido de que basta ser el "hombre de las botas", el "bigote más guapo" de Iberoamérica -incluyendo a José María Aznar-, la "hebilla más grande que la de Elvis", para que los mexicanos se dejen gobernar.
Para su infortunio el Presidente ha estado actuando con base en la premisa, falsa también, de que la Presidencia mexicana es una institución imperial, y ha querido ejercerla a su modo, sólo para toparse con instituciones, leyes y normatividades que dieron forma a muchas decisiones de sus antecesores. El Presidente y sus consejeros llegaron al poder con una inmensa contradicción en el portafolio: querían construir la democracia, pero creían que su principal instrumento era el presidencialismo que fue durante décadas el eje del autoritarismo. Además, rechazando la memoria institucional no vieron que el margen de arbitrariedad de los presidentes se redujo en forma considerable desde 1982, y no tomaron en cuenta que en el año 2000 la Presidencia de la República no se limitaba a enviar ucases, sino que estaba sujeta al funcionamiento general de una administración pública relativamente sofisticada, que ha alcanzado un grado significativo de complejidad y profesionalización, pese a sus muchas carencias e ineficiencias, pero más sólida y desarrollada que lo que imaginaban. En el primer año de gobierno ha quedado claro que en el país en 2000 había muchas más instituciones que el PRI, y que la derrota electoral de este partido no dejó un terreno baldío en el que todo estaba por inventarse. Es curioso que para justificar decisiones arbitrarias o pequeños escándalos como el activo protagonismo de Marta Sahagún, se busquen referentes en los gobiernos de Miguel Alemán, de Luis Echeverría o de José López Portillo, pasando por alto el desarrollo institucional de los últimos veinte años del siglo xx. Los publicistas del foxismo lo único que han logrado es la sobrexplotación de la figura de Vicente Fox y, por ende, su prematuro agotamiento.
También
es ahora evidente que no cualquier empresario o administrador de empresa
privada es mejor que cualquier funcionario; que contrariamente a lo que
sostenía el PAN en la oposición, en México tenemos
una tradición de servicio público y que los gobiernos del
PRI trabajaban con un cuerpo profesionalizado de funcionarios que sabían
de la disciplina que demanda el buen funcionamiento de un equipo integrado
por personas que piensan de manera distinta, pero que asumen la responsabilidad
colegiada de las decisiones del Poder Ejecutivo, y una vez que éstas
han sido tomadas, se callan la boca. Cuántas fotos vimos en el pasado
de funcionarios que sabíamos que se detestaban, y sin embargo, iban
del brazo y por la calle, platicando. Ahora, en cambio, algunos secretarios
de Estado ostentan su hostilidad hacia sus colegas en el gabinete como
si fuera el privilegio de su muy personal bono democrático, aunque
hagan aparecer al gobierno federal como un archipiélago que está
envuelto en una guerra de guerrillas que utiliza los medios como trinchera
y se atacan empuñando encuestas de popularidad. El problema real
de este comportamiento pueril es que seguramente incide en la buena marcha
del gobierno. Uno se pregunta cómo son las reuniones de gabinete,
qué y cómo se dicen lo que se dicen los secretarios, si es
que acaso se dirigen la palabra.
También se ha agotado el tema publicitario que después del 2 de julio de 2000 infló la victoria de Vicente Fox presentando la derrota del PRI como una debacle, un cataclismo que sugería su extinción o que al menos ponía al descubierto que no era un partido, sino una construcción imaginaria de unos cuantos abusivos. Nuevamente, las cifras electorales de entonces y las de los comicios celebrados en los últimos meses desmienten esa percepción y muestran que el PRI es real y que en el país todavía hay muchos priístas de carne y hueso. Más todavía, si miramos estos resultados haciendo a un lado la imagen de la supuesta derrota avasalladora de 2000, entonces los resultados electorales de Acción Nacional no son tan malos como algunos señalan. Simplemente se inscriben dentro de una tendencia general. El país no se "pintó de azul" como le gustaba decir a un periódico foxista, pero también puede constatarse que su desempeño en las urnas ha sido satisfactorio y que el PAN ha estado al abrigo del así llamado "efecto Fox". Es posible que hoy el PRI sea nada más un zombi; pero no había por qué darlo por muerto con las cifras de 2000, a menos de que estuviéramos haciendo publicidad. El antiguo partido oficial está presente en la vida pública del país, como lo está el PRD, ambos ocupan un espacio político amplio, al igual que las pequeñas formaciones representadas en el Congreso, el Presidente los necesita, y Acción Nacional también. Hace mucho que México no está gobernado por un "solitario de palacio".
Si
es cierto que imágenes virtuales, lugares comunes y mitos están
en el origen de muchas de las penas del gobierno de Vicente Fox, entonces
hay dos tipos de responsables: uno, las víctimas de estos mitos;
el segundo, sus autores. A los primeros puede reprochárseles que
no hagan una reflexión crítica de sus errores de juicio;
a los segundos, que no asuman la responsabilidad de las imágenes
que producen y de sus efectos sobre la vida política de la nación.
Desde su campaña el presidente Fox ha reiterado que uno de los problemas
más urgentes de México es la educación, y con razón.
El peso del prejuicio en el razonamiento de un individuo está en
relación directa con su ignorancia. Así que una de las primeras
tareas que tendrían que emprender los funcionarios con menos experiencia
es estudiar con humildad el pasado de las instituciones que dirigen para
entenderlas y entonces decidir qué cambios requieren.
En su historia inconclusa de la revolución francesa, Alexis de Tocqueville se quejaba del costo que había tenido para Francia el desprecio de los políticos a los hechos y a la realidad, su preferencia por las imágenes ingeniosas y las fórmulas vacías. Algo así nos ha venido ocurriendo en este último año, pero los costos de este estilo de gobernar pueden ser prohibitivos para el éxito del primer gobierno salido de la oposición al PRI. Sería lamentable que los publicistas tomaran nuevamente la delantera en la acción del gobierno de Vicente Fox, y pretendieran lanzar un nuevo comienzo.
Este balance del primer año puede parecer excesivo,
pero no significa que haya que volver atrás de ninguna manera, y
mucho menos al presidencialismo priísta. El presidente Fox y su
gabinete tienen todavía mucho camino por delante para responder
a las expectativas del cambio. Están en busca de banderas, pero
sería una lástima que absortos en una nueva operación
publicitaria dejaran de utilizar los recursos políticos y administrativos
que les ofrece el país para que lo gobiernen.