MARTES Ť 27 Ť NOVIEMBRE Ť 2001
Ť Alianza del Norte y pashtunes del sur, peones de EU y vecinos de Afganistán
La convención de Alemania, tablero de ajedrez
Ť En el encuentro se convalidará una correlación de fuerzas tan circunstancial como desigual
JUAN PABLO DUCH ENVIADO
Tashkent, 26 de noviembre. Frente al riesgo de que se prolongue la guerra civil en Afganistán, la búsqueda de un arreglo político postalibán emerge a un primer plano, pero puede anticiparse que será un proceso de negociación largo y de incierto final.
La conferencia internacional que se reúne a partir de este martes en las afueras de Bonn, Alemania, se inscribe en ese esfuerzo, pero sus propios participantes esperan poco y cada grupo, aparte de los que fueron excluidos, tiene su propia visión de cómo y dónde se debe negociar el futuro político de Afganistán.
Además, la Alianza del Norte y los pashtunes del sur, divididos a su vez en pequeños núcleos, en un pasado no tan lejano enfrentados entre sí y cada cual con sus propios apoyos externos, son en realidad peones en un tablero cuyas piezas piensan mover, por debajo de la mesa, Estados Unidos y los países vecinos de Afganistán, con intereses propios y por lo común encontrados.
La reunión de Alemania despierta escasas expectativas, porque, de origen, convalida una correlación de fuerzas tan circunstancial como desigual, basada en éxitos militares de la Alianza del Norte impensables sin la intervención de la aviación de Estados Unidos y que puede cambiar en el momento en que ese país occidental ayude a los líderes tribales pashtunes a hacerse del control de Kandahar y, por extensión, del resto del sur afgano.
No extraña, por tanto, que el encuentro auspiciado por la ONU haya sido calificado, desde los extremos que se sentarán a la mesa de negociaciones, de "simbólico".
Por lo pronto, la meta inmediata es encontrar una fórmula que permita establecer una administración temporal en Kabul y desplegar una fuerza multinacional en Afganistán para evitar que las discrepancias de la oposición empiecen a dirimirse con las armas, como ya sucedió en los años noventa.
El presidente afgano nominal Burhanuddin Rabbani se permite decir que aceptará cualquier decisión de la conferencia, sin aclarar que en ésta no se va a elegir la administración temporal. En Alemania, si el cónclave no acaba en fracaso, tratarán de ponerse de acuerdo sobre un mecanismo para formar una shura (consejo), que sería la que convocaría una loya jirga (gran asamblea), donde se discutirá, la Alianza insiste en que sea en Kabul, la composición del gobierno provisional.
Por otro lado, importa poco que Rabbani esté dispuesto a dejar el poder, pues despierta recelos incluso entre sus propios subordinados tadjikos. Poco a poco, un triunvirato comienza a ejercer el liderazgo de la facción tadjika: Yunus Qanuni, encargado de la seguridad en Kabul y jefe de la delegación aliancista en Alemania, el llamado canciller Andullah Abdullah y el comandante de las fuerzas armadas Mohamed Fahim.
Parece muy difícil que los resultados que se alcancen en Alemania lleguen a ser una plataforma sólida para un arreglo político en Afganistán. No ayuda la ausencia de figuras afganas de relevancia, mientras sus representantes de segundo y tercer niveles, además, estarán condicionados por una desproporción que no refleja la composición étnica del país: las minorías del norte tienen mayoría absoluta -11 de los 21 delegados- y los pashtunes del sur que acuden carecen, por ahora, de poder real dentro de Afganistán.
Por si fuera poco, la mayoría de la Alianza existe sólo sobre el papel y no se expresa en una posición claramente definida, ni siquiera respecto al rol que deben desempeñar las tropas extranjeras en Afganistán, que pronto se va a convertir en un grave problema.
Los tadjikos, los uzbekos y los hazaras que integran la Alianza mantienen serias diferencias a la hora del reparto del poder, lo que se evidenció con la falta de coordinación en el asalto a varias plazas, que por momentos pareció más una carrera por ver cuál entraba primero.
La Alianza tendrá que ponerse de acuerdo, antes que nada, en cómo distribuir los territorios históricos que cada caudillo reclama como su feudo, divergencias que en 1992 dieron origen a la guerra entre ellos.
Esta situación inestable, de frágil equilibrio al borde de la guerra intestina, persiste en el norte y el centro de Afganistán, cuyas principales ciudades están bajo control formal de la Alianza, en muchos casos ocupadas por destacamentos armados que velan por los intereses de las distintas etnias norteñas. Eso se observa en Kabul, Mazar-e-Sharif, Taloqán y Kunduz, por poner cuatro ejemplos.
La Alianza es apoyada por Rusia, Tadjikistán y Uzbekistán, este último en lo que toca a la facción de Rashid Dostum.
En el sur, la zona esencialmente pashtún, aún falta por definir qué líder tribal emergerá como figura fuerte, dependiendo de qué sector haga más méritos para concentrar el apoyo estadunidense que facilite tomar Kandahar, el cual tarde o temprano quedará en manos del grupo étnico afgano mayoritario. Todo indica que no será ninguna de las facciones pashtunes que asisten a la reunión de Alemania.
En dicho encuentro, la presencia pashtún es muy poco representativa, a pesar de que la ONU destaca el haber invitado a tres grupos. De ellos, sólo la llamada Asamblea de Peshawar posee alguna fuerza real en el sudeste de Afganistán, a través de Abdul Qadir que controla Jalalabad. Por lo mismo, están enfrentados con los talibán, "moderados" o no, por haber ejecutado a su líder, Abdul Haq. Encabeza el grupo un aristócrata, Syed Ahmed Galiani, que como los demás dirigentes lleva muchos años en el exilio y tiene nula ascendencia en el sur de Afganistán.
La Asamblea de Peshawar cuenta con el respaldo de Pakistán, que apuesta al mismo tiempo por las demás facciones pashtunes, preocupado por la inestabilidad en su propio territorio, sin hablar ya del problema de Cachemira.
El grupo del ex monarca Zahir Shah ha decepcionado a todos los pashtunes y tampoco representa los intereses del sur, donde Hamid Karzai parece el hombre interesado en alcanzar un entendimiento con los talibán. Otra cosa es que Karzai, Yunus Jalis y otros líderes tribales que se disputan el sur afgano, y que declinaron participar en la reunión de Alemania, quisieran tener al ex monarca como figura decorativa, sin poder efectivo, explotando el papel que Estados Unidos pensaba asignarle como encarnación del consenso que se necesita en Afganistán.
Por último, tanto en importancia como en tiempo de reclamar un sitio en la mesa de negociación, apareció un llamado Grupo de Chipre, que aspira a dar voz a los notables que convocó el doctor Shams, un profesor de teología, exiliado como todos sus escasos seguidores. Irán trata de influir en la posición de este grupo, a través de chiítas hazaras y gente cercana a Gulbuddin Hekmatyar, que sería el líder natural pero mantiene su idea de regresar a Afganistán a combatir a los "agresores foráneos".
Para desgracia de la población afgana, que en los últimos 22 años ha tenido que soportar la invasión soviética, la guerra civil de los noventa y los bombardeos devastadores de Estados Unidos en esta guerra, algo así como 13 mil bombas desde el pasado 7 de octubre, no parece probable que surja pronto un gobierno de transición, al menos hasta que exista un liderazgo pashtún consolidado en Kandahar y el resto del sur afgano.
Entonces, comenzará la verdadera negociación de un arreglo político postalibán.
Un misterio más de esta guerra
La inevitable caída de Kunduz no se acompañó de una sensación de respiro para el gobierno de Uzbekistán, a pesar de que el general afgano de origen uzbeko Rashid Dostum cumplió su palabra y todos los prisioneros extranjeros fueron ejecutados.
Pero ninguno era militante del proscrito Movimiento Islámico de Uzbekistán, que lograron romper el cerco y salir hacia las montañas de Chardara, después de que sus principales dirigentes, junto con muchos combatientes de Al Qaeda, la red de Osama Bin Laden, habrían sido evacuados en aviones la madrugada del lunes. Nadie sabe a ciencia cierta su destino, pero en Tashkent se comenta con insistencia que fue a Pakistán.
La toma de Kunduz se hizo posible cuando los talibanes pashtunes se acogieron a la amnistía ofrecida por Dostum, lo cual explica que los cerca de 600 extranjeros hechos prisioneros, en su mayoría voluntarios árabes y paquistaníes, hayan sido trasladados a Mazar-e-Sharif.
Los uzbekos de Dostum entraron en Kunduz antes que los tadjikos de Daud, en cuyo flanco de ataque precisamente logró escapar el grueso de la legión extranjera.
En lo que será, sin duda, uno de los mayores misterios de esta guerra, nadie se explica de qué manera aparecieron las dos granadas en manos de un prisionero árabe que, tras hacerlas explotar y matar al general tadjiko Nadir Alí, que conversaba con un grupo de sus oficiales, sirvió de pretexto para aniquilar a los detenidos en Mazar-e-Sharif.
La muerte de Alí provocó una terrible y "justificada" venganza. Los prisioneros no tuvieron otra alternativa que intentar desarmar a los guardias para defenderse, mientras eran exterminados con fuego de las ametralladoras aliancistas y bombas de la aviación estadunidense.
Dice Dostum que no había otra forma de sofocar la llamada revuelta de los prisioneros.