MIERCOLES Ť 28 Ť NOVIEMBRE Ť 2001

ENTREVISTA

Jorge Carrillo Olea

La Dirección Federal de Seguridad era un nido de criminales

ROSA ELVIRA VARGAS /I ENVIADA

Cuernavaca, Mor., 27 de noviembre. En el relato del general Jorge Carrillo Olea la premisa es, al mismo tiempo, el todo: ''La Dirección Federal de Seguridad era un verdadero nido de criminales''.

Afirma que en los archivos decomisados tras la desaparición de esa oficina de negro historial ''šhay los nombres de la gente que pasó por las manos de los órganos de seguridad del Estado!''

Y explica: ''Si ahí está un papel donde dice que tal persona estuvo detenida en esta casa, el dueño de esta casa me tiene que decir adónde se fue, a quién se le entregó. Esa es la base de análisis para saber (sobre los desaparecidos) y creo que sinceramente la Comisión Nacional de Derechos Humanos no lo hizo así, aunque a lo mejor la estoy menospreciando...''

Responsable de la seguridad nacional en el sexenio de Miguel de la Madrid, como subsecretario de Gobernación y encargado de liquidar a la DFS, el militar retirado certifica que toda la documentación que existía en el edificio ubicado en Plaza de la República se envió a las oficinas de lo que más tarde se conocería como el Centro de Investigación y Seguridad Nacional (Cisen).

''Y ahí se puede encontrar que hubo heridos, que el asalto de (el cuartel de) Madera... šClaro que todo se puede obtener! Por ejemplo, el 10 de junio de 1971. Ahí figuran los informes de esa tarde, a qué gente detuvo la Policía Judicial Federal, a cuál se condujo a otra procuraduría, si los militares detuvieron personas o no, el centro de detención que existía en la DFS, a quién se llevaron detenido, a quién se le entregó...''

-ƑUsted está absolutamente cierto de que esa información llegó íntegramente a Magdalena Contreras (delegación donde se ubican las oficinas del Cisen)?

-Sí, sí, sí. Ahora, el problema es saber buscar. Me parece tan tonto que digan 'que abran los archivos del Cisen'. šAbranlos! Se necesitan peritos en el manejo de archivos. Tendría que haber una ley de control de archivos. No puede ser que alguien quiera que se abran y otro no lo desee. Debe existir una legislación que obligue a que todos los archivos del país, con diferentes consideraciones y antigüedades, se vayan abriendo.

Es hoy, enfatiza, el momento de atender la cuestión tan delicada de los desaparecidos políticos, pero las cosas no pueden detenerse ahí. Se requiere orden y legislar sobre algo que en otros países se resolvió desde principios del siglo pasado.

Frente a la existencia de órganos del Estado que actuaron de manera represiva y simultáneamente en colusión con el crimen organizado, como la DFS, Carrillo Olea plantea: ''Estamos enfrentando -aunque no sé si realmente hay voluntad para hacerlo- dos tareas: una, saber qué pasó y quitarnos para siempre ese tumor que hace tanto daño a los mexicanos, con las consecuencias que esto traiga. šPero no podemos quedarnos ahí! Eso se pediría a gritos, porque si no, volverá a suceder''.carrillo_olea_m27h3

El general Carrillo no se despega del estudio del tema que lo ha absorbido por largo tiempo: la seguridad nacional. Este -define al inicio de la entrevista- ha sido en México un tabú que no se atrevieron a abordar por mucho tiempo ni los políticos ni los analistas.

Narra que en 1947-48, la DFS se crea con funciones de seguridad e información bajo las órdenes del presidente Miguel Alemán. Su sucesor, Adolfo Ruiz Cortines, la envía a la Secretaría de Gobernación, donde marcha ''de un modo razonable, satisfactorio'', hasta por allá de los 60, aunque siempre careció de un asidero reglamentario, como en general ocurre con todos los órganos de seguridad.

Y evoca: ''Todavía en los 70 se cuidaban las formas (en esa dependencia); se permitían muchas libertades, pero se cuidaban las formas. Pero llegó un momento en que el titular de esa dirección y sus superiores no se dieron cuenta de que no podía haber cierta permisividad y, además, no cuidar las formas. Entonces, la debacle fue total. Hablamos ya de los tiempos de José López Portillo, con el subsecretario Javier García Paniagua y con Miguel Nassar Haro como titular de la DFS'''.

Desde la fase de presidente electo, De la Madrid concedió al tema de seguridad nacional un gran interés y, según refiere Carrillo Olea, a él mismo le encargó diseñar la reforma en el área; el primero de diciembre de 1982, cuando asume como subsecretario de Gobernación, el titular de la dependencia, Manuel Bartlett, le notifica que la DFS quedará directamente bajo su mando.

Y así ocurrió. José Antonio Zorrilla, oriundo de Hidalgo y hoy todavía en prisión sentenciado por el asesinato de Manuel Buendía, queda al frente de la Dirección Federal de Seguridad. ''Alguna relación personal había entre el licenciado Bartlett y Zorrilla, que se había desarrollado durante la campaña y donde éste para de hacer méritos alimentaba de información al secretario general del partido (Bartlett). Y creo que éste, ante un desconocido como era yo, prefirió darle su confianza al güerito.''

Pasaba el tiempo y ''yo ganaba conocimiento de lo que eran esas direcciones (también estaba la antigua de Investigaciones Políticas y Sociales), y tuve un diagnóstico de la profundidad del caos. Y lo ratifico: la DFS era verdaderamente un nido de criminales. Me di cuenta, por ejemplo, que por encima de las delegaciones estatales había unos comandantes regionales. Una cosa rara, pues éstos daban muestras šde una gran riqueza! Viajaban en jets alquilados, prestados o de su propiedad; llegaban a la dirección y desde el portero regalaban 200, 300 dólares. Cuando venía el comandante X, me acuerdo bien de uno de apellido Chao, todos se ponían contentísimos, porque él repartía dólares por todas partes...''

Lo que ocurría ahí, define Carrillo Olea, era ''intolerable e inexplicable'', pues una delincuencia común y corriente no puede retribuir a sus protectores con sobornos de tal magnitud. El gato encerrado ahí era el narcotráfico y los comandantes regionales simplificaban la tarea a los narcotraficantes. Además, la DFS estaba enfrentada con la Policía Judicial Federal, aunque no debían tener punto de contacto.

Existe una imagen que el militar en retiro observó en video y aún le resulta inconcebible: Miguel Nassar Haro paseando un tigre (el símbolo de la DFS) por su despacho. ''Es increíble el nivel de locura al que llegaron estos hombres. Cuando vi el video me pregunté qué debe tener un hombre en la cabeza para llegar a ese nivel de enloquecimiento.''

Sus análisis de lo que ocurría llevan al también ex gobernador de Morelos a concluir que Manuel Bartlett advirtió las travesuras que hacía José Antonio Zorrilla y por eso lo propuso como candidato a diputado por Hidalgo. Entonces sí delegó la responsabilidad de la dependencia en Carrillo Olea, quien nombró director a un viejo comandante, Pablo Ruelas, ocupado entonces sólo en tareas burocráticas.

''La primera determinación, antes de desaparecerla, era tomar el control del desgarriate aquél, pues sin Zorrilla a la cabeza aquello podía ser verdaderamente explosivo. Los comandantes que habían llegado con él desaparecieron. El nivel de corrupción era mucho peor de lo imaginado y la DFS no aguantaba una cirugía de reconstrucción sino una cirugía mayor, que significaba mandarlos al diablo mañana mismo, ša todos!'', apunta.

Por entonces, añade, convenció al presidente De la Madrid de lo peligroso de permitir que José Antonio Zorrilla se convirtiera en diputado y con ello adquiriera fuero, sobre todo ante el cúmulo de evidencias en su contra, donde figuraba ya como sospechoso en el homicidio de Buendía. Entonces, se le hizo renunciar a la candidatura.

''ƑVa usted a matar al tigre, señor subsecretario?, me preguntó Ruelas. Le dije que sí y en un auditorio les informé a los comandantes de la medida, mientras ellos dejaron en el suelo sus pistolas y credenciales. Después de eso tenían que irse a la calle y había la orden de no permitirles el acceso a las delegaciones. Así se hizo y las siguientes semanas siguieron otros, con el auxilio de alguien que fue clave en este proceso: Jorge Tello'', refiere.

En el caso del inventario físico de la Federal de Seguridad, señala que no había resguardos ni control de nada, de mobiliario, coches o armamento. ''Y pasaron dos cosas significativas: nadie se quejó de nada y no se notó funcionalmente su desaparición, lo que quiere decir que lo que hacían šno servía para nada!''

Eso sí, indica que con la ayuda de un responsable de apellido Capelo, ''pusimos un celo enorme, enorme en preservar el archivo. Y definí que nada de lo que llegara de documentación en ese momento tendría un valor más grande que lo que se guardaba en el archivo de la DFS. Debía de conservarse a morir''.

Vino entonces el temblor de septiembre de 1985 y se ''tronó'' el edificio de la dirección. Para guardar el archivo se rentaron cuartos, hasta que se llevó a las oficinas en las que se instaló la Dirección de Investigación y Seguridad Nacional (después Cisen). Al mismo tiempo, se seleccionaba la tecnología de informática para guardar tanta información, aunque esto ya no se realizó de manera completa.

''Y el señor Capelo se convirtió en el cancerbero del archivo, se quedó a su cuidado y tan sirve que ahora está ahí para ser consultado.''

En la DFS, concluye en su relato, ''puerta que abríamos, sorpresa que nos llevábamos. Había celdas, por supuesto, le llamaban la discoteca...''