MARTES Ť 27 Ť NOVIEMBRE Ť 2001
REPORTE
Predicciones del Centro de Estudios Estratégicos de Washington
Imperialismo energético y guerras
CARLOS FAZIO/ II
La geopolítica de la energía en el siglo XXI, informe del Centro de Estudios Estratégicos Internacionales, prevé que el aumento de la dependencia china de petróleo de Medio Oriente podría conducir a Pekín a realizar pactos militares regionales, lo cual "sería preocupante para Washington y sus aliados". Sin embargo, el documento elaborado por uno de los principales grupos de estudio sobre política exterior de Washington, apoyado por empresas contratistas militares y grandes corporaciones petroleras como la Aramco Services, Arco, Exxon Mobil, Halliburton, Shell, Texaco y la British Petroleum, sugiere una "solución" que, en la neolingua de Orwell -y en este caso por inferencia-, calza perfecto con las nuevas "relaciones energéticas" entre Estados Unidos y México, en la era de los "cuates" Bush-Fox.
Según el Centro de Estudios Estratégicos Internacionales de Washington (CSIS por sus siglas en inglés), la integración regional entre exportadores e importadores de recursos energéticos, mediante "redes de transmisión de electricidad u oleoductos", puede ser la base de nuevas alineaciones políticas que ayuden a mantener relaciones estables entre bloques clave del mercado energético.
Esa integración, agrega, puede determinar el establecimiento de vínculos más estrechos de Rusia, gran productora de energía, con la Unión Europea (UE) y China; de Asia Central con China y de Bangladesh con India, habilitando nuevas alianzas regionales. Aunque no se menciona, está implícita la integración energética de América del Norte (Estados Unidos, Canadá y México), una de las prioridades de la administración Bush.
Redactado por una comisión integrada por dos demócratas y dos republicanos -de manera destacada el ex secretario de Defensa James Schlesinger y el senador Frank Murkowski, partidario como Bush de explotar los yacimientos de la Reserva Nacional de Vida Salvaje del Artico, en Alaska-, el texto del CSIS está en total sintonía con el documento Tendencias globales 2015 de la CIA y la DIA (agencia de inteligencia del Pentágono).
Predice que en los próximos 20 años el aumento de los abastecimientos de petróleo de Medio Oriente exigirá que Washington mantenga una fuerte presencia militar en el Golfo y en puntos clave para el tránsito de buques petroleros entre esa región y los mercados asiáticos.
Ese escenario geopolítico creará "oportunidades para la cooperación y la tensión entre exportadores e importadores", y será crucial garantizar "un aprovisionamiento seguro y sin interrupciones", lo cual no será fácil, porque casi todos los países exportadores de petróleo, y en especial los del Golfo, Africa y América Latina, "tienen características que podrían hacerlos vulnerables a situaciones de inestabilidad política interna, capaces de causar disminución de su producción petrolera".
En ese contexto y ante la necesidad de un aumento de la producción de energéticos para abastecer a los países consumidores, el informe recomienda levantar los embargos y restricciones a países exportadores como Irán, Irak y Libia.
Concluye que Europa y Asia se mantendrán como los mayores consumidores de petróleo del Golfo, y las necesidades europeas de gas natural serán cubiertas en su mayor parte por Rusia, lo cual creará relaciones de "preocupante dependencia".
Elaborado durante tres años y divulgado a comienzos de 2001, mucho antes de los atentados contra las Torres Gemelas y el Pentágono, el análisis arroja algunas pistas sobre los porqués del involucramiento de algunas potencias europeas en la guerra de Bush contra el "terrorismo islámico". Como dicen Zinn y Klare, las razones hay que buscarlas en la geopolítica y el petróleo.
En mayo pasado, cuando el presidente George W. Bush -principal operativo del cártel petrolero-gasero texano, conformado por las trasnacionales Exxon-Mobil, Halliburton, Enron y El Paso Corp.- dio a conocer su esperado plan energético nacional, el combustible extranjero pasó a ser el eje del proyecto. En ese esquema, México fue definido como una "fuente primordial" para garantizar la "seguridad energética" de Estados Unidos.
El plan, al que Bush dio carácter de urgencia, fue elaborado en secreto por el llamado Grupo para el Desarrollo de una Política Energética Nacional (NEPD, por sus siglas en inglés), que encabeza el vicepresidente Dick Cheney, quien ha ganado cerca de 50 millones de dólares gracias a su habilidad para conseguir contratos gubernamentales para la Compañía Halliburton, la empresa más grande del mundo dedicada a la exploración y explotación de petróleo y gas.
Las ramificaciones internacionales del Plan Cheney causaron "alarma" al experto Michael T. Klare, quien de manera temprana acuñó una denominación ad hoc para la iniciativa de Washington: "imperialismo energético" (Energy Imperialism).1
Al hacer un estudio del plan, Klare previó -tres meses antes de la intervención del Pentágono en Afganistán- que la extracción de recursos energéticos de fuentes extranjeras llevaría a una mayor "intervención política y militar" de Estados Unidos en el mundo.
Según el informe, el consumo de petróleo en Estados Unidos pasará de 19.5 millones de barriles diarios en 2000 a 25.8 millones en el 2020 (un incremento de 32 por ciento). Se espera que la producción interna de petróleo se mantenga en la misma tasa, aproximadamente nueve millones de barriles diarios, lo que significa que las importaciones totales tendrán que aumentar 61 por ciento. De 10 a 16.5 millones de barriles al día.
ƑCómo lo logrará? La respuesta, dice Klare, está en el último capítulo del plan de la administración Bush.
La Casa Blanca articulará una agresiva estrategia a dos puntas para ganar acceso a fuentes clave de petróleo en ultramar. Por un lado, presionará a algunos gobiernos a abrir sus sectores energéticos a las inversiones de las trasnacionales petroleras con casa matriz en Estados Unidos. Por otro, garantizará "estabilidad política" en los países productores de crudo, para que las compañías estadunidenses puedan operar con "seguridad" (el informe usa la expresión "aplanar la cancha de juego"). De paso, la "aplanadora" buscará reducir las barreras al comercio y la inversión, mediante una acción concertada de los secretarios de Estado y Comercio, quienes recibieron instrucciones de adoptar medidas para "mejorar el clima" propicio para las inversiones energéticas en países como Brasil y Venezuela, que históricamente se han resistido a la entrada de capital extranjero en la industria del ramo. Habla de que ambos funcionarios ejercerán una presión política y económica. Otros países que recibirán ese tratamiento son Nigeria, Azerbaiján, Kazajstán y los del golfo Pérsico.
Pero como el informe deja claro que procurar obtener energía suficiente para los requerimientos futuros de Estados Unidos es un asunto de "seguridad nacional", en algunos casos -dice- se requerirá apoyo del "sector militar". O sea, del Pentágono.
Un país que entra dentro de esa acepción -señala Klare- es Colombia. En ese país sudamericano, los campos petroleros y los ductos están localizados en áreas que con frecuencia son atacadas por la guerrilla. Ahí, cualquier incremento de la producción petrolera requeriría de operaciones intensificadas contra la insurgencia, por parte de las fuerzas armadas colombianas y su aliado, Estados Unidos. Esa es una de las partes geoestratégicas del Plan Colombia, que permanece oculta y no tiene nada que ver con la publicitada "guerra al narcotráfico".
De manera similar, el informe llama a incrementar la producción de energía en la cuenca del mar Caspio (antigua zona de influencia rusa), donde la administración Bush busca acelerar la construcción de un oleoducto en Azerbaiján, a través de Georgia y con destino en Turquía.
Debido a que esos países están sufriendo inestabilidad y violencia interna, Klare prevé que Estados Unidos incrementará el suministro de armas y el envío de asesores militares a la región.
Con respecto a los países del golfo Pérsico, otra zona inestable, descuenta que Washington mantendrá allí una presencia militar, junto con la intervención en los conflictos locales. Concluye que el acceso a petróleo importado llevará a Washington a una mayor intervención en los asuntos internos de otros países, con el riesgo colateral de un involucramiento proporcional en guerras extranjeras energéticas. Lo que a su vez implicará un creciente "antiamericanismo".
1 Michael T. Klare, Energy Imperialism, The Nation, julio 23-30 de 2001.