MARTES Ť 27 Ť NOVIEMBRE Ť 2001

Robert Fisk

El aroma de la rendición

Usted podría llamarlo el aroma de la rendición, el mullah hablando de llegar a acuerdos, los jóvenes guerreros talibanes buscando vanamente asilo mientras el viento levanta en sus caras el polvo y las heces de este asqueroso camino fronterizo. Pero más bien tengo la impresión de que estamos viendo los colores del camaleón cambiar, en el estilo talibán. Mire usted, se trata de cambiar un turbante por otro.

Tome como ejemplo la aparición del mullah Najibullah en su sucio puesto fronterizo el pasado lunes. El hombre que 24 horas antes me había dicho en un pueblo de la frontera afgana que los talibanes le habían ordenado no pasar la noche allí, anunció: "No nos estamos rindiendo en Spin Bolda. No hay negociaciones para rendirnos porque los comandantes tribales quieren demasiado de nosotros. Quieren una rendición completa de los talibanes y la entrega de nuestras armas pesadas, y eso es inadmisible."

Este no fue precisamente el espíritu de Kandahar, cuya posesión, nos dicen los talibanes, nunca será cedida a la Alianza del Norte o a los marines estadunidenses, quienes el domingo pasado arribaron al club deportivo de la provincia, en el que alguna vez estuvieron los príncipes de Arabia Saudita cazando animales con el talibán. Aún ahora escuchamos hablar sobre "la última batalla" por Kandahar, situado a unos 100 kilómetros de aquí por el camino principal. Y que, de acuerdo con los camioneros con los que hemos conversado, permanece en mucho bajo control de la milicia más oscurantista del mundo.

Pero los paquistaníes locales -pashtunes al igual que los talibanes- sugirieron que el mullah Najibullah podría estar tendiendo una trampa. Un oficial paquistaní señaló sin rodeos que seguían las negociaciones entre los hombres del mullah y los comandantes tribales, presumiblemente el mismo grupo de señores de la guerra y asesinos que ocupaban esta plaza antes de que los talibanes la tomaran en 1996. Más aún, él insinuó, que la entrega del armamento pesado por parte de los talibanes podría ser suficiente para garantizar la transferencia de Spin Bolda a los nuevos amos. Esto es: el talibán obteniendo autorización para cambiar los turbantes negros por turbantes cafés, a la Kunduz, y conservar sus Klashnikovs con la condición de regresar a sus aldeas.

¿Caerá Kandahar? Ciertamente sí, de acuerdo con la tradición afgana. Los pobladores del lugar siguieron una pequeña desviación ayer, manejando desde la frontera con Pakistán hasta su hogar, haciendo un largo y difícil viaje a través de la arena y el estiércol alrededor de la comunidad de Takhta-Pul, esquivando a los pistoleros de la Alianza del Norte que han tiroteado este lugar -junto a sus cuates de la Fuerza Aérea de Estados Unidos- durante las últimas 48 horas. Cuando ellos aparecieron en la frontera con Pakistán, se produjeron noticias decepcionantes para la prensa amarillista. Si, el talibán controlaba aún la primera capital real de Shah Durani. Si, el talibán tenía aún el control de aeropuerto de la ciudad -demasiado para los reportes iniciales del Pentágono- y hombres y mujeres continuaban comprando en el mercado de Kandahar. Esto, recuerde usted, en una ciudad que se supone está sintiendo el apretón de una verdadera escasez.

Pero en Afganistán las cosas nunca son como parecen. Sentado ayer en el camino en las montañas Koja podía mirar hasta muy lejos a través de las planicies de Kandahar sus distantes montañas en el calor de un mediodía nublado, sus caminos desvaneciéndose en la arena blanca y café, no tocada por el humo o el sonido del fuego de artillería. Es así como se veía, por supuesto, al comienzo de la década de los ochenta, cuando los rusos mataban a los "terroristas" y a los civiles de Afganistán. Y estoy seguro que también se veía así cuando el ejército de Alejandro el Grande la cruzó. Quién pudiera creer que mientras sopla una tibia brisa por este antiguo paisaje en este momento los estadunidenses están también matando "terroristas" y civiles de Afganistán.

Tiempo después hubo un toque de realidad, cuando siete jóvenes talibanes -sans armas- llegaron al cruce de Chaman y rogaron que se les permitiera entrar a Pakistán. Dijeron que necesitaban comida y atención médica ?su rostro estaba pálido y ellos estaban probablemente hambrientos- pero los paquistaníes no compraron ni una pizca la historia de la ayuda médica. Los muchachos talibán no tenían sus papeles en regla ?sean cuales fueren esos papeles- y fueron regresados hasta su territorio. Habría que añadir que el mullah Najibullah si tenía autorización para cruzar la frontera. Al igual que la tenía el comandante militar local, el mullah Haqqani, quien fue recibido y mandado a Quetta el pasado domingo.

¿De qué huían? ¿De la rendición? ¿De la ignominia? ¿O habían escuchado noticias estadunidenses sobre la carnicería de la cárcel de Mazar, donde los prisioneros talibanes -utilizo una frase fortuita de un canal de satélite de Estados Unidos- fueron ejecutados- En nuestra guerra por la civilización es ahora aparentemente normal que las personas sean ejecutadas cuando tratan de escapar. ¿Crímenes de guerra? ¿Atrocidades? Usted no piensa en eso. Pero apuesto a que el mullah Najibullah sí.

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Traducción: Luis Hernández Navarro.