CONSEJO ¿TUTELAR?
Ayer
por la tarde en el Consejo Tutelar de Menores de San Fernando, ubicado
en la delegación Tlalpan de esta capital, hubo un motín originado,
según informes de las autoridades, por una riña en el área
de visitas; sin embargo, la rebelión pronto se convirtió
en una protesta contra la directora del centro, Magdalena Wong, y la comida
que reciben, la cual, con frecuencia, se encuentra descompuesta o quemada.
El incidente pudo pasar a mayores: unas tres decenas de
personas quedaron temporalmente atrapadas en el área de visitas
y se registró un incendio de colchones. A la postre, la situación
fue controlada por la policía capitalina, con un saldo menor de
un camarógrafo y un visitante lesionados.
Aunque no hubo daños graves que lamentar, ni humanos
ni materiales, el episodio debe ser tomado por los gobiernos federal y
capitalino, y por la sociedad en general, como una llamada de atención
en torno a la terrible realidad carcelaria del país y, particularmente,
de la situación en que se encuentran los menores infractores.
No hace falta un gran alarde de imaginación para
visualizar las condiciones en que se encuentran los menores de edad recluidos
en consejos tutelares: estas instituciones cuentan con presupuestos ínfimos,
insuficientes, en todo caso, para desarrollar adecuadamente los objetivos
de reeducar, rehabilitar y reinsertar en la sociedad a niños y jóvenes
que, por lo general, provienen de entornos familiares desintegrados y de
contextos sociales marginados y corrompidos por la miseria.
Si los reclusorios y centros penitenciarios para adultos
son considerados, con razón, universidades del crimen, a muchos
de los consejos tutelares les correspondería la descripción
de escuelas primarias para el delito. Pero si la readaptación resulta
impracticable en algunos reclusos mayores de edad, en el caso de los menores
es irrenunciable como propósito. La sociedad-que es, a fin de cuentas,
la generadora de delincuentes- no puede desentenderse de sus obligaciones
para con los infractores niños y adolescentes.
Resulta, por ello, imperativo revisar la situación
de las instituciones referidas. Esa tarea debe involucrar a las autoridades
federales y urbanas, a las comisiones capitalina y nacional de Derechos
Humanos, así como a las organizaciones de la sociedad civil. Debe
garantizarse que los consejos tutelares efectivamente tutelen y evitar
que sigan siendo o se conviertan en meros depósitos de seres humanos
en desgracia.
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