LUNES Ť 26 Ť NOVIEMBRE Ť 2001

Ť José Cueli

Finito coplero

El látigo viento de la muleta de Finito de Córdoba se extendía en suaves oleadas por el redondel de la Plaza México que soleada vibraba con el temblor de las grandes tardes, bajo el sordo rumor de los oles que se sucedían a ritmo con el deletreo de sus redondos y unos pases naturales espléndidos, en que llevaba embebida la noble embestida de Coplero, de Reyes Huerta.

Literalmente arrastraba la tela roja Finito al movimiento exacto del burel, al que acompañaba en desmayo de caída de hoja en el invierno mexicano. Mientras, iban creciendo los oles rebotando en el ruedo y levantándose de regreso hasta formar el misterio de la hora torera, cuando la faena iba a más, durmiéndose lentamente en la letanía interminable del toreo ligado.

Como vaso de vino con solera se bebía Coplero los redondos de Finito. Todo giraba; toro, aficionados, en torno al torero cordobés como eje del toreo clásico; bien hecho, bien rematado en gozosa plenitud, pasito a pasito, sin prisas, y pausas armoniosas en la relajación total. Allí estaba en el medio del redondel donde no tenía más compañía que la brisa cantándole viejas coplas cordobesas.

Un lento perfume a torero caro invadió el coso. Coplero nacido en la muleta cordobesa se mecía sobre la dormida tela que lo envolvía. Poco a poco se consumaba el misterio del toreo. El toro hipnotizado iba, venía, circulaba al pulsar el aire en dulce somnolencia. Llegó Finito de su Córdoba a cantar las glorias del toreo de su tierra nativa. En su sangre traía el secreto del duende árabe que le sonaba desde lo profundo. La herencia del Guerra y Manolete. Negro fluido soplo de vitalidad torera que rescató una afición que parecía muerta.

Después, en una corrida difícil para los toreros, apareció el toreo recio, viril, navajero de Manuel Caballero, el sentimiento de Jerónimo y el valor a toda prueba de Paco González. Lo mismo a Jerónimo que a González les falta que les echen toros para pulir las dotes innatas que tienen para el toreo.