miercoles Ť 28 Ť noviembre Ť 2001
Luis Linares Zapata
Tocata y fuga
El despliegue de energía de los priístas antes y durante su 18 asamblea fue suficiente como para darle un rotundo mentís a su pronosticada condición de moribundo. Les alcanzó para elegir y preparar a 11 mil delegados con ánimos de revancha, de disputa, de real participación en casi todos los aspectos y tópicos que informan a un partido moderno. Posibilitó la irrupción de sus mujeres que dieron el golpe más sonado de su larga historia, aunque, al menos en la difusión del evento, no fueran consideradas como las triunfadoras al conseguir su nada despreciable cuota paritaria (50 por ciento) Y bastó para que los jóvenes pudieran superar sus anteriores, repetidos y torpes reclamos de ser o sentirse usados por los mandamás sin que se les dieran efectivas oportunidades (33 por ciento).
Pero los priístas no pudieron procesar sus fuertes contradicciones internas que, por un lado, los pintan, idílicamente, tras una modernidad democrática o en pos de entrar, con renovados bríos, a la dura competencia por el poder y la transparente apertura. Terminan, como lo han hecho repetidamente, arrimándose a figuras que los dejan atascados en las complicidades, sin principios y atados a un pasado tenebroso y desechable. Quisieran muchos de ellos apostar por una dirigencia volteada de lleno hacia los problemas de la actualidad mexicana, que mucho dice de limitantes y aventuras externas, pero reinciden, una y otra vez, en apoyos a figuras que exhiben, sin pudor, pasados dispendios y falta de compromiso con los necesitados.
Se propusieron, al citar a su asamblea, edificar un organismo con reglas, límites y posibilidades de futuro y parecen coagularse al lado de un Roberto Madrazo, y demás seguidores, que representan todo menos el apego al derecho, a las reglas parejas para todos y los acuerdos cumplidos. Quieren entrar a la época de la eficacia, al íntimo contacto con las bases partidistas, la defensa férrea de sus programas y objetivos, pero siguen obedeciendo las líneas de un cuerpo de dirigentes empeñados en deambular por los salones de palacio y de asistir a exquisitas cenas de burócratas donde se dirimen los asuntos "cruciales" de sus propios intereses. Distantes comparsas del pasado eficientista, duchos en adivinar las intenciones, defectos o miserias de los jefes, de flotar sin decidir y menos aún proponer nuevos caminos, como son los rasgos que distinguen, en lo general, al minúsculo grupo labastidista que intenta copar los puestos clave de la vida del PRI.
No pudieron tampoco limar las asperezas, rayanas en la ruptura, de sus grupos, grupúsculos y verdaderas tribus que se han venido formando desde la contienda por la candidatura presidencial de 1999. No atinaron a darle cauce a sus múltiples posturas hasta convertirlas en corrientes de pensamiento que les enriquecieran, con definiciones claras, atractivas e inequívocas, su vida organizada. Sus cuestionadas elites estaban, y siguen estando, por completo enzarzadas en la disputa por los puestos a repartir. Ni madracistas, labastidistas, displicentes gobernadores en funciones o alguno que otro personaje de su vetusta guardia sectorial, se preocuparon por señalar formas para la adaptación al entorno mundial, para consolidar la transición, el divisar salidas para la recesión o presentar alternativas de desarrollo. Todo se les fue en declarar triunfador a Madrazo, porque él y sus "operadores" no quitaron unos torpes candados que impiden, a liquidadas figuras, ser candidatos a la presidencia, tener dobles cargos en los comités ejecutivos (nacional, estatal) o verse, para aquellos que quieran disputar la presidencia del PRI, en la necesidad de separarse de sus puestos con antelación a su registro como candidatos.
El PRI perderá, con Madrazo a la cabeza, la oportunidad de volver, en corto plazo, al ansiado poder, muy a pesar de las positivas condicionantes que se avizoran con la factible debacle de la administración Fox y la confusa alternativa perredista. Es cierto que Labastida y seguidores diseñaron, en sus acuerdos cupulares, una incipiente como ineficaz ruta para sitiar a Madrazo. Según crónicas confiables, habían acordado la ocupación de un número indeterminado de posiciones importantes del CEN y un nichito ad hoc para el propio jefe del grupo (Labastida) que sería, por arte de esa negociación, coordinador de un comité ejecutivo del Consejo Político. Pero eso no justifica las maniobras del tan citado militante priísta para arroparse, a su gusto y difundida presencia, con reglas de juego a su entero beneficio que, una vez en el poder, aumentaría hasta cualquier nivel o conveniencia, achicando para ello el significado y la trascendencia de la misma asamblea.