MARTES Ť 27 Ť NOVIEMBRE Ť 2001
Ť Ugo Pipitone
Macroeconomía y desarrollo
Si se mira el escenario de América Latina a últimas fechas, se tiene una curiosa impresión: estancamiento con equilibrio macroeconómico. Para el año que está a punto de terminar el crecimiento regional no será superior a uno por ciento. Y frente a eso, un panorama macroeconómico fundamentalmente equilibrado: precios internos bajo control, mejores equilibrios fiscales respecto al pasado reciente y tipos de cambio estables. La gran excepción es, naturalmente, Argentina.
Lo primero que, justamente, observan los analistas es el impacto negativo del ciclo económico estadunidense sobre el dinamismo latinoamericano. Sin embargo, como siempre, las cosas son más complicadas. Después del desastre de los años ochenta, los noventa, en un contexto de gran dinamismo estadunidense, registran en su conjunto un crecimiento latinoamericano errático y lento. El PIB per cápita creció a un ritmo apenas superior a uno por ciento a lo largo de la década. Un incremento que, obviamente, está muy lejos de anunciar alguna perspectiva de desarrollo de largo plazo.
Hasta ahora, podía decirse que la cruda postproteccionista presentaba cargos sobre el futuro que era necesario metabolizar con severas políticas fiscales para reconstruir equilibrios macro gravemente afectados. El argumento iba así: para crear condiciones de crecimiento de largo plazo es necesario poner en orden la casa del punto de vista macro. La reforma estructural profunda cumplió, a un costo social elevado, sus tareas y sin embargo el desarrollo prometido sigue por venir. Podrá decirse que el actual impacto de origen exterior es tan brutal que cualquier efecto positivo de origen interno queda anulado, o casi. Y es muy probable que sea cierto.
Pero uno se pregunta si la fragilidad de la economía latinoamericana y su demora en emprender un nuevo rumbo de crecimiento no provienen también de otras circunstancias. Y, sobre todo, de la ausencia de proyectos viables de desarrollo de largo plazo construidos con un máximo de convergencia social y política acerca de sus objetivos e instrumentos. Persiste en el aire demasiada confianza sobre los automatismos virtuosos para producir un nuevo ciclo de desarrollo. Y, obviamente, no será así. Aun con el aporte positivo de la inversión extranjera directa y de las exportaciones, las políticas de estabilización macro, hasta ahora, no han producido los resultados esperados. El desarrollo -como proceso de acercamiento a los niveles de productividad y de bienestar de las principales democracias del mundo- no será posible sin proyectos de desarrollo. Y es esta ausencia la que nos obliga a vivir los vaivenes de la economía global sin disponer de factores internos de amortiguación.
Aunque sea claro para todos que ha pasado el periodo histórico del keynesismo en un solo país, también es cierto que existen márgenes de maniobra inexplorados. Lo que vale tanto para las políticas de corto como para las de largo plazo. En lo que concierne a las primeras, no es creíble que las únicas formas para evitar estampidas especulativas (de adentro o de afuera) sean la contracción del gasto público y la valorización cambiaria. En lo que concierne al largo plazo, la reactivación de las actividades agrícolas y su vinculación con economías regionales más dinámicas sigue siendo más materia para discursos floridos que para acciones de gobierno. Para mencionar aquí sólo un ejemplo, aunque sea importante.
Sin evocar fantasmas de intervencionismo público, es evidente que, por importantes que sean, las exportaciones no pueden hacer toda la tarea. América Latina ha tenido en los últimos años grandes éxitos exportadores con un impacto relativamente pequeño sobre la capacidad de crecimiento de las economías regionales. ƑQué falta? Algo evidentemente falta, además de la momentánea pérdida de dinamismo económico de Estados Unidos. ƑEs posible cualquier cosa que merezca el nombre de desarrollo sin estrategias de desarrollo?